martes, 20 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 22

Y para asegurarse de que no se emborrachaba por si él le pedía que cumpliese con sus obligaciones maritales.


—¿Una copa entonces?


No podía resistirse a todo.


—Chardonnay, por favor.


Él le llenó la copa hasta la mitad y se sirvió un merlot mirándola a los ojos mientras bebía. Vaya. Aquel vino era realmente bueno. ¿Cuánto haría falta para arruinarle el gusto por el vino barato para el resto de su vida? Pedro dejó la copa sobre la mesa.


—Siento el malentendido con Soledad en el juzgado.


Paula apoyó la lengua en la mejilla mientras pensaba qué decir. Estaba molesta, pero seguramente no por las razones que él pensaba. Y no podía cambiar nada, así que lo mejor era tomar por el camino de en medio.


—No tienes por qué disculparte. Tampoco es que hayas estado saliendo con otra durante nuestro compromiso de veinticuatro horas.


Intentó sonreír, esperando que la conversación se desviara del tema de la otra mujer.


—Estás siendo muy razonable —la miró estrechando los ojos.


—¿Esperabas una escena de celos? Te recuerdo que ya me advertiste que no me enamorase de tí —se echó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa—. Soy muy buena oyente.


Él inclinó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, envolviéndola con el atractivo del auténtico Pedro.


—Ya sabes que el anillo que llevas en el dedo ha puesto fin a mi relación con Soledad.


—Ya ví lo rápido que salía corriendo del ascensor.


—Quería decir que mientras lleves ese anillo no saldré con nadie más.


Vaya, eso la sorprendería... Si pudiese creerlo.


—Micaela me advirtió que eras un embaucador.


Por primera vez desde que se conocieron, el rostro de Pedro se tensó.


—¿Piensas que me tiro un farol? Puede que tenga muchos defectos, pero mentir no miento. 


—¿Esperas que me crea que piensas mantenerte célibe durante nuestro matrimonio? ¿Durante todo un año? —se preguntó cuánto esperaba él que durase. 


¿Tendría planes de huida que ella ignoraba?


—¿Y tú sí lo harás? ¿Qué te induce a pensar que tengo menos autocontrol que tú?


Ella abrió la boca... Y volvió a cerrarla. No tenía respuesta. Ya decir verdad, por más que se advertía que no debía ser crédula, dió por cierto lo que le estaba diciendo. Apartó la sopa y atacó la carne. Él giró el vino en su copa, observándola.


—El celibato no contribuye demasiado a una buena noche de bodas.


—No sé nada de eso —aunque aquellas palabras le llenaron el pensamiento de lo que la noche habría podido dar de sí. ¿Lo habría dicho con esa intención?—. Valentina está protegida ahora, y eso para mí es lo fundamental.


—¿Y qué pasará cuando Micaela regrese?


El bocado le pesó en la boca y tragó con dificultad.


—Yo sólo quiero lo mejor para Valentina, es decir, que tenga el amor de unos padres que cuiden de ella.


—¿Aunque eso signifique que tengas que renunciar a ella?


El tenedor de Paula repiqueteó en el plato.


—¿Me estás amenazando con llevártela?


Su sonrisa sesgada se tornó en un gesto seco.


—No precisamente. Eres una madre magnífica, ¿Pero yo? Pregúntale a cualquiera y te dirán que soy un candidato nefasto para la paternidad.


La curiosidad pudo con ella.


—Dices que eres sincero, así que dime, ¿Qué tienes en contra de los niños?


—¿Por qué lo dices? —preguntó él evasivamente—. Eugenia y Federico nunca se han quejado de mi comportamiento con sus hijos.


—Recoges a Valentina, la llevas en brazos y hasta juegas con ella, pero siempre te guardas algo, Sé que aún es temprano, pero a veces parece que guardas las distancias con ella.


—Eso son imaginaciones tuyas —se dispuso a acabar su plato.


Ella le asió la muñeca, deteniendo su mano.

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