Mientras Paula tomaba el tren y luego el autobús a su apartamento, llegó la hora de llevar a su hijo al doctor.
El doctor le confirmó lo que Paula ya sabía: otra infección en el oído de Felipe y también en la garganta.
- Doctor: supongo que tendremos que jugarnos la última carta. Llámeme cuando mejore y programaremos la intervención para unas cuantas semanas después.
Paula estuvo de acuerdo, pero comprendió con tristeza que no podía posponer más la llamada a sus padres, no le cabía la menor duda de que le enviarían el dinero. Lo que temía eran las exigencias y las ataduras que eso implicaba. Y si su jefe cumplía sus amenazas, tendría que buscar otro trabajo. El buen ánimo que le infundió el doctor García comenzaba a esfumarse.
Se detuvieron en la farmacia de la clínica para recoger la prescripción de Felipe y luego tomaron el autobús para volver al apartamento. La parada del autobús quedaba un poco lejos del edificio, Paula tomó la mano de su hijo mientras bajaban los escalones hasta la acera. El niño caminaba más lento que antes.
- Paula: ¿te sientes mal otra vez, camarada? no respondió.
Sólo asintió con la cabeza.
- Paula: vamos, sube -
Se arrodilló y Felipe subió a su espalda. Lo acomodó hasta que lo tuvo bien sujeto de las piernas, después lo llevó así hasta Embarcadero Arms, donde lo bajó en el escalón. Alguien había dejado la puerta principal abierta de nuevo, encajada con un ladrillo.
El edificio era una casa victoriana enorme, irregular y vieja dividida en cinco apartamentos. Había un recibidor en la entrada con los buzones y la escalera que llevaba al segundo piso. Carecía de ascensores. Paula revisó la correspondencia y luego tomó a Felipe de la mano, pasaron en silencio junto a la puerta del señor Jacobsen, cuyo pasatiempo favorito era quejarse de todos sus vecinos y golpear en el techo, que era el piso de Paula, siempre que Felipe jugaba con su triciclo en el apartamento o se ponía muy revoltoso y corría por todo el lugar.
Una aguda tristeza invadió a Paula porque su hijo no vivía en un hogar más agradable ni contaba con un sitio seguro donde jugar. Había un patio cubierto de hierba, pero a ella le daba miedo dejar que Felipe jugara allí desde el día en que vió que los perros pit bull del vecino andaban sueltos y que debido a su tamaño cabían por los agujeros de la cerca. El lado pobre de la ciudad no era el mejor lugar para criar a un niño.
Trató de olvidar esas ideas y le sonrío a su hijo mientras subían las escaleras, aún conservaba la redondez de los bebés en las mejillas y el cabello, que parecía cortado con un tazón encima, rebotaba al caminar. Era un niño muy dulce, pero estaba creciendo. Cumpliría los cinco en el otoño.
Él la miró y le devolvió la sonrisa, lo que hizo que sus mejillas sonrosadas se redondearan más y semejaran manzanitas mientras entrecerraba los ojos en un esfuerzo por enfocar. Muy pronto iba a necesitar un examen de la vista y gafas nuevas. Paula sintió una punzada de dolor y deseó poder hacer algo por su hijo sin que tuviera que reducirlo a una cuestión de dinero.
Tal vez debía regresar a Georgia. No amaba a su novio del bachillerato, Guillermo Semple, pero sabía que él todavía la esperaba allá y así al menos Felipe tendría un padre y un hogar decente.
Subieron el último tramo de la escalera y atravesaron el pasillo hasta su apartamento en el segundo piso. Paula manipuló con torpeza la llave en la cerradura, que estaba atascada. Sacó su tarjeta del Safeway Club, la única que había podido conseguir y la deslizó adelante y atrás hasta que logró abrir la puerta. Cuando la sacó, notó unos arañazos en el marco, como si alguien hubiera tratado de abrirla con una palanca alguna vez.
Después de sentar a su hijo en el sofá se pasó la siguiente media hora preparando la cena para los dos: sopa de fideos con pollo, y puré de papas, porque a Felipe le molestaba mucho la garganta. Estaba demasiado enfermo para ir al día siguiente a la guardería así que tendría que pedirle otra vez a su vecina que lo cuidara.
- Felipe: mami, vamos a leer tres o cuatro libros.
Y eso hicieron, leyeron sus cuentos favoritos. La sirena en la noche, el cerdito cartero y la camisa roja de Hiram. Eran las ocho de la noche cuando por fin terminó de lavar los platos de la cena y lo metió en la cama. Luego, ella también tomó un par de pastillas antigripales y se recostó en el sofá mientras acomodaba las almohadas bajo la cabeza.
La imagen del rostro del doctor García flotaba frente a ella: tenía los ojos entrecerrados por la preocupación y una expresión que la hizo sentir que podía confiar en él. Recordó uno a uno los sucesos de la mañana y volvió a verlo pasarse las manos sobre el cabello de vez en cuando, como si se sintiera frustrado por lo que le ocurría a ella. La verdad era un hombre guapísimo. Se relajó y comenzó a quedarse dormida.
