Pedro soltó el ramo sobre la mesa del administrativo y agarró el bolígrafo. Los documentos que regulaban el enlace reposaban frente a él junto a las flores amarillas y naranjas. Ese mismo día tenía que haber solucionado todo lo referente al futuro de Valentina. Su niña. Su hija. Hasta aquel momento, lo único que había hecho era cumplir con su responsabilidad, pero en lugar de arreglarle la vida, la ceremonia había dado pie a otro problema, no del todo inesperado, pero sorprendente por su magnitud: Quería a su esposa. Un solo beso había bastado para otorgarle esa certeza. Apretó el bolígrafo, oscureciendo el trazo de su letra. Era todo lo que podía hacer con tal de no echar a todo el mundo de allí y dejar en Paula y en su memoria una huella mucho más profunda. Su camisa todavía estaba impregnada del olor de ella, lo estuvo desde el momento en que le rozó levemente con el pedio y surgió en él el deseo de conocerla más. La había encontrado atractiva desde el primer momento en que la vio en la fiesta, incluso había tenido intención de pedirle una cita. Luego habían empezado a hablar, había conocido a Nina y allí estaban. Al menos ella se había mostrado tan sorprendida como él durante el beso. Gracias a Dios, había conseguido controlar las manos, porque si no, hubiese ofrecido al fotógrafo un titular inesperado. Alzó la vista del papel y miró a Paula, que estaba junto a Eugenia. El vestido amarillo de seda se ajustaba a la suave curva de sus pechos, deslizándose sobre sus caderas de tal modo que no podía evitar preguntarse qué llevaba debajo. Pedro miró por encima del hombro rápidamente para asegurarse de que el fotógrafo no había vuelto a entrar. Durante un tiempo había tenido la suerte de no ser centro de atención de la prensa, pero ahora que había salido del ejército volvía a estar en el candelera. Aunque tenía que admitir que Paula ofrecía una hermosa y atractiva instantánea. Ella le pasó la niña a Eugenia y caminó hacia él, atrayendo su mirada hacia sus piernas. Puede que aquel matrimonio le ofreciese beneficios inesperados. ¿Quién podría culparle por acostarse con su propia esposa? Aunque hubiese enterrado su corazón junto a su marido, a juzgar por aquel beso su sensualidad se mantenía intacta. Paula le tendió la mano.
—¿Podrías pasarme el bolígrafo?
—Sí, claro —se lo ofreció, y ella se inclinó junto a él, inundándolo del aroma a champú floral que emanaba de su melena suelta.
A Pedro le vino a la mente la imagen de esos cabellos extendidos sobre una almohada mientras desnudaba a Paula. Tiró de su corbata, que le apretaba de pronto. Ella apartó el ramo para apoyar la muñeca en la mesa mientras firmaba, llevándose la lengua a la mejilla. El todavía notaba el sabor a café de sus labios. Café, por el amor de Dios. ¿Quién iba a pensar que algo tan simple iba a tener un gusto tan sensual? Su corazón se aceleró. Ella remató la firma con una floritura que no pegaba nada con su aire de persona seria. De cualquier modo, era oficial: Estaban casados. Y tenía intención de consumar el matrimonio en cuanto lograse meter en su cama a su nueva esposa. Pedro deslizó los papeles hasta el otro extremo de la mesa, donde se encontraba la secretaria de su madre, y centró toda la atención en su esposa,
—¿Has comido algo?
La familia entendería sin duda que él y Paula se retiraran durante un tiempo para conocerse mejor. Se acordó de un pequeño café que había cerca del juzgado. Había comido allí con su madre y su amigo juez, y luego había llevado allí a la hija del juez durante una cita. Pero igual no es tan buena idea llevar tu esposa a un lugar donde has tenido una cita con anterioridad. Pasamos al plan B. Paula se colocó el pelo detrás de las orejas con un suspiro.
—Ha sido mi día muy largo.
¿Estaría pensando en su primera boda? Comprensible, pero él necesitaba distraer los pensamientos de Paula del hombre que todavía ocupaba un lugar tan importante en su mente.
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