Pedro había planeado más cosas para aquella tarde de lo que ella creía. Seguramente se había dado cuenta de lo que le costaba equilibrar el trabajo y los cuidados de Valentina. Con el portátil, su vida iba a ser mucho más fácil. Se le ocurrieron montones de posibilidades. Podría incluso trabajaren el patio dejando a la niña en su balancín. Paula acarició la caja y la noche se extendió ante ella, larga y solitaria. Sabía muy bien lo que se perdía al rechazarlo. El teléfono sonó en el bolso. Miró al reloj: las 11:42 p.m., y sonrió. A aquellas horas de la noche, sólo podía ser Pedro. Logró pescar el teléfono y, sí, era su número el que aparecía en pantalla, Dejándose caer en el borde de la cama, contestó.
—Muchas gracias por el ordenador. Debería decir que me parece demasiado, pero me ayudará a pasar más tiempo con Valentina, así que no voy a poder rechazarlo.
—Contaba con ello. De nada —la suavidad de su voz la embriagaba incluso a través del teléfono.
Se dejó caer sobre las almohadas.
—¿Por qué haces esto? Hubiera cuidado igual de Valentina sin tantas amabilidades —el silencio al otro lado del teléfono hizo vibrar sus nervios—. ¿Pedro?
—Estoy aquí. Y creo que sabes el porqué.
La boca se le secó ante las posibilidades, las peligrosas posibilidades que amenazaban su objetividad.
—El sexo sólo complicaría las cosas entre nosotros. No podríamos retomar nuestra relación como si nada. Y eso viviendo juntos resultaría muy incómodo.
—¿Te ayudaría saber que voy a trabajar en Alfonso International? Tendré que viajar mucho, y empiezo la semana que viene.
¿Que se marcharía pronto? Se incorporó un poco sobre la pila de almohadas, sin saber bien qué pensar de esta última revelación.
—¿Todo este romanticismo era tan sólo para disfrutar de una aventura conmigo?
—Has dejado claro que no estás dispuesta a comprometerte sentimentalmente —se interrumpió y sus palabras se hundieron en el cerebro de Paula, tentando su cabeza con las posibilidades que se le ofrecían—. Cinco años sin sexo es mucho tiempo.
Sólo había un modo de tratar a Pedro: Sorprendiéndole, desconcertándole tanto como él la desconcertaba a ella, si es que eso era posible.
—¿Quién dice que vivido como una monja desde la muerte de mi marido?
—¿Hablas en serio?
—Por supuesto —había salido con hombres y hasta había intentado llegar a ese punto con ellos, pero siempre se había achicado antes de llegar al dormitorio—. He aprendido a satisfacer por mí misma esas necesidades.
¿De verdad había dicho eso? Al menos había conseguido dejarle callado. Apretó el teléfono hasta que los dedos se le pusieron morados.
—Maldita sea, Paula —dijo él en un susurro—. Intentas matarme, ¿Verdad? Porque si te imagino «Satisfaciéndote por tí misma», me da un ataque al corazón.
Ella se hundió en las almohadas, acalorada por la vergüenza... Y la excitación.
—No puedo creer que estemos manteniendo esta conversación.
—En ese caso te dejo... Por esta noche. Hasta mañana.
Pulsó el botón para colgar y apretó el teléfono contra su pecho, justo al lado de su acelerado corazón. Su forma de tratar a Pedro había resultado ser un arma de doble filo. A pesar de sus buenas intenciones y del poco tiempo que llevaban conociéndose, no estaba segura de cuánto tiempo más resistiría el atractivo de él y la posibilidad de una fugaz aventura.
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