—Te invitaría a salir, pero imagino que estás agotada. Parece que la pequeña necesita estirar las piernas. ¿Qué te parece si compro comida para llevar por el camino y pasamos la tarde en la playa? Hay sitio de sobra para el resto de la familia, así que podremos estar los tres solos, relajándonos junto al agua y conociéndonos mejor.
—Es muy amable por tu parte —cierto recelo asomó a sus ojos—. Me encantaría.
—Pongámonos en marcha entonces. Una vez esquivemos a la prensa, que sin duda estará esperando fuera, podremos volver a casa tranquilos.
Le dedicó una sonrisa tranquilizadora y posó la mano en su espalda. Sólo que esta vez se preparó para anticiparse al escalofrío que le producía tocarla, Salió del despacho al largo pasillo que conducía al ascensor. Apenas notó los pasos de los demás miembros de la familia, que iban a la zaga hablando unos con otros. Un grupo de reporteros apostados tras un guarda de seguridad que les bloqueaba el paso empezaron a tomarles fotos. El hermano mayor, Marcos, se acercó y empezó a hablar con uno de los periodistas, distrayendo la atención del grupo con sus declaraciones puesto que una entrevista con un senador contaba más para ellos que una boda sorpresa. Pedro sonrió.
—Gracias, hermanito.
Se concentró llevar a casa a Paula y a Valentina. Estaba expectante, Por primera vez desde que Paula había irrumpido en su mundo, sentía que retomaba el control de su vida. El futuro de Valentina estaba a salvo. Y durase lo que durase aquel matrimonio. Paula y él tendrían una relación totalmente legal y sin preocupaciones respecto a implicaciones sentimentales por parte de ambos. Se detuvo frente al ascensor privado destinado a empleados e imitados especiales y, justo al apretar el botón, la puerta se abrió y mostró a la persona que había en su interior, Demonios. Una pelirroja de largas piernas, de unos veintitantos años, parpadeó sorprendida y después le sonrió. No podía haber sido peor momento para entrarse con una de sus ex. Era la hija del juez, la chica con la que había estado saliendo. ¿Era Gabriela? No. Soledad le arrancó el ramo de las manos.
—Muy bien, Pedro Alfonso, estas oficialmente perdonado —se llevó las flores a la nariz e inhaló profundamente, sacando pecho veladamente—. Son preciosas, eres un encanto. Rosas y azucenas, ni más ni menos, no sabía que fueses tan romántico.
Paula se indignó visiblemente, alejándose de la mano que se posaba en su cintura. Tenía que salvar la situación antes de que un periodista con teleobjetivo y gran oído obtuviese un nuevo titular. Metió a Paula y a Valentina en el ascensor junto con Soledad y pulsó el botón de «Cerrar».
—Oh, Soledad; me gustaría presentarte...
Soledad se echo a reír, interrumpiéndole.
—Pensaba enviarte un mensaje que dijese: «Púdrete, asqueroso», pero dado que te has disculpado con flores —volvió a llevárselas a la nariz—, te perdono por haberme roto el corazón.
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