Mientras Paula revolvía entre los pañales y el biberón, él se fijó en sus caderas, en la suave curva de su trasero. ¿Sería de veras profesora de universidad? Jamás había tenido profesores con semejante fachada. ¡Qué lástima, tanto atractivo malgastado en una mujer que no estaba a su alcance! Ella se irguió y se dió la vuelta para mirar de frente a Pedro, que tuvo que alzar la vista.
—Muy bien, capitán Alfonso, ya había contado con que querría usted pruebas. Y con razón —le mostró una carpeta—. Tengo aquí el certificado de nacimiento de la niña, algunas fotos y una carta del notario escrita por Micaela autorizándome a hacerme cargo de Valentina y a decidir que reciba atención médica si es necesario. He incluido además una copia de mi permiso de conducir.
Pedro asió la carpeta y la abrió, girándose para bloquear la visión de posibles transeúntes. Echó un vistazo a la primera página, que contenía fotografías de Micaela Thompson con un bebé de grandes ojos azules. El vello volvió a erizársele en la nuca. Pasó a la página siguiente y leyó el certificado de nacimiento. Su nombre aparecía en la casilla del padre. Espiró con fuerza. Cierto o no, necesitaba un momento para asimilar la visión de su nombre en ese contexto. No es que tuviese nada contra los niños, de hecho adoraba a su sobrino, pero había pensado dejar a sus hermanos la tarea de perpetuar el apellido Alfonso. Saltando hasta la última página, encontró una copia del permiso de conducir de Paula Martínez. La foto no era nada favorecedora, por no decir otra cosa. Aparecía seria y con los ojos grandes y muy abiertos, pero era ella sin duda. Lo cual no probaba nada en lo que a él concernía. ¿Por qué Micaela no le había dicho nada? Tenía un montón de números en los que localizarle. Aunque él había estado fuera, su familia no se había movido del país. Cuanto más lo pensaba, menos sentido tenía. Si la niña era hija suya, sin duda se haría cargo de ella. Los Alfonso no eludían sus responsabilidades, Pero, teniendo además en cuenta la seguridad del bebé, necesitaba investigar en profundidad a aquella mujer y sus afirmaciones. Cerró la carpeta y se la colocó bajo el brazo.
—Necesitaré un tiempo para examinarlo todo con más detenimiento. No puedo llevar un bebé a casa solamente porque usted me diga...
Ella se echó a reír.
—No, me ha malinterpretado. No quiero que se quede con ella. Micaela me ha dejado muy claro que no tiene intención de sentar la cabeza. Y yo quiero muchísimo a esta niña —apoyó la mejilla sobre la cabeza del bebé con incuestionable afecto maternal—. Quiero ser su madre. Adoptarla, si es posible.
Pedro debía sentirse aliviado... Pero había algo que no le cuadraba. Su instinto militar le decía alto y claro que había minas por delante.
—¿Entonces para qué ha venido?
—Quiero evitar que den a Valentina en acogida —dijo ella, balbuceando al hablar—. He venido a pedirle que se case conmigo.
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