martes, 31 de marzo de 2015

El Simulador: Capítulo 13

Paula despertó antes de que sonara la alarma. Se quedó acurrucada en la cama un momento, su pequeño nido era cálido y seguro en comparación con el frío del apartamento, y el peso del viejo edredón contra el pecho le brindaba consuelo.
Bastó una semana para cambiar su vida, al pensar en el doctor García... Pedro, sentía como si lo conociera de años. Mucho más que sólo siete días.
Paula aguardaba para contarle los cambios en su trabajo el día en que se reunirían de nuevo. Quería ver la cara que pondría cuando le contara que fue a hablar con el señor Brinnon el viernes anterior, tal como habían acordado.
- Sr Brinnon: ya no es usted empleada temporal, es empleada en nómina, jornada completa y su categoría será secretaria dos en lugar de oficinista uno. Eso implica un aumento de sueldo de seiscientos dólares al mes.
Paula trató de no mirarle con la boca abierta.
- Sr Brinnon: al ser empleada de jornada completa cuenta ya con las prestaciones de incapacidad, vacaciones, seguro médico, dental y de optometría y todo, además de un aumento salarial, que será retroactivo a partir de que cumplió noventa días trabajando con nosotros. Tiene una semana de vacaciones retroactivas del año pasado y dos semanas que podrá tomar a partir del primero de Junio.
Paula sintió como si le hubiera tocado la lotería. Logró asentir con la cabeza y darle las gracias; luego fue directo a su escritorio y calculó su salario retroactivo. Hizo las cuentas dos veces en su pequeña calculadora y luego se sentó y se quedó mirando la pantalla: casi cinco mil dólares. No le alcanzaba para irse de Oakland, pero tal vez sí para comprar un coche. Y mejor aún, no tendría más problemas por las incapacidades. A partir de ese momento, si Felipe enfermaba sólo tendría que llamar y decir la verdad.
Ya con un poco menos de presión, empezó a entender que su existencia no había estado aplastada por el peso de un solo y enorme problema, sino por el de diez o veinte problemitas agrandados por algo que en aquellos momentos distinguía con claridad, se sentía sola.
Contaba con Angela, pero la trataba más como una asesora vocacional que como una amiga y se entristeció al darse cuenta. Sin embargo, era cierto, y pudo comprenderlo mejor sobre todo ahora que tenía con quién compararla. Con Pedro.
Paula retiró las mantas y tomó su albornoz de cuadros, buscó un par de calcetines y arrastró los pies hasta la cocina. Preparó café y se sirvió un poco en una taza de cerámica que compró en una tienda de rebajas la semana anterior, después de su primera consulta con el doctor García. Compró seis: amarillo brillante, verde y rojo, dos de cada color, y las colgó sobre el fregadero para darle un toque de color a lo que acababa de descubrir que era un apartamento algo gris.
"La habitación donde está la cocina no está mal", pensó Paula mientras observaba de manera crítica la maltratada mesa de madera y las sillas compradas en la tienda de segunda mano del Ejército de Salvación y que, por cierto, no hacían juego. De hecho, le pareció que con un poco de pulidor para muebles o pintura y unos mantelitos alegres mejoraría. A las paredes no había nada que hacerles: las había pintado de blanco en cuanto se mudaron.
"Lo que necesita un poco más de ayuda es este salón", reflexionó al contemplar el desteñido sofá marrón y el sillón reclinable verde oscuro y se preguntó qué podría hacer para darle más vida. La raída moqueta verde debía ser de la década de los setenta. Paula buscó en el cajón donde guardaba algunos cachivaches hasta que encontró unas pinzas, y con ellas y un cuchillo de carne logró desprender una esquina de la moqueta. Limpió treinta años de polvo y encontró madera dura: roble. Quitaría la moqueta, lavaría el suelo de la cocina y el baño con detergente líquido y el resto del piso con jabón de aceite; colgaría algunas plantas, iría de compras, pintaría lo que encontrara con colores brillantes y todo quedaría listo. Tal vez no sería un decorado elegante, pero sí alegre y limpio.
Se puso de pie, lo pensó un momento y miró el reloj. Decidió esperar para iniciar su proyecto y, por un segundo, la invadieron los recuerdos. Recordó a la mujer que fue antes. ¿Qué le ocurrió a la chica a la que nunca perturbaba nada?. Se acomodó por la ventana para contemplar el vecindario que comenzaba a iluminarse con la luz del sol que se colaba entre las nubes. No era tan malo. El problema no residía en Oakland. Aunque había culpado de todo a haberse mudado allí, ahora comprendía que el problema tenía raíces más antiguas que iban más allá en el tiempo, mucho antes de que Felipe naciera.
¿Qué le ocurrió a la muchacha que solía ser?, se cuestionaba de nuevo, pero antes de volver  a plantear la pregunta en su mente, dio con la respuesta: lo que le había ocurrido se llamaba Facundo.

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