jueves, 8 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 10

No tenía más remedio que ir con él, y lo sabía. Sentada en el asiento de atrás del sedán de Pedro junto al capazo de Valentina, Paula deseó haber previsto aquel giro en sus planes. Los amplios hombros de Pedro, enfundados en la chaqueta del uniforme, se extendían ante ella en el asiento del conductor. El coche atravesó la verja de seguridad que daba paso al complejo costero en que vivía la familia Alfonso y, conforme la verja se cerraba tras ellos Paula se arrimó a Valentina, que yacía dormida en su capazo. Había sido una noche muy larga, pronto amanecería y necesitaba tranquilizar sus nervios deshechos. Al acudir a Pedro para solicitar su ayuda, se había hecho vulnerable porque ahora, con una sola llamada a los servicios sociales, él podía arrebatarle los días que necesitaba para solucionar el futuro de Valentina. No se había sentido tan impotente desde el día en que su marido se ahogó mientras ella lo observaba sin poder hacer nada. Contempló nerviosa la mansión que la familia Alfonso te nía junto a la playa en Hilton Head. Pedro le había contado que su hermano el abogado vivía con su esposa en una casa a varios kilómetros de allí y que su hermano mayor, que era senador, vivía con la suya en una mansión de antes de la guerra en el centro de Charleston. Él mantenía sus cosas en la tercera planta de la mansión familiar, ya que se marchaba de servicio bastante a menudo. 


Ella había conocido a muchas familias ricas en los actos que la universidad organizaba para recaudar fondos, pero nunca había visitado un lugar semejante. A pesar de haber insistido en que no necesitaba dinero, pagar un hotel durante el fin de semana le habría supuesto darle un buen bocado a su cuenta corriente. Y necesitaba ahorrar por si tenía que hacer algún pago durante el proceso de adopción de Valentina. En ese aspecto, lo más inteligente era alojarse allí. Había visto algunas fotos al indagar en Internet sobre la familia Alfonso y había leído que éstos habían diversificado y aumentado su fortuna mediante hábiles operaciones realizadas a lo largo de generaciones, pero ninguna imagen podría haberla preparado para aquella visión tan impresionante. En primera línea de playa, dominando el Atlántico, habían construido una enorme casa de tres plantas con cubiertas victorianas. Unas largas escaleras conducían al porche de la segunda planta, que daba paso a la entrada principal. La primera planta estaba protegida por rejas y parecía ser una amplia zona de esparcimiento. Como ocurría en Charleston, muchas casas pegadas al mar se construían en alto para protegerse de las inundaciones producidas por los huracanes.  detuvo junto a la casa, lo que le permitió contemplar los espesos arbustos que se extendían tras ellos y la costa atlántica justo enfrente. Entre la casa y la playa había una piscina de forma orgánica, y en el jacuzzi que tenía en la base los remolinos de agua clorada brillaban a la luz de la luna. Pedro estacionó el coche y posó la mano sobre el tirador de la puerta.


—Sacaré sus cosas del maletero mientras se ocupa de la pequeña.


Salió antes de que ella pudiese contestarle. Al parecer, había heredado la capacidad de su madre para tomar el mando. Paula dió la vuelta alrededor del Mercedes y desenganchó el capazo del asiento trasero para no despertar a Valentina. El sacó del maletero una pequeña maleta y una bolsa de lona con una cuna portátil.


—Comparada con la mayoría de mujeres que conozco, viaja con muy poco peso.


—Sólo pensaba quedarme una noche —había contado con conseguir su apoyo y marcharse a casa por la mañana: una ingenuidad, viendo lo complicado que se tornaba todo—. Tengo que reincorporarme a mi trabajo en Columbia.


Él señaló con un gesto la escalera.


—En ese caso, puede dejar a Valentina aquí.


Ella dudó en el primer escalón, porque sentía claustrofobia ante la idea de entrar en la casa. Pero tampoco era como si él la fuese a encerrar en el ático.


—No pienso abandonarla.


—Yo tampoco —dijo él con total convicción, lo que hizo que Paula se alegrara por Valentina. Ojalá pudiese confiar en él.


Retiró la vista de sus ojos azules y persuasivos y volvió a mirar la escalera. Sería algo temporal, hasta que a él le diesen un nuevo destino, y luego reanudaría su vida.


—Parece que estamos en punto muerto.


—¿Y su trabajo?


—Este semestre voy a dar todas las clases por Internet —había ajustado su horario para estar con Valentina, ya que pensó que aquélla sería la única oportunidad que tendría de cuidar de un bebé. De haber sabido lo que iba a pasar cuando Micaela le dejó a su hija...—. Puedo trabajar desde aquí hasta que todo se arregle.


Hasta que él se marchase. 

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