jueves, 22 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 25

Bajó corriendo la escalera y dió la vuelta a la esquina para dirigirse hacia el despacho en que Paula estaba acampada frente al ordenador. Habían viajado a Columbia un par de días antes para recoger sus cosas, incluyendo el ordenador para que pudiese continuar trabajando en sus clases por Internet. Ella había desempaquetado todo su material académico y lo había colocado en unas estanterías situadas a ambos lados de la ventana. El ordenador descansaba n la enorme mesa de despacho y en la esquina de la habitación Paula había colocado además una sillita balancín para Valentina. Estuvo contemplándola durante un tiempo, disfrutando del modo en que su pelo lacio y rubio resplandecía con cada movimiento de su cabeza, por mínima que fuera. Con un pantalón vaquero y una camiseta ajustada de color verde, estaba tan atractiva como con el vestido negro que llevaba el día en que la conoció. Sin apartar la vista de la pantalla, Paula tiró de la cinta del pelo que llevaba enroscada en la muñeca en un gesto típico suyo que él había aprendido a detectar. A Pedro le encantaba descubrir en ella cosas nuevas que la sacaran de su sombría reserva. Le atraía la sencillez de su sentido práctico, ya que éste despejaba cualquier duda inicial que hubiese podido albergar sobre si en realidad Paula buscaba el dinero de los Alfonso. A ella le gustaba pasear descalza por la playa y llevar a Valentina al parque. Mientras las niñeras paseaban a los niños vestidos de diseño en cochecitos de lujo, ella dejaba que la niña se revolcase en una manta sobre la hierba para que, como ella decía, «Pudiese ver el mundo de cerca». Incluso le gustaba ver cómo a veces destapaba su faceta de profesora de Historia e impartía una inesperada clase sobre un edificio histórico por el que pasaban o una lección sorpresa sobre la influencia de los hugonotes franceses en Charleston. Bautista se había burlado de ella la primera vez que la había visto embarcarse en una de sus diatribas, pero al final, hasta él había acabado interesado por sus historias. Pedro no recordaba haber deseado tanto a una persona.


—Eh, profesora. ¿Cómo van esas notas?


Ella alzó la vista, sonriendo enseguida.


—Estoy a punto de terminar todo el trabajo que tenía atrasado.


Él dejó el intercomunicador en una esquina de la mesa, albergando expectativas.


—¿Estás lista para hacer un descanso?


—Ahora mismo no estoy enfangada en ninguna cosa, ¿Qué necesitas?


Necesitaba convencerla de que era inevitable que se acostaran juntos.


—Vamos a dar un paseo en coche por la costa.


A ella se le iluminó la cara, pero luego fijó la vista en el intercomunicador.


—Puede que Valentina me necesite. 


—Sólo será un paseo, no iremos lejos. Una salida para mayores, para despejarse del trabajo. Acabo de hablar con Bautista y viene de camino —Ana y su marido estaban de viaje de negocios—. Puede llamarnos o avisar al ama de llaves si tiene algún problema, porque Valentina está dormida y no parece que vaya a despertarse en breve —levantó el monitor y lo agitó frente a ella— He estado mirando y escuchando.


—No te he oído —miró al intercomunicador como si éste la hubiese traicionado.


—Me he movido muy poco. No quería despertarla —Pedro le giró la silla para colocarla frente a él—. Te mereces un descanso. Venga.


Como siempre que meditaba algo, Paula colocó la lengua en la comisura de sus labios, un hábito cada vez más atractivo que apremiaba a Pedro a pasar un tiempo a solas con ella fuera de la casa. Paula golpeó resuelta los brazos del sillón.


—Muy bien, me has convencido. Deja que grabe lo que he hecho —pulsó algunas teclas y luego hizo rodar la silla alejándola de la mesa para levantarse.


A unos centímetros de donde él se encontraba.


El olor a vainilla que desprendía su cuerpo lo incitaron a acariciarle la mejilla con el dorso de la mano. Sólo una caricia. Pero no podía apartar la mano. Ella levantó la vista para mirarlo a los ojos y sus pupilas se ensancharon empujando al marrón hasta que ambos colores se mezclaron. Un carraspeo los interrumpió desde el fondo de la habitación. Maldición. Paula se sonrojó. Pedro dejó caer la mano para apretarle el hombro y se giró hacia la puerta abierta sobre cuyo marco se apoyaba Bautista. Llevaba el pelo largo hasta los hombros: El hermano rebelde siempre marchaba a su propio ritmo.


—Listo para cambiar pañales, hermanito.


Pedro le pasó el intercomunicador.


—Gracias. Te debo una.


Paula agarró un lápiz.


—Te escribiré todas las instrucciones en un momen...


Bautista sacó un trozo de papel del bolsillo trasero de su pantalón. 

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