Ella no tardaría en ponerse al día, y el trabajo de Pedro, junto con su trayectoria de relaciones fugaces, lo sacarían pronto de su vida. En realidad, no tenía otras opciones si quería quedarse con Valentina. Señaló al macizo de robles y palmitos que enmarcaban un cobertizo de dos plantas.
—¿Quién vive allí?
—Mi hermano menor, Bautista. Está acabando sus estudios de arquitectura. Se aloja aquí cuando no está haciendo prácticas en Europa.
El cobertizo tenía los postigos pintados de color azul y era más grande que la mayoría de las casas familiares, sin duda más que el departamento que Paula tenía en el centro de Columbia.
—Es preciosa.
Sabía que Pedro era de familia rica, pero aquel despliegue de grandiosidad no hizo más que recalcar sus diferentes orígenes. Paula asió el capazo con ambas manos al llegar a lo alto de las escaleras. Las puertas se abrieron antes de que él alcanzara a abrirlas. Federico, el abogado, cubría la entrada. Era tan semejante a Pedro que parecía su hermano gemelo, excepto por el hecho de que al abogado no le habían salido arrugas de reírse.
—Lo conseguiste.
Pedro dejó las bolsas de Paula sobre el suelo de madera.
—He conducido más despacio por la niña. ¿Dónde está mamá?
—Sigue en el club clausurando la fiesta para que no se note tanto que nos hemos ido —Federico miró fugazmente a Paula y a Valentina y luego volvió la vista hacia su hermano—. Tenemos que hablar.
Pedro la condujo al enorme vestíbulo.
—En cuanto las acomode.
La mujer de Federico esperaba en el arco de entrada de un gigantesco salón con cristaleras que dominaba el océano.
—Yo le enseñaré la casa —Eugenia, porque así la habían llamado en el club de campo, se apartó un rizo oscuro de la cara—. Querrás acostar a la niña. Te llevaré a tu habitación.
Aun así, Paula dudó. ¿Qué tendrían que hablar los dos hermanos que ella no pudiese escuchar? La sospecha le pinzó los nervios, pero no podía hacer nada al respecto, sobre todo estando tan cansada. Quizá podría sonsacar alguna información a Eugenia en ausencia de Pedro. Le sonrió.
—Gracias, agradezco mucho tu ayuda.
Eugenia le quitó la bolsa de los pañales.
—Déjamela a mí. Estas cosas pesan un montón. Te enseñaré la habitación de los niños.
—¿Tienen una habitación para los niños?
—Mi marido y yo vivimos a varios kilómetros, pero la abuela Ana conserva todo lo necesario para que nuestro hijo pueda acostarse aquí. El segundo marido de Ana, Carlos Renshaw, también tiene nietos de sus hijas. Todos hacemos buen uso de la habitación. En ella encontraras todo lo que puedas necesitar.
Paula seguía dudando, alojar a Valentina allí en una habitación, aunque fuese temporalmente, le parecía dar un paso muy grande. Un paso del que debería alegrarse, Eugenia se colgó al hombro la bolsa de los pañales.
—Hay un intercomunicador en la habitación, así que podrás oír el más mínimo ruido que haga la niña si te necesita.
Agotada como estaba, Paula vaciló.
—No creo que pueda dejar que se despierte sola en un lugar que no conoce.
Eugenia la miró comprensiva.
—Si quieres dormir con ella, hay además una pequeña cama en la habitación.
—Enséñame dónde está.
Eugenia serpenteó por pasillos pintados de amarillo pálido hasta que Paula se preguntó si sería capaz de encontrar el camino de vuelta para salir del mundo de los Alfonso, Podía oír el tictac de un reloj de pie y sus pasos amortiguados por alfombras orientales. Pero no pudo aguantar tanto silencio. Además, así nunca se iba a enterar de nada a través de aquella mujer.
—¿No me vas a preguntar si estoy mintiendo? Todos dudan de mí.
Eugenia se volvió a mirarla con una sonrisa.
—Creo que es cierto que Valentina es hija de Pedro.
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