La esposa del hermano mayor, Marcos, se echó a un lado, abriendo el círculo mientras acariciaba la incipiente curva de su vientre.
—Hacen bien en preocuparse —dijo Agustina—, conozco casos muy tristes de personas despiadadas que se han aprovechado de las necesidades de un niño.
El hermano menor, Bautista, resopló desde el otro sillón, donde se había repantigado colocando una pierna sobre el reposabrazos.
—¿A quién estás acusando, a la madre del bebé o a Paula?
Ana descansó la mano en el respaldo del asiento de Paula y lanzó a sus hijos una mirada censurante.
—Siento que tenga que oír estas cosas. Mis hijos deberían tener mayor delicadeza.
Pedro observó cómo su madre se ganaba a Paula con unas pocas palabras bien escogidas. No había duda en cuanto a quién era el miembro más diplomático de aquella familia.
—No me siento ofendida—dijo Paula—, de hecho, me siento aliviada al ver el modo tan práctico con que se han tomado todo esto. Promete mucho para Valentina, y yo no tengo nada que ocultar.
Bautista se apartó un rizo de la frente.
—Señora, debo confesar que todo esto me resulta un poco sospechoso. No sería la primera en pretender hacerse con un trozo del lucrativo pastel de la familia Alfonso.
—No estoy aquí por dinero, sólo necesito tiempo. Quiero mantener a la niña al margen de los servicios sociales hasta que encontremos a su madre, Y de no ser así, mi deseo es poder adoptarla.
Bautista se desató la pajarita.
—Pues entonces, deje que las autoridades se hagan cargo. Si resulta ser lo mejor para la niña, es con usted con quien acabará.
Ana levantó con un gesto a su hijo del sillón e indicó a Agustina que se sentase. Ésta, sujetándose la barriga, sonrió agradecida y se sentó exhalando un profundo suspiro.
—No es tan fácil como crees. Yo tuve mucha suerte. Mis hermanas de acogida y yo dimos con una casa maravillosa, la de «Tía» Silvia, donde estuvimos mejor que en nuestros lugares de origen. La madre biológica de Romina quería quedarse con ella, pero era demasiado joven y no tenía dinero. Los padres de Florencia eran unos delincuentes que se negaron a ceder su custodia. Mis padres me abandonaron —el tono de Agustina se fue volviendo más ferviente conforme hablaba—. No todas las niñas que fueron alojadas en casa de tía Silvia venían directamente de estar con sus padres biológicos. La mayoría de los padres de acogida son gente buena y amable, pero algunos...
Como militar que había pasado los últimos seis años de su vida protegiendo vidas, Pedro deseó tomar en sus brazos a la niña y mantenerla a salvo del mundo. ¿Hasta qué punto aumentarían esos sentimientos si resultaba ser su hija? Paula apoyó la mejilla sobre la cabeza de la niña.
—No quiero correr el riesgo de que Valentina pase un sólo día en una casa en la que no la quieran.
—Exactamente —dijo Agustina—. Hay gente que no tiene opción, pero Valentina sí la tiene.
La madre de Pedro asintió.
—Ya he hablado con mi secretaria y ha pedido cita para una prueba de paternidad.
—¿En fin de semana?
Al parecer, Paula no conocía la habilidad de Ana para mover montañas.
—Tendremos una respuesta antes de que servicios sociales abra el lunes por la mañana.
Tiempo para comprobar lo lejos que Paula estaba dispuesta a llegar con aquel asunto.
—Ya que todos parecen tan seguros de que Valentina es hija mía, podríamos empezar a trasladar sus cosas a mi ala de la casa.
—¿Cómo dice? —Paula se alarmó—. Se lo agradezco, pero Valentina y yo ya estamos alojadas en un hotel.
Pedro bloqueó la puerta con el brazo.
—Existiendo la más mínima posibilidad de que Valentina sea hija mía, no puedo dejar que salga de aquí con ella.
Paula miró nerviosa a su alrededor y luego se levantó, rodeando a Valentina con los brazos.
—No pienso dejarla.
—Y no espero que lo haga —nadie iba a ir a ninguna parte hasta que él tuviese todas las respuestas—. Las dos se alojarán en la casa de mi familia.
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