Pedro se levantó inquieto y empezó a caminar, alejándose cada vez más del despacho hasta encontrarse atravesando pasillos en dirección a la habitación de los niños, donde Eugenia le había dicho que se habían alojado Paula y Valentina. La puerta estaba entreabierta, la niña dormía en la cuna que su madre había colocado allí para los nietos. Todos esperaban que el siguiente en utilizarla fuese el hijo de Marcos y Agustina, que iba a nacer ese invierno. ¿Quién podría haber previsto aquello? Se internó en la habitación, pero se detuvo abruptamente. Paula estaba sentada en una esquina de la cama y dormía con la mejilla apoyada en el alféizar de la ventana. La sábana y el cobertor se retorcían alrededor de su cuerpo, signo de que había pasado una mala noche. Todavía llevaba puesto el vestido de la fiesta, pero se había quitado los zapatos de tacón, y el delicado arco de sus pies desnudos incitaban a Pedro a acariciarle las piernas, a explorar la suavidad de su piel. El pelo rubio le caía sobre el rostro: su pasador plateado descansaba sobre la mesilla de noche. Dado que ambos llevaban la misma ropa que la noche anterior, bien podían haber sido una pareja tras una larga y satisfactoria noche juntos. Sólo que ella no estaba allí por él. Comenzó a retirarse cuando le crujió el zapato del uniforme. Paula se despertó de un salto. Se apartó el pelo de los ojos, parpadeando muy deprisa, lo que se sumó a su sensual atractivo.
—¿Qué? ¿Valentina?
Pedro se llevó un dedo a la boca.
—La niña sigue dormida —dijo en voz baja, acercándose— No tienes que levantarte aún, a menos que quieras ducharte y cambiarte de ropa —no necesitaba una imagen de ella en la ducha para que se le chamuscase el cerebro—. Puedo... Vigilarla mientras.
Llevaba la BlackBerry. Podía seguir trabajando desde allí. Ella se subió el tirante del vestido.
—Sólo pretendía cerrar los ojos un segundo después de ponerle el pijama y luego iba a deshacer la maleta y cambiarme. Debo haberme quedado dormida.
—Tienes motivos para estar cansada después de lo de ayer, del viaje con la niña y de haber dormido sentada.
Ella retiró los cobertores que se enredaban en su cuerpo.
—No quería que la niña se despertara en un lugar extraño y se asustara.
La imagen de la cachorrita haciendo pucheros y llorando le afectó. Maldita sea. Y todavía no sabía si era hija suya.
—No me importa quedarme con la niña mientras duermes o te duchas.
—Se llama Valentina.
—Ya lo sé.
—Siempre la llamas «La niña», «La pequeña», o cosas así —Paula sacó las piernas de la cama, con el vestido plegado a la altura de las rodillas —es una persona, Valentina Thompson.
—Ya sé cómo se llama —apartó la vista de las piernas de Paula para volver a dirigirla a su rostro, igualmente fascinante—. He visto su certificado de nacimiento. Es Valentina.
Valentina. Una persona. Miró la cuna en que la pequeña, o sea, Valentina, dormía con su pijama rosa, chupándose el puño. Junto a su cabeza había un mordedor de plástico en forma de osito panda. Por primera vez en aquella noche de locos, se detuvo el tiempo suficiente como para pensar más allá del siguiente fin de semana. ¿Y si Valentina resultaba ser su hija? ¿Y si, tal y como Federico le había advertido, el juez optaba por darla en acogida aunque sólo fuese por un corto período de tiempo? De ninguna manera. Tenía que tenerlo todo de su parte, de la parte de Valentina, por si la pequeña resultaba ser hija suya. Maldita sea, Incluso se estaba pensando la proposición de Paula. Descansó la mano sobre la barandilla de la cuna y giró la cabeza para mirar a Paula.
—Has estado pensando en lo del matrimonio de conveniencia.
—No se me ha ocurrido mucho más—ella se detuvo, alerta—. ¿Significa esto que tú también lo has estado pensando?
—No pienso dar la espalda a mis responsabilidades —agarró con más fuerza la barandilla—, pero todavía debemos esperar a la prueba de paternidad. Si no es hija mía, no te serviría de nada que me casase contigo. Micaela podía haberte mentido.
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