jueves, 8 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 12

 —¿Cómo puedes estar tan segura?


Eugenia señaló el retrato de un niño que había colgado en el pasillo. En sus ojos brillaba un amor sincero.


—Éste es mi hijo, Nicolás Alfonso. Y es evidente que es primo de Valentina —le indicó otras imágenes enmarcadas de niños a lo largo del camino, todos con unos ojos azules impresionantes—. Estos son Marcos, Pedro, Federico y Bautista cuando eran niños. El aspecto de los Alfonso es inconfundible.


Ella estaba totalmente de acuerdo. Los ojos azules, la sonrisa desigual… Todos la tenían, como Valentina.


—Y si tú ves el parecido, ¿Por qué ellos no?


—Porque yo miro con ojos de madre, como tú —Eugenia se detuvo frente a una puerta cerrada y descansó la mano sobre el picaporte—. Los vemos de una forma en que nadie los verá jamás.


Las palabras de Eugenia la rindieron ante una evidencia inexorable.


—Yo no soy la madre de la niña.


—Estás dispuesta a todo por Valentina. Para mí, eso te convierte en su madre — Eugenia la miró con comprensión—. La familia querrá realizar una prueba de paternidad por razones legales, por supuesto. Son así de detallistas, pero eso protegerá los intereses de Valentina tanto como los de ellos.


—Los resultados tardan bastante, ¿Verdad? —¿Lo sabrían con la suficiente antelación como para presentarlos en un juzgado de familia?


—Nada lleva demasiado tiempo para un Alfonso. Son personas impacientes y tienen el dinero suficiente como para que sus deseos se cumplan con celeridad. No te preocupes, enseguida tendrás la respuesta.


Eugenia abrió la puerta de una habitación espaciosa, pintada de verde mar, con una cuna en un extremo junto a una cama que quedaba bajo la ventana. En una esquina, bajo un mural con personajes de cuento, había una gruesa y deliciosa mecedora.


—Hemos llegado.


—Gracias por mostrarme el camino —Paula se internó en la habitación con sentimientos encontrados, deseando haber podido ofrecerle a Valentina todo aquello y mucho más.


Eugenia mantuvo la puerta abierta.


—Estoy segura de que Pedro se pasará por aquí en cuanto acabe de hablar con Federico. Yo tengo que irme a casa para que la canguro pueda marcharse, no me gusta pasar demasiado tiempo alejada del pequeño Nicolás. Buena suerte. 


—Espero no tener que necesitarla.


Le sonrió apretándole el brazo, notando la preocupación de Paula.


—Todo saldrá bien. Ambas estaréis bien, ya verás.


El ruido que hizo la puerta al cerrarse tras ella le recordó a Paula que pretendía sonsacar a aquella mujer. No había descubierto mucho aparte de la confirmación de lo que ella ya intuía: Que Valentina era una Alfonso. Tiempo después de que Eugenia se hubiese marchado y laniña estuviese acostada en su cuna, Paula se sentó en la cama abrazada a sus piernas y contempló el océano, incapaz de conciliar el sueño. Demasiadas preguntas, dudas y temores, se arremolinaban en su cabeza, como aquellas olas que rompían y se retiraban para volver a romper de nuevo. Lo único que veía tan claro como la luna que se reflejaba a lo lejos en las aguas oscuras era que los Alfonso tenían mucho poder. Con el dinero y la impaciencia con que podían permitirse comprar una prueba de paternidad para el día siguiente podían además deshacerse de cualquier persona que no perteneciese a su exclusivo mundo. Sin derechos legales sobre Valentina y estando Micaela fuera, Paula podía fácilmente encontrarse enfrentada a Pedro. Después de haber contemplado impotente la muerte de su marido, no lograba vencer el miedo a que le volviesen a arrebatar a alguien a quien amaba. 



Tras la mesa del estudio familiar, Pedro se frotó la incipiente barba. Los rayos de sol empezaban a asomar tras el horizonte y atravesaban los grandes ventanales. Federico dormía sobre un sofá de piel situado frente a las estanterías de roble, pero él se había mantenido despierto para recibir los informes que el detective le había estado enviando a su BlackBerry durante toda la noche, al tiempo que hacía algunas comprobaciones por su cuenta. El dinero e Internet constituían una fuente rápida de información. Hasta aquel momento, se había comprobado todo lo que había contado Paula Martínez. De hecho, trabajaba en la Universidad de Carolina del Sur. Llevaba tres años como profesora de historia, pero aquel semestre había decidido abruptamente impartir sus clases únicamente por Internet, más o menos por la fecha en que Valentina entró de lleno en su vida. Micaela Thompson había sido compañera de colegio de Paula y había tenido una niña que se llamaba Valentina. Sostuvo la BlackBerry en la mano, contemplando el último informe. El que le había sorprendido. Paula era viuda. La causa de muerte de su marido aparecía citada como «Ahogamiento accidental», lo que explicaba la mirada de angustia que nunca abandonaba el rostro de Paula, ni siquiera al sonreír, cosa que sólo hacía al mirar a la niña. Las cosas se estaban complicando.


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