—Cásate conmigo.
La exigencia de Pedro, porque aquello no fue en modo alguno una petición, retumbó en la cabeza de Paula justo después de conocer los primeros resultados de la prueba de paternidad. Abrumada, se agachó en el asiento delantero del Mercedes mientras Valentina dormía en el de atrás después de aquel extenuante día en la consulta del médico. La suave piel crema del tapizado la envolvía en lujos, pero no lograba aliviar el nerviosismo que le atenazaba el cuello.
—¿Estás seguro de que es lo que quieres hacer?
—No es momento de echarse atrás —encendió el motor y ajustó el aire acondicionado a aquella tarde otoñal con una eficiencia y una tranquilidad que provocaron la envidia de Paula—. Ya lo he hablado con Federico y tenías razón al pensar que era el modo más rápido y eficaz de proteger el futuro de Valentina.
Ella contempló a través del parabrisas el atestado aparcamiento del hospital, atraída como un imán por las madres que pasaban con sus hijos. Y también por las parejas, padre y madre.
—¿Cuánto tiempo?
—Nos casaremos el lunes, mañana —tensó la mandíbula en un primer signo de nerviosismo.
Una mirada más exhaustiva reveló a Paula la palidez de su piel y tuvo que apretar los puños para evitar tocarle, consolarle. Entendía lo abrumador que le resultaba convertirse en padre de la noche a la mañana.
—No, lo que quería saber es cuánto tiempo mantendremos esta farsa. ¿A quién se lo diremos?
—Mi familia ya está al tanto de lo que pasa. Pero aparte de ellos, tendremos que mantener las apariencias por el bien de Valentina.
—¿Apariencias? —vaya por Dios, lo que ella había pensado era en un falso matrimonio, no un falso matrimonio que pretendiese parecer auténtico.
—Tendremos que vivir juntos, al menos por algún tiempo —una ligera sonrisa suavizó las arrugas alrededor de su boca—. Dado que habito en la casa familiar, siempre estaremos rodeados de personas que te protegerán de tu libidinoso marido.
Ella se llevó la lengua a un lado de la boca para evitar reírse, pero no pudo dejar de sonreír... Hasta que pensó en el siguiente obstáculo que debía haber previsto antes de poner en marcha su plan a medio esbozar.
—¿Qué pensará tu familia?
Y más importante aún: ¿Cómo iban a reaccionar teniendo que compartir sus vidas con ella y con Valentina? Su sonrisa se desvaneció.
—Serás recibida como una Alfonso. Y mi madre te adorará solamente porque quieres a su... Nieta.
—Siempre es un alivio —Valentina nunca volvería a estar sola y abandonada—. No me gustará que se sientan violentos cuando venga con ella de visita.
—¿Visita? —levantó una ceja y metió la marcha atrás—. Tendrás que quedarte en la casa al menos un par de meses. A partir de entonces podremos vivir en lugares distintos y alegar conflictos laborales.
—¿Meses? —se llevó la mano a la frente.
Él asintió de manera tajante.
—Tiempo suficiente para obtener la custodia legal. O basta que Micaela regrese —apretó la palanca de cambio—. Si no tenemos noticias de ella, al cabo de un año procederemos a iniciar los trámites de divorcio.
—¿Y qué pasa con Valentina?
—Quiero derechos de visita para mí y para mi familia.
—Por supuesto —sintió un gran alivio mientras el coche salía marcha atrás del estacionamiento.
Él no había podido concederle por entero la custodia de la niña. Aunque conocía a su hija de muy poco, Paula había estado con los Alfonso el tiempo suficiente como para saber que para ellos el concepto de familia estaba por encima de todo. Gracias al cielo, no se iba a disputar con ella la custodia. Los ojos se le llenaron de lágrimas y pestañeó para retenerlas, a ellas y a sus ansias de abrazarle agradecida. Pero él estaba demasiado aprensivo para un abrazo; su risa y su buen humor habían desaparecido. Puede que también necesitase unas palabras tranquilizadoras.
—Quisiera firmar un acuerdo prenupcial en que conste que no tengo derecho alguno sobre los bienes de los Alfonso, ¿Crees que tu hermano podrá redactarlo?
—Pero Valentina recibirá mi manutención.
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