martes, 27 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 32

 —Cavábamos zanjas muy profundas, las tapábamos con madera y luego echábamos tierra encima —casi podía oler la humedad de aquellas cavernas—. Tuvimos suerte de no morir mientras gateábamos por allí. Podíamos habernos ahogado o la cubierta nos podía haber aplastado de llegar a pisar alguien uno de aquellos tableros.


Con un escalofrío, ella se rodeó el cuerpo con los brazos, haciendo que se le hinchase el pecho de forma discreta pero atractiva.


—¿Y qué dijo tu madre cuando lo descubrió?


Sus ojos pasaron por encima de aquel escote y apretó los puños para contener el impulso de conocerlo de primera mano. Bebió de un trago medio vaso de agua.


—Mi madre nunca supo de los túneles. De haberse enterado, nos hubiese castigado hasta el final del verano —y se lo hubiesen merecido. Su madre había sido dura pero justa—. Pusimos a Bautista de guardia para avisarnos si ella venía.


—¿Cuánto tuvieron que pagarle para que no se chivara?


—¿Quién dice que le pagamos? —guiñó—. Era el más pequeño. Hacía lo quele dijésemos.


Ella se inclinó aún más para alcanzar otra uva, inundándolo con su perfume de vainilla.


—¿Y tu hermano mayor, Marcos?


—Es demasiado obediente. Nunca le contamos nuestro secreto. A mí me gustaba especialmente, a veces me escabullía para estar allí solo. Federico dice que no le sorprende que ingresara en el ejército.


—Y ahora que som mayores están los cuatro aún más unidos —bajó la vista hacia el vaso de agua—. Envidio esa clase de amor y apoyo.


—Somos muy afortunados. Y yo tuve suerte aquel día en el desierto. Pensé mucho en esos sándwiches mientras esperaba en la trinchera en Afganistán.


 ¿En qué pensaría ahora si volviera a verse en la misma situación? Sin dudarlo, supo que la cabeza se le llenaría de imágenes de Paula y Valentina. Ambas habían llenado su mundo muy deprisa y le resultaba inquietante pensarlo teniendo en cuenta el poco tiempo que llevaban juntos. Paula dejó caer su mano sobre la de él.


—Es muy honorable que sirvieses a tu país. Tenías muchas opciones y a pesar de todo decidiste hacerlo. 


Él deslizó la mano para entrelazar sus dedos con los de ella y sentir la suavidad de su piel, su calor. Enseguida se encontró imaginándose lo suave que sería la piel que escondía bajo el vestido.


—A lo mejor fue porque no sabía qué hacer al acabar los estudios.


Ella negó con la cabeza.


—De ser así te habrías limitado a vivir del dinero de la familia.


—Qué aburrido —rechazó el halago, sintiéndose incómodo. Le acarició la muñeca con el pulgar, sintiendo el latir de su pulso.


Al darse cuenta, a ella se le agrandaron las pupilas, pero no apartó la mano.


—¿Y qué me dices de tu nuevo trabajo? ¿Evitará que te aburras?


La conversación se estaba poniendo más profunda de lo que él pretendía. No quería que nadie husmeara en su cerebro para conocerlo mejor, sobre todo sabiendo que su forma de vida y la de ella no eran compatibles para nada que no fuese una aventura ocasional. Ambos debían dejar aparte los sentimientos por el bien de Valentina. Y él necesitaba reconducir la conversación y toda la velada a donde pretendía. Sin soltarle la mano, tiró de ella hasta que sus cuerpos se rozaron. El cuerpo de Pedro reaccionó tensándose al instante.


—¿Sabes lo que evitaría que me aburriese en este momento?


Ella echó la cabeza hacia atrás, dejando expuesto su cuello mientras levantaba la vista para mirarlo con ojos oscuros e intensos.


—Para. Quiero hablar. Si quieres contar con alguna posibilidad de llevarme a la cama, hablemos en serio durante cinco minutos.


Las palabras de Paula avivaron su deseo.


—¿Estás considerando la posibilidad de acostarte conmigo? 


De pie en la cabina del avión, con los sentimientos tan en las nubes como su cuerpo, Paula no pudo seguir negándolo. Quería hacer el amor con Pedro. Y sí, una parte de ella se sentía reconfortada al pensar que él no tardaría en marcharse, porque las secuelas serían menores si contaba con tiempo para recuperarse. Quizá por esa vez lograse mantener su corazón a salvo. Toda la cita había sido surrealista desde el principio. Ella nunca se había imaginado volando en un avión privado, llevando semejantes joyas o codeándose con dignatarios internacionales en el salón de baile de un hotel histórico. Pero por encima de todo, había sido Pedro el que había centrado la velada. Se había mostrado encantador, recordándole en todo momento con su sonrisa y energía el placer que le esperaba a tan sólo una caricia de distancia. Sí se atrevía.


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