jueves, 15 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 17

No había sido la boda de ensueño con la que había fantaseado de niña, aunque le pareció que iba bien disfrazada. Llevaba un vestido amarillo pálido largo hasta la rodilla que le había prestado su cuñada. Eugenia había insistido en que se quedara con aquel Versace, ya que no le quedaba bien después de dar a luz a su hijo. Valentina se aferró al collar de perlas que llevaba Paula y que David le había regalado el día en que intercambiaron sus votos. Habían tenido una boda sencilla, pero eso a ella no le había importado. Por aquel entonces tenían muy poco dinero y él había vendido una de las primeras ediciones de su colección para pagar el collar. Sintió una punzada de dolor al pensar que nunca tendría un hijo de David. Valentina era su única oportunidad de ejercer como madre, durase lo que durase. Un flash los iluminó desde la esquina de la habitación proveniente de la cámara del fotógrafo contratado por los Alfonso, cuyas fotos no tardarían en aparecer en prensa. Al menos las fotos las habían contratado ellos, junto con un sencillo comunicado que informaba de que Pedro se había casado con la tutora de su hija. Él se inclinó hacia ella con complicidad.


—Bienvenida a una familia plagada de políticos. Ten cuidado con lo que dices y nunca, nunca se te ocurra masticar con la boca abierta a menos que desees aparecer en algún blog de Internet antes de haberte tragado la comida.


Valentina consiguió alcanzarle la cara con la mano cubierta de babas, luego se echó a reír y se metió en la boca el osito panda. Pedro se mostraba encantador con los adultos. ¿Por qué se quedaba paralizado ante la niña? ¿O le ocurría lo mismo con todos los niños? De todos modos, pronto volaría a su base por alguna misión y volvería a estar sola con Valentina. Sólo tenía que aguantar unos días, ni siquiera le iba a dar tiempo a desear que volviese a besarla. Ana la rodeó con un brazo en un abrazo que no le pareció fingido para la foto.


—Bienvenida a la familia, querida.


—Gracias —Paula se detuvo, bajando la voz—. Pero ya sabes que esto es algo temporal.


Su flamante suegra volvió a apretarle el hombro.


—Eres una Alfonso y una parte importante de la vida de mi nieta. Ya nos preocuparemos del futuro cuando llegue su momento.


El pánico le impedía respirar y el anillo de diamantes que llevaba en el dedo empezó a apretarle de repente. Debía estar contenta, todo iba tal y como Pedro le había dicho que iría: Su familia la aceptaba aun conociendo las circunstancias de la boda. Una vez hubieron despedido al fotógrafo, Eugenia se acercó a ella con una sonrisa de apoyo.


—Pareces agotada. Acabemos con el papeleo para que puedas deshacerte de esos tacones.


Lo que más deseaba era poder volver a su departamento, aunque fuese un minuto, para reorganizarse.


—Has sido muy amable al prestarme tu ropa, pero no puedo seguir abusando de tu generosidad. Tengo que volver a Columbia. Valentina y yo nos estamos quedando sin...


Ana hizo un gesto con la mano.


—No te preocupes, querida. Ya me he ocupado de todo. Tienes ropa en la casa, puedes ponerte la que más te guste, Eugenia ha preparado un cuarto para la niña más cerca de tu habitación y le ha encargado ropita —repasó la lista con una meticulosidad que probablemente hacía funcionar mejor los asuntos de gobierno, pero allí resultaba un tanto agobiante—. Y ahora, si me disculpan, tengo que ir arriba a hablar con un amigo juez de un asunto que me llegó al despacho la semana pasada.


Paula resopló y se giró hacia Eugenia.


—¿Ha preparado todo eso mientras estábamos aquí?


Eugenia se acercó aún más, colocándose mejor a su hijo sobre la cadera.


—El dinero, las influencias y una secretaria personal hacen que todo se mueva mucho más deprisa —como con la prueba de paternidad—. Lo hace con buena intención y normalmente lleva razón. Lo mejor es que por ahora te dejes llevar. Si tienes algo que alegar, mejor será que lo hagas estando descansada y con el estómago lleno.


—¿Me estás animando a marcharme? —no esperaba encontrar un respaldo tan incondicional por parte de los Alfonso respecto a cualquier decisión que tomase.


—Simplemente te estoy diciendo que, si pretendes rebelarte, debes escoger el momento adecuado. Los Alfonso son todo amabilidad... Y tozudez. Claro que ahora tú también eres una Alfonso.


—Temporalmente.


Eugenia no respondió. 


De pronto se dió cuenta de golpe de lo que había hecho. La sensación de claustrofobia que había tenido la primera noche la atenazó con más fuerza. Los Alfonso habían aceptado a Valentina porque existía un vínculo de sangre, pero aquello era un arma de doble filo. No la conocían, así que en realidad no la querían. Todavía no. Pero no pensaban dejarla marchar.

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