jueves, 22 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 26

 —Ya está hecho. Pedro me ha preparado una lista muy detallada —miró a su  hermano mayor—, ¿Sabías que ya no tengo diez años? Y ahora se marchan, los dos.


—Ya estamos saliendo —Pedro rodeó los hombros de Paula con el brazo y la sacó al pasillo.


—Te has aprendido la rutina de cuidados de Valentina —dijo mirándole a los ojos y, sorprendentemente, sin apartar la vista esta vez. 


Aquello iba avanzando.


—¿No la trajiste aquí para eso? —La guió a lo largo del pasillo, disfrutando de tenerla a su lado—. ¿Para que tuviese un padre?


Su sonrisa se desvaneció y se puso tensa.


—¿Ha descubierto el detective algo nuevo sobre Micaela?


—Poca cosa, nada especialmente útil, de no ser así te hubiese avisado inmediatamente —deseaba tener a su disposición a todo el equipo de inteligencia militar, pero lo único que podía hacer era seguir gastando dinero en detectives privados.


Qué desastre para la Valentina. Si Micaela se había marchado por gusto, es que su hija no le importaba en absoluto. Y si resultaba estar muerta... En cualquiera de los dos casos, la niña los necesitaba. Conforme pasaban los días, Pedro se iba dando cuenta de que no iba a poder permitirle a Micaela que volviese a mantenerlo apartado de su hija. Sí regresaba, él sin duda seguiría jugando un papel importante en la vida de Valentina.


—A Micaela la despidieron a la semana de empezar los ensayos. A partir de ahí se pierde su rastro.  Ni siquiera ha utilizado la tarjeta de crédito. Nada. Pero tampoco hay indicios de que haya cometido algún delito.


—Al menos es un alivio —Paula se agarró al pasamanos mientras bajaba la escalera que conducía al garaje.


—Y al menos el juez está de nuestra parte en lo que respecta a la custodiatemporal.


Ella giró la cabeza para mirarlo.


—¿Por cuánto tiempo crees que tendremos que mantener esta farsa?


—Afrontémoslo como un reto diario—dijo, abriendo la puerta del garaje—, o, más bien, vespertino —posó la mano en la cintura de Paula conforme pasaban junto al todo terreno que usaban para remolcar el barco y avanzaban alo largo de la serie de vehículos de la familia.


Paula le dió unos golpecitos en el hombro. 


—¿Pedro? Pedro, tu Mercedes esta aquí.


—No lo vamos a utilizar—pasó de largo por delante de su coche y se detuvo frente al vehículo en el que iban a pasear esa noche—. He alquilado éste por unos días.


Era un Aston Martin descapotable de 1965.


—Oh, Dios mío —exclamó ella— parece de James Bond.


Pedro abrió la puerta del copiloto y le tendió un pañuelo.


—Hagamos que sea un paseo memorable.


Tras acomodarse detrás del volante y maniobrar para sacar el vehículo del garaje, arrancó el motor y puso rumbo a la carretera de la costa. Ella echó la cabeza hacia atrás en un abandono que a él le suscitó escenas de sexo desinhibido. Descendió poruña cura y las casas se fueron alejando poco a poco, hasta dejar ante ellos únicamente la visión de la playa. Paula sacó el brazo por la ventanilla abierta mientras su pelo y el pañuelo se agitaban tras ella.


—Esto es impresionante.


—Espera a que te lleve a las costas de Grecia.


Ella se echó a reír, por el gusto de seguirle en aquella ensoñación.


—Entonces podríamos ir a ver el Partenón. Siempre deseé verlo en directo.


—Puedo hacer tu deseo realidad mañana mismo.


Paula volvió a meter el brazo en el coche.


—Hay que llevar a Valentina a una revisión.


—Pues entonces iremos al día siguiente —ralentizó el coche y se detuvo en un lado de la carretera. Tenía que recuperar la alegría que ella había mostrado antes—. ¿Qué otros lugares desearías conocer?


Paula lo miró con incredulidad.


—Bueno, si vamos a soñar, hagámoslo a lo grande —hizo como si le abrumaran las posibilidades—. Me gustaría ver lo típico: El Big Ben y la Torre Eiffel, pero sobre todo los cafés de las calles laterales, la gente, el ambiente y las sensaciones... —sacudió la cabeza, hundiéndose en el asiento—. Me estoy comportando como una estúpida.


—En absoluto. Los viajes siempre me han ayudado a ver la vida desde otra perspectiva —su trabajo como jefe de la sección internacional de la Fundación Alfonso conllevaban muchos traslados y ésa era la razón principal por la que había decidido poner fin a su carrera militar.


Paula se rodeó la cintura con los brazos. A un lado del coche se extendían las marismas, y al otro, los botes se mecían en el agua. El aire húmedo enfriabala tarde.

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