El teléfono la sacó de su letargo e hizo que el corazón le latiera con fuerza. Pensó en dejarlo sonar, pero no quería que David se despertara. Descolgó al cuarto timbrazo.
- Angela: ¿Por qué has tardado tanto? ¡He estado aquí sentada, esperando toda la tarde!. ¿Y bien?.
- Paula: ¿Bien qué?
- Angela: ¿Cómo te ha ido?
- Paula: me ha ido bien.
Paula se dió cuenta de que no quería decirle nada a Angela del doctor García, algo en la manera en la que se había abierto con él y en la ternura con la que él la había escuchado le parecía demasiado íntimo para compartirlo con ella o con quien fuera.
- Angela: ¡Pues cuéntame!
- Paula: en realidad no hay mucho que decir, yo sólo… bueno, le conté lo que me estaba molestando.
- Angela: ¿Y él qué dijo?
- Paula: hum...- ahora que lo pensaba, en realidad no le había dicho nada, pero no podía revelarle eso a Angela y aunque lo intentara, no podría expresar el consuelo que sintió al tener al doctor García, tan fuerte y amable, sentado apenas a unos centímetros de ella mientras lloraba-. Me dijo muchas cosas- respondió y luego una voz en su cabeza la llamó mentirosa.
- Angela: ¿Cómo cuales? Cuéntame algunas.
- Paula: no lo sé, Angela. ¡Dios, deberías ir a verlo otra vez!. Me siento muy mal porque hayas pagado tú y no lo aproveches. (Angela se había asegurado de que Paula supiera que pospondría su segunda terapia del arreglo de vida para que ella pudiera ir por primera vez)
- Angela: ¡no seas tonta!, quiero hacer esto por ti. Yo iré de nuevo el mes que viene.
Por la mente de Paula cruzó la idea de que si el Arreglo de vida en veintiún días cumplía su ofrecimiento, uno no tendría que ir más de una vez, pero decidió no compartir aquel pensamiento con ella. En vez de ello quiso terminar la conversación.
- Paula: bueno, de todos modos fue algo bueno. Muy bueno.
- Angela: ¡maravilloso!, así que estás contenta de haber ido.
Paula movió la cabeza de un lado a otro con cansancio. Así era Angela, siempre que hacía algo bueno por uno quería que se le agradeciera una y otra vez.
- Paula: estoy muy contenta, Angela. Otra vez gracias.
- Angela: tal vez ahora reconsideres aquello de regresar a Georgia. Quiero decir puedes triunfar aquí.
Siempre le estaba diciendo a Paula que debía volver a la pintura, regresar a la universidad, comprometerse con su carrera y tratar de colocar sus pinturas en alguna de las tiendas de la zona o pintar lo suficiente para montar una exposición.
Había algunas cosas que Angela no comprendía porque no tenía hijos y otras acerca del arte que tampoco entendía. Uno no puede simplemente sentarse a pintar en cualquier rato libre que tenga. Debe disponerse de un espacio para hacerlo, un lugar especial en la casa, del que Paula carecía y un sitio en su vida, algo que en definitiva le faltaba.
- Angela: ¿Aún no te has enamorado?-. Le obsesionaba la idea de que las mujeres se enamoran de sus terapeutas.
- Paula: no, todavía no. - Respondió con cansancio, pero se sonrojó al recordar que el doctor García la había oído llorar.
- Angela: ¿Verdad que es muy apuesto?. Y algunas de las preguntas que a mí me hizo fueron muy comprometedoras. ¡Sentí que me moriría!.
Paula evocó el rostro del doctor frente a ella y sintió que no le agradaba el giro que tomaba la conversación. Por fortuna, Angela prosiguió sin esperar respuesta.
- Angela: ¿te ha hablado sobre la regresión hipnótica?
- Paula: no, tal vez lo mencione después.
- Angela: ¿ha comentado algo acerca de celebrar tu singularidad esencial? De eso va a tratar su nuevo libro.
- Paula: no, no lo mencionó-. Comenzó a dolerle la cabeza, Angela se preparaba para una nueva andanada de preguntas cuando Paula la interrumpió.
- Paula: tengo que colgar Angela. Estoy agotada.
A Angela por lo general le enfurecía que Paula quisiera colgar antes de que ella considerara por concluida la conversación, pero esa noche no fue así.
- Angela: ¡Oh, Dios, sí! Debes estar agotada, así te deja la terapia es muy intensa.
Paula se despidió, colgó el teléfono y se dirigió a la cocina para preparar el almuerzo del día siguiente. Luego se fue a la cama y pensó en lo último que había dicho Angela, descubrió que era la primera vez desde que se habían hecho amigas que las dos estaban totalmente de acuerdo en algo.
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