martes, 27 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 30

Cuatro días más tarde, Pedro se abrochó el cinturón en el jet de la familia Alfonso, listo para despegar. Por fin se quedaba a solas con Paula después de una cena diplomática a la que había asistido la familia en el famoso Watergate Hotel. Paula había accedido a ir con ellos al darse cuenta de que podían ir y volver en el día y porque Valentina sólo iba a pasar unas horas con la canguro, la mayor parte durmiendo. Había logrado organizarse mucho mejor, sobre todo desde que tenía el portátil, por eso había aceptado la invitación. El pulso de Pedro se alteró al recordar la conversación telefónica que habían mantenido la noche del regalo. Le había resultado un desafío muy excitante encontrar modos de encandilar a su esposa, pero estaba empezando a inclinarse por todo lo que la atraía como experta en historia. En principio había pensado no ir a la cena debido a la distancia desde casa, ya que la orden de custodia temporal exigía que Valentina no saliera del estado por el momento. Luego pensó en el jet privado de la familia.  El evento había permitido a los Alfonso hacer contactos importantes y a él le había sorprendido lo mucho que había disfrutado teniéndola como acompañante. Sus hermanos y sus esposas habían decidido quedarse más tiempo en Washington junto con su madre. Federico y Eugenia llevaban con ellos a una canguro. Quizá la próxima vez Nina podría ir con ellos y pasarían el día en el Smithsonian... ¿La próxima vez? Tenía que concentrarse en el presente y en la impresionante mujer que tenía sentada a su lado. Con el pelo elegantemente recogido, Paula contemplaba por la ventanilla el cielo nocturno mientras dejaban atrás la capital del país tras una noche de baile. El vestido rojo de satén que llevaba se adaptaba perfectamente a sus curvas  el escote palabra de honor dejaba adivinar la turgencia de sus senos. Los diamantes de los Alfonso que pendían de su cuello y sus orejas reflejaban la tenue luz que tenía sobre ella como si las estrellas del exterior hubiesen entrado en el avión. Los embajadores europeos no habían dejado de mirarla. El sonido del intercomunicador lo sacó de su ensimismamiento.


—Señor y señora Alfonso—la voz del piloto inundó la cabina—, hemos alcanzado altitud de crucero, pueden desabrocharse los cinturones.


Pedro se liberó del suyo para dirigirse a la cocina.


—Si tienes hambre, hay aquí preparado un tentempié de medianoche.


Ya lo había planeado todo con antelación. El piloto se hallaba en una cabina cerrada y el avión contaba con un dormitorio independiente en la parte de atrás. No debía pensar en que tenían una cama tan cerca. Al menos, no por el momento. Paula se desabrochó el cinturón y se puso en pie, estirándose con un gemido de placer tan sensual que tuvo consecuencias directas en la entrepierna de Pedro.


—Gracias, por la comida, por la velada. Me parece un sueño —giró por la cabina, pasando la mano por los sofás que había a un lado y las filas de asientos de cuero que había al otro— haber podido contar con una canguro mientras volábamos a Washington para la cena y el baile y luego poder regresar a casa antes de que Valentina despierte.


—Me alegro de que lo hayas pasado bien. Estás... —se detuvo en la curva de su escote, donde su piel brillante destacaba frente al rojo del vestido— Impresionante. 

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