jueves, 29 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 33

Ella sabía que, si no aprovechaba la oportunidad, sin duda se iba a arrepentir durante el resto de su vida. Pedro tenía razón. Estaba llena de necesidades insatisfechas, necesidades que aumentaban de forma dolorosa conforme pasaba más tiempo con él. Entregada, nerviosa... Y excitada, posó ambas manos sobre el pecho de Pedro.


—En cuanto aterricemos, quiero que consumemos este matrimonio.


Pedro bajó la mirada de un modo tremendamente atractivo y deslizó las manos por su espalda, atrayéndola hasta situarla cadera con cadera con él.


—¿Y quién dice que hay que esperar a que aterricemos?


La posibilidad de tenerlo allí y en ese momento hizo correr por sus venas una oleada de deseo. Pero su innato sentido práctico la cubrió de reservas.


—¿Y el piloto?


—Está en una cabina cerrada y ocupado pilotando el avión, e incluso en el caso de que tuviese que conectar el piloto automático y abrir la puerta por alguna razón, se anunciaría primero por el intercomunicador —explicó Pedro. Empezó a subir las manos por la cremallera del vestido de Paula y luego las hizo descender por sus hombros desnudos. Sus dedos encallecidos le rasparon la piel en un gesto seductoramente viril—. El dormitorio no es grande, pero tendremos intimidad.


Con ansia creciente, Paula miró hacia la pequeña puerta que se abría detrás de la zona de asientos. Durante el vuelo de ida, no le había prestado mucha atención porque estaba en compañía de los hermanos de Pedro y de sus cuñadas. En aquel momento tampoco pensó que volarían los dos solos a la vuelta.  Muy solos. Sin más demoras ni cuestión armenios de ningún tipo. Una deliciosa expectativa le hizo ponerse de puntillas y la boca de Pedro esperó para que ella pudiese susurrar:


—Pues sí, estoy considerando mucho la posibilidad de acostarme contigo.


Agarrándola por la cintura, Pedro la sentó sobre la barra. Luego se situó entre sus piernas, respirando en su frente.


—Quédate ahí, justo donde estás ahora, para que pueda tocarte —le recorrió la frente con los labios—, sentirte —la besó en la mejilla—, tomarme mi tiempo contigo.


Unió sus labios a los de ella, explorándola, acariciándola y excitándola al mismo tiempo. La hizo perder de golpe toda contención. Había estado pensando en él, en ese momento, desde la noche en que le regaló el ordenador, la noche en que le dijo que soñaría con ella, así que le rodeó el cuello con los brazos, deseando con fuerza poder estar aún más cerca. Las solapas de seda del esmoquin acariciaron la acalorada piel de sus hombros desnudos. Con los dedos, Pedro dibujó una línea justo bajo el collar de Paula, paseándolos entre sus pechos por un instante. Jadeando entre frenéticos besos, ella aspiró el olor de su aftershave , disfrutando del roce de sus rugosas mejillas. Una excitante sensación se extendió por su piel, haciendo que el más mínimo roce le proporcionase un inmenso placer. Él tomó su cara entre las manos, besándola en los ojos y las mejillas, acariciándole los hombros hasta hacer que sus pechos ansiaran su atención. Paula unió los tobillos por detrás de las rodillas de Pedro para acercarlo más, tanto como le permitía el vestido de noche que se interponía entre ambos. Con un gruñido de satisfacción, él se lo subió hasta las rodillas para que Paula pudiese rodearle la cintura con las piernas y, tomándola en sus brazos, la levantó de la barra. Ella gritó de regocijo en su boca y lo abrazó fuerte mientras la llevaba por la cabina hasta la puerta del dormitorio. Pedro la abrió, entraran, y la cerró tras ellos con un «Clic». La cama estaba cubierta por un grueso edredón granate que resaltaba los detalles de caoba y el dorado de las luces, y resultaba muy acogedora. Había una luz tenue, la justa para que ella pudiese descubrir las líneas de deseo que se marcaban en el rostro de Pedro mientras le besaba la cara. La dejó de pie en el suelo, haciendo que su cuerpo se deslizase por el de él con excitante precisión.


—Paciencia, Paula.


—Luego —le quitó la chaqueta del esmoquin, deseando verlo, tenerlo. 

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