jueves, 29 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 36

Ella se llevó la lengua a un lado de la boca