—Gracias otra vez. Usted también está muy guapo, señor Alfonso—se acercó a él y le ajustó la pajarita del esmoquin—, ¿Echas de menos el uniforme?
Él se mantuvo inmóvil para no espantarla.
—¿Y tú?
Algunas mujeres son fanáticas de los militares. La persona que hay dentro del uniforme no les interesa en absoluto, sólo la indumentaria que conlleva el puesto. Ella le dió un golpe cito en el pecho antes de apartarse.
—Estás tan guapo en esmoquin como con tus medallas, y lo sabes.
La huella de aquel roce se mantuvo en su pecho bajo la rígida tela de la camisa. Pero estaba haciendo progresos, así que dejó que Paula disfrutase de su espacio, Retiró el plástico que envolvía una fuente de plata con queso, pan y fruta y abrió una botella de agua con gas.
—Debes de estar convencida de que soy un creído.
—Creo que eres una persona segura, atractiva y exasperante —tomó una uva del plato y se la metió en la boca—. Entonces, ¿No te arrepientes de haber colgado el uniforme?
Pedro apenas la escuchó: Se había quedado absorto mirando cómo se movían sus labios y cómo lo incitaban a besar el jugo que los humedecía. Pero notó de pronto que ella estaba esperando una respuesta.
—Me da cierta pena pasar la página de ese capítulo de mi vida, pero te diré que, sinceramente, nunca me lo tomé como una carrera,
—¿Entonces por qué te alistaste si pretendías dejarlo antes de retirarte? — apoyó la cadera en la barra de mármol que separaba la cocina del área de asientos.
Él reposó la mirada en esa cadera mientras se imaginaba su mano bajando por aquella curva en misión exploratoria. Llenó de hielo dos vasos de cristal y luego los llenó de agua. Quería algo más fuerte, pero con aquella mujer necesitaba mantenerse despejado.
—Se trataba de servir a mi país, de devolverle algo de lo que me había dado.
—Eso es digno de admiración —lo miró con ojos curiosos y luego apartó la vista con timidez. Agarró su vaso—. Leí sobre tí antes de venir y supe que pilotabas un avión que fue derribado. El artículo no daba mucha información. El periodista mencionaba que no revelaba ciertos detalles para protegerte mientras acababas el servicio. Me pregunté si el accidente tuvo algo que ver con tu decisión de abandonar el ejército.
Aquel día revivió en su memoria como una nube oscura pero distante.
—No fue el mejor momento de mi vida, pero sé qué tuve suerte. Salí sin un rasguño. Al parecer, alguien que acechaba en una montaña disparó sobre el avión. Todos sobrevivieron el aterrizaje forzoso, pero tuvimos que abandonar el lugar para escondernos de los rebeldes y tardaron en rescatarnos más de lo normal.
Ella se llevó la mano al escote con cara preocupada.
—Deben de haber sido unas horas horribles, ¿Qué hicieron mientras tanto?
Untó una rebanada de pan con queso brie mientras su mente se dejaba llevar por los recuerdos.
—Abrimos unos paquetes de comida preparada y nos pusimos a pensar en nuestras familias. Sentado allí, mascando aquella bazofia, no dejé de pensar en los sándwiches de mantequilla de cacahuete que Federico y yo comíamos cuando éramos pequeños.
—Debió de ser terrorífico preguntarse si volverías a verlos alguna vez. Fue un infierno. Le ofreció el pan con queso, sor—prendiéndose al ver queno le temblaba la mano.
Se perdió en ese recuerdo del pasado para distraerse, como había hecho en el desierto.
—Por entonces yo tenía unos diez años y él nueve, y pasábamos la mayor parte del verano jugando en un bosque que había detrás de nuestra casa, Bueno, al menos, a mí me parecía un bosque. Seguramente había sólo unos cuantos árboles y un carril para bicicletas.
—¿Es que han vivido en otros sitios con anterioridad?
—Mis abuelos vivían en el complejo Alfonso y nosotros nos mudamos allí cuando papá dejó la aviación y se presentó a senador. Papá dijo que necesitábamos la seguridad que ofrecía el lugar, pero yo eché mucho de menos la libertad que disfrutábamos en nuestra antigua casa.
—Parece que fuese un refugio para niños —se apartó una miga de pan de la comisura de los labios sin dejar de mirarle.
Pedro hizo girar una y otra vez la lima que flotaba en su vaso de agua.
—Nos pasábamos el día en «Nuestro bosque». Llevábamos malvaviscos, sándwiches de mantequilla de cacahuete y una botella de zumo. Y excavábamos túneles.
—¿Túneles? —interrumpió ella con suavidad.
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