—Gracias por imitarme a salir. No puedo creer que hayas preparado esto para mí. Es perfecto —giró la cabeza en el respaldo del asiento para mirarle—. Has estado maravilloso toda la semana. Te agradezco mucho el esfuerzo.
—No te pongas suave conmigo. Recuerda lo que hablamos sobre lo de enamorarse.
Ella le pinchó el hombro con el dedo, riéndose.
—Egomaníaco.
Se rió con ella, preguntándose por qué habiendo pasado tan sólo una semana era ya tan importante para él verla sonreír. Ella le sostuvo la mirada y se detuvo, mirándole en un silencio que sólo rompía el ruido de las olas. Pedro se inclinó para besarla y se encontró con que ella ya estaba a mitad de camino para besarle a él. Un beso. Sólo un beso, y el roce de sus labios lo conmovió más que... Demonio, no quería pensar en nadie más. Sólo en ella y lo agradable que era sentirla contra él. Los pechos de ambos se tocaban, y él quiso sentir su piel. En ese instante, Deslizó las manos bajo su camiseta y le acarició la espalda, apretándola contra su cuerpo. Pero no le pareció suficiente, la quería más cerca. El sonido que ella emitió, medio suspiro, medio gemido, hizo que él subiese aún más la mano por su espalda para sentir cada centímetro de piel a su alcance. El corazón le latía con fuerza: Llevaba esperando aquel momento desde que se besaron en la boda, una espera que se le había hecho eterna, Si pudiese lograr que se sentara en su regazo... Ella le mordisqueó la boca y descansó la mejilla en la de él, respirando en su oído.
—No podemos hacer esto.
Pedro tenía el pulso tan acelerado que parecía que había llegado hasta allí corriendo, pero ralentizó su respiración para intentar refrenarse. Apenas había logrado besarla y ya le había hecho perder el control. Le acarició la espalda, masajeándola.
—Llevo preservativos en la cartera.
Paula enterró el rostro en su hombro.
—No era eso lo que quería decir. Es demasiado pronto. Sólo nos conocemos desde hace una semana.
¿Acaso no había pensado él lo mismo hacía unos segundos? Pero no podíadarle la razón.
—Somos dos adultos casados.
Echándose hacia atrás, ella le tomó la cara entre las manos con firmeza.
—¿Tienes problemas de oído? Sólo te conozco desde hace una semana.
La verdad que escondía su respuesta rondó en la cabeza de Pedro.
—Sigues enamorada de tu marido.
Ella volvió a hundirse en su asiento y le gritó al cielo abierto:
—¡Maldita sea, Pedro, sólo te conozco desde hace una semana.
—¿Cuándo lo conociste? —la frustración y los celos le llevaron a presionarla.
Paula dudó durante tanto tiempo que él se preguntó si iba a ignorar su pregunta. Estaba a punto de arrancar el coche cuando ella suspiró,
—Lo conocía de toda la vida —dijo ella en voz baja—, la primera vez que me dijo que me amaba ambos teníamos siete años y yo me caí de la bici. Nuestro matrimonio fue maravilloso hasta su muerte hace cinco años —bajó la vista—. Puede que a un cínico como tú todo esto le resulte tremendamentecursi.
Sonaba exactamente al tipo de compromiso incondicional que se merecía una mujer como ella.
—Mis padres también disfrutaron de un matrimonio así hasta que él murió. Ella lo amaba tanto que yo pensé que era imposible que volviese a encontrar nada igual. Pero, me equivoqué —la quietud de Paula lo detuvo—. ¿Qué pasa?
La luz de la luna descubrió la confusión que había en sus ojos.
—Estás intentando convencerme de que es posible enamorarse dos veces, pero se supone que yo no me voy a enamorar de tí.
Oh, demonios.
—Pues...
—Te pillé —le guiñó.
Aquello le tomó totalmente por sorpresa.
—Qué mala que eres, Paula Alfonso.
—No tanto.
Algo había surgido entre ellos dado que ella se había abierto lo suficiente como para contarle cosas de su pasado y, dejando los celos aparte, él no pensaba dejar escapar semejante avance. Apoyó el brazo en el volante.
—Tengo la impresión de que llevas ahí escondida a una niña mala.
Ella volvió a atarse el pañuelo alrededor de la cabeza.
—Te aseguro que esta noche no la vas a encontrar.
Él la recorrió con la mirada, disfrutando de su franqueza y confianza. Al menos, ya no había inquietud en sus ojos. De hecho, con los labios hinchados y el pelo revuelto, se mostraba exuberante, viva. Y muy, muy acariciable. Menos mal que estaba asido al volante. Pedro puso el coche en marcha. La dejaría escapar por esta vez, pero esperaba obtener mucho más la próxima ocasión.
—Señora, va usted a acabar conmigo.
—Creo que sobrevivirás por esta noche.
—La pasaré pensando en tí —y había preparado todo para que, cuando ella se acostase, encontrase un regalo sorpresa que le hiciese pensar en él.
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