miércoles, 25 de marzo de 2015

Un Extraño Amor: Capítulo 25

Pero ahora el hombre perfecto para ella era Monsieur Enmascarado, o al menos eso había creído hasta que había empezado a hablar de amor.
–¿Por qué me haces esas preguntas sobre el amor? Tú y yo no nos conocemos.
–Precisamente –dijo él–. Quería asegurarme de que nos entendemos. Ninguno quiere hacerle daño al otro. Lo de hoy es sólo sexo. Nada de amor. Quizá un pequeño romance –añadió con una sonrisa–. Pero nada de amor.
–Nada de amor –repitió Paula, convencida de que estaban de acuerdo.
¿Entonces por qué aquellas palabras la hicieron sentirse tan vacía por dentro?
Pedro le pasó la mano por la espalda, entreteniéndose especialmente en la curva que formaba su columna. Paula se acurrucó en sus brazos y él no pudo evitar sonreír, pues le encantaba el modo en que respondía a sus caricias.
Y entonces se dio cuenta de algo. Paula Chaves le hacía desear ser mejor persona.
Un hombre bueno no le mentiría ni la engañaría antes de hacerle el amor. Tenía que salir de aquel embrollo. Tenía que poner fin a aquella estúpida seducción.
–Paula –dijo olvidándose del falso acento francés–. Tenemos que hablar.
Pero ella no lo escuchaba, ni siquiera lo oía. Se había puesto de puntillas y le acariciaba la oreja con la lengua al tiempo que apretaba los pechos contra su brazo. En pocos segundos, Pedro ni siquiera recordaba lo que iba a decirle. Los más puros instintos masculinos se apoderaron de él y le hicieron echar a un lado sus honorables intenciones.
–Llevo tres días pensando en esto –murmuró ella–. Estoy preparada para ese beso francés.
Pedro estiró la mano y se la puso en las nalgas para apretarla bien contra su pelvis. Después bajó la cabeza y la besó en la boca. Ninguno de los dos cerró los ojos. Pedro pudo ver el rubor que se asomaba a las mejillas de Paula y que daba fe de su excitación.
Estaba excitada. Increíblemente excitada.
Le desabrochó el vestido sin dejar de besarla. Ella se despojó de la prenda frenéticamente y la dejó caer al suelo.
Fue una maravillosa sorpresa descubrir que no llevaba ropa interior. Se había preparado para él.
–Eres perversa –susurró él mientras deslizaba la mano por su cadera hasta llegar al muslo, donde volvió a subir hasta dar con la esencia de su feminidad.
Paula  gimió y apoyó la cabeza en su hombro. Con una mano la agarraba mientras adentraba un dedo de la otra en su sexo y lo sumergía para saborear el húmedo calor de su cuerpo.

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