La pérdida de su marido había enseñado a Paula lo inestimable, valioso y frágil que podía ser el amor. Todo aquel dinero no significaba nada para Valentina si no venía envuelto en cariño. Ana Alfonso Renshaw podía ser una abuela afectuosa, pero no parecía tener intención de ser algo más que eso. ¿Y Pedro? Estaba muy preocupada por su capacidad para cuidar de Valentina, se preguntaba si quería ir más allá de lo que dictaban las apariencias, porque ella se tomaba muy en serio su responsabilidad para con la niña. La habitación se oscureció y cuando alzó la vista vió a Pedro en la puerta, como si lo hubiese conjurado con sus pensamientos. Se había quitado el traje y llevaba unos, vaqueros y una camisa blanca arremangada que mostraba sus brazos bronceados. Unos brazos muy masculinos. Hasta sin uniforme, lograba que a ella se le secase la boca de deseo. Apartó la vista de él y le señaló la habitación.
—Es preciosa, Las zapatillas de ballet son muy bonitas. Tu madre y Eugenia se han tomado muchas molestias en preparar esta habitación para Valentina cuando ya hay una habitación para los niños en la casa.
—Eugenia es decoradora de interiores. De hecho, es ella quien ha decorado toda la casa.
—Es obvio que sabe hacer bien su trabajo. ¿Querías algo?
—He notado que no has comido mucho. Te he traído algo de comer.
Ella recordó el picnic que habían planeado con anterioridad y pensó en rechazar educadamente lo que le traía, pero tenía hambre. Sólo necesitaba mantenerse alerta.
—Gracias, muy amable.
—Te prometí una comida y yo mantengo mis promesas —le indicó con la cabeza que le siguiera—. Salgamos al porche de tu habitación. Todo está preparado allí para que puedas oír a Valentina si te necesita, así no la despertaremos con nuestra charla.
Se giró sin esperar respuesta, ya que era un hombre acostumbrado a que la gente obedeciese sus órdenes. Y con una espalda y un trasero perfectos, maldita sea. El deseo volvió a azuzarla interiormente recordándole cuánto la había conmovido con tan sólo un beso. Tenía que ser fuerte. Necesitaba simplificar las cosas entre ambos, porque complicarlo todo sólo iba a traerle problemas a la hora de decir adiós. Él abrió la doble cristalera que daba al exterior.
—Prepárate para el festín.
Paula parpadeó sorprendida, deteniéndose de golpe ante la mesa cubierta de lino, plata, rosas y velas. Una barandilla de madera rodeaba la balconada y las olas rompían hipnóticamente frente a la escalera que conducía a la playa. El vestido de novia se agitaba sensualmente sobre sus piernas.
—Es mucho más de lo que esperaba —levantó una tapadera y encontró una cena a base de carne y langosta que despedía un delicioso olor a mantequilla derretida—. Mucho más.
La mesa estaba tan maravillosamente dispuesta que ella esperaba pequeños y exquisitos bocados, pero a pesar de la decorativa presentación, le sorprendió descubrir que las raciones eran abundantes. Pedro le mostró la silla.
—Pensé que tendrías hambre.
Ella pasó junto a él para sentarse y le rozó levemente con el hombro antes de tomar asiento. Los antebrazos de él apenas entraron en contacto con su costado mientras le acercaba la silla a la mesa y la cubría con el aroma de su colonia, más apetecible que cualquier comida. Paula tuvo que contenerse las ganas de apoyar la cabeza en su hombro y volver a disfrutar del sabor de su boca.
—Tengo hambre —voraz y repentina.
Bueno, si no podía alimentar sus sentidos como le pedía el cuerpo, al menos disfrutaría de la comida. Colocó la servilleta sobre su regazo sin dejar de mirar la sopa de cangrejo. Pedro se acercó a las dos botellas de vino que había en unas cubiteras de plata.
—¿Prefieres chardonnay o merlot? —sonrió—. No te preocupes, no voy a emborracharte y exigirte «Derechos» maritales. El cocinero no sabía qué tipo de vino te gustaría más para una comida de carne y pescado.
Derechos maritales. Las palabras le provocaron una visión de ambos enredados en las sábanas de Pedro, llevando su atracción a un calenturiento desenlace. Desterrando ese pensamiento, probó la sopa y contuvo un gemido de agradecimiento. Quizá lo que necesitaba era una excusa para liberarse de tensiones y dejar de pensar en una relación física con el hombre que tenía al otro lado de la mesa. Sus sentidos se avivaron pidiendo más, más de todo.
—Debería mantenerme despejada para poder escuchar a Valentina.
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