—¡No! Digo que basta de jugar —ella le acarició el sexo y él gimió.
—En eso estamos de acuerdo.
Aunque no fuese más que en eso. Pero Paula decidió que no quería dudas ni oscuros pensamientos en ese instante. Necesitaba, merecía ese momento robado de placer con él. Pedro introdujo los pulgares a ambos lados de sus braguitas y se las quitó. Luego volvió a subir las manos y de alguna parte sacó un preservativo. Antes de que ella pudiese retroceder hasta los tiempos en que ella se planteaba quedarse embarazada, Pedro se lo puso y volvió a atraerla hacia él. Frente a frente, él empujó hacia su interior penetrando, abriendo su cuerpo híper-sensibilizado tras un largo periodo de abstinencia. Ahogando un grito, ella desfalleció de puro placer al sentir semejante presión. Le rodeó con el brazo e introdujo los dedos en su pelo.
Pedro le susurró al oído palabras de aliento, le dijo lo mucho que la deseaba, lo mucho que lo excitaba, y cada palabra suya acariciaba suavemente los sentidos de Paula mientras sus cuerpos se movían uno contra el otro. Ella lo había deseado desde que oyó su voz por primera vez. Hacía mucho tiempo que no había sentido deseo alguno ni había buscado sentirlo. Una dulce y cada vez más intensa oleada de sensaciones se precipitó sobre ella mientras se estremecía a su lado. Apretó el rostro contra su cuello, agarrándolo con manos frenéticas, clavándole las uñas en la espalda. Muy pronto esa oleada se concentró en una tensión creciente y, por mucho que ella intentó retrasar el instante, no logró refrenarse. Se aferró a él con fuerza y le clavó los dientes en el hombro con la fuerza del orgasmo que sacudió todo su cuerpo. El embistió con más fuerza, más deprisa, alargando el momento hasta hacer estremecer cada parte de su cuerpo, hasta dejarse caer tras ella al abismo. Poco a poco. Paula se dió cuenta de que seguía abrazándole y que el aire enfriaba el sudor que cubría sus cuerpos. Pedro giró hasta tumbarse boca arriba, manteniéndola ceñida a su costado. El pecho de él aún se movía agitadamente y ella no lograba recuperar el resuello para poder hablar, y eso suponiendo que supiese qué decir, ya que ni siquiera sabía qué pensar. Estaba demasiado ocupada en asustarse. Porque sin duda, había encontrado mucho más que lo que esperaba experimentar con él. Más que con nadie. En un periodo anterior y más libre de su vida, puede que lo hubiese intentado con un hombre como él, de poderosos besos, espíritu incansable y sonrisa despreocupada. Una propuesta arriesgada, por no decir otra cosa. Pero estando en juego la estabilidad de Valentina, Paula se temía que no podía arriesgarse a pasar otra noche en su cama.
Después de que el jet aterrizase y ellos recogiesen sus equipajes, Pedro le abrió la puerta del coche a Paula, contemplando el modo en que la luz de la luna jugaba con su pelo. Una melena suelta y despeinada fruto de haber hecho el amor. Antes de que lograsen recuperar el aliento, el piloto les había anunciado por el altavoz que estaban a punto de aterrizar ella había saltado de la cama y había vuelto a enfundarse el vestido. Él había intuido que, bajo su fría apariencia, ella escondía una naturaleza apasionada, pero no se había imaginado que fuese hasta tal extremo. Volvió a excitarse al acordarse de cómo se había acoplado a él, de cómo había reaccionado, de lo atractiva que estaba llevando únicamente los diamantes y un ligero brillo provocado por el sudor. Llevaba en la espalda las marcas de su placer. Y esperaba añadir algunas más tan pronto como despertaran recargados tras unas horas de sueño. Se sentó al volante del Mercedes.
—Enseguida estaremos en casa. Ya lo he organizado para que mañana venga alguien a cuidar de Valentina, así podrás dormir.
Ella lo miró con acritud.
—Gracias, pero prefiero que lo anules. He pasado lejos de ella demasiado tiempo.
Salieron del estacionamiento del aeropuerto y se internaron en la carretera principal.
—Entiendo que eso pueda afectar a Valentina.
—Es más que eso. Creo que ya ha sufrido suficientes cambios drásticos en su vida —Paula se apartó el pelo de la cara y la frustración brilló en sus ojos tanto como los diamantes reflejando la luz —No me mires como si estuviese siendo sobre protectora.
¿Eso había hecho?
—Lo siento —extendió el brazo para introducir una mano en su pelo y masajearle la nuca—. Sólo quería asegurarme de que descansabas lo suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario