Encerrada en el ascensor con Pedro, la mayor parte de su familia y una pelirroja altísima que llevaba su ramo de novia, Paula se reprendió a sí misma por ser tan crédula. Micaela ya le había advertido del pasado de él. Reprimió las ganas de apartarse a una esquina, pero el orgullo le enderezó la espalda. El orgullo y la necesidad de seguir adelante por el bien de Valentina.
—Paula, te presento a una amiga de la familia, Soledad Cooper, Soledad, te presento a mi esposa, Paula —hizo un gesto hacia su hija y se limitó a decir—: Y ésta es Valentina.
La pelirroja se puso... Bueno, tan roja como su pelo. Abrió y cerró la boca un par de veces y Paula sintió pena por ella. Los ojos de Soledad se posaron en las flores y apretó la boca.
—Supongo que esto debe de ser tuyo. Lo siento, ha sido culpa mía —le tendió el ramo a Paula—. Enhorabuena. Y buena suerte.
Evidentemente, la ironía que encerraban sus palabras inundó el pequeño espacio tanto como el olor empalagoso de su perfume. Paula no pudo enfadarse con la mujer que le había estropeado el día. Gracias a ella había descubierto de primera mano lo rápido que un beso de Pedro podía convencer a una mujer de que olvidase toda advertencia. Por suerte, las puertas del ascensor volvieron a abrirse pronto y Soledad se marchó sin despedirse siquiera. Bautista avanzó lentamente, rascándose la cabeza.
—Al menos no ha preguntado por la niña.
Federico se tosía en la mano. O se reía. Pero para Paula no tenía ninguna gracia. No podía evitar a Pedro: Después de todo, se había casado con él. Y encima apenas lograba resistirse a su encantadora sonrisa.
—Pedro, he cambiado de idea con respecto a la cena. Creo que ya no me apetece ir a la playa.
Siete horas más tarde, Paula se dejó caer en la cama de invitados con un suspiro de cansancio y exasperación. Al menos había logrado aguantar la cena familiar, aunque no había conseguido comer demasiado. La atormentaban pensamientos sobre el modo en que podían haber pasado la velada, imágenes de ambos dejando pasar el tiempo en la playa, conociéndose el uno al otro. Después del desastre de lo de Soledad; él no se había molestado en compartir una cena agradable con ella. Giró para tumbarse boca abajo y jugueteó con el ribete blanco de la almohada. Una amiga de la familia. Qué típico. Era evidente que Soledad esperaba más de Pedro, a juzgar por el modo en que le había celebrado las flores. Las flores de Paula, que ahora descansaban en la otra almohada. Arrancó una rosa del ramo, liberando su flagrante perfume. Acariciándose los labios con ella, miró a través de la puerta que conectaba con la habitación que Ana había dispuesto para Valentina, Tantas molestias y dinero invertido, como si la niña y ella fuesen a quedarse de forma permanente, la enervaban. Al menos el juez había logrado contactar con otro juez de Columbia y habían firmado un acuerdo que concedía la custodia temporal de la niña a Pedro y Paula Alfonso. Sólo pensar en su nuevo apellido le causaba escalofríos. Había sido Paula Martínez desde su matrimonio con David, porque había mantenido el apellido después su muerte. Antes de eso, se llamaba Paula Chaves. Pero ni Paula Chaves habría sido capaz de arreglarlo todo tan de prisa y en ese momento no podía reprocharle a los Alfonso haber abusado de sus privilegios, dado que gracias a éstos Valentina estaba a salvo.
El resto del día desde que dejaron los juzgados había sido confuso. Ana organizó una comida en la casa y ni Pedro ni Paula pidieron que los dejaran solos. No debía importarle que él tuviese un amplio historia] de conquistas. No tenía intención de conservar su matrimonio, pero se preocupaba por Valentina y no deseaba que hubiese un desfile constante de mujeres saliendo y entrando en la vida de Pedro, Paula bajó de la cama y se dirigió al nuevo cuarto de la niña, más agradable que el rincón en el pequeño vestidor del de su departamento y más personal que la lujosa habitación para las visitas de los nietos Alfonso y Renshaw, Valentina ya no era una visita. ¿Echaría de menos su rinconcito en el apartamento? Paula lo había decorado con mucho cariño, con un jardín lleno de picaras hadas que recordaban al Sueño de una noche de Verano de Shakespeare. Aquella habitación estaba decorada en tonos rosas y marrones a juego con las paredes rosadas. La decoración se remataba con pequeñas zapatillas de ballet. Sin duda, los Alfonso tenían más que ofrecerá Valentina en términos económicos. Pero ¿Y el amor?
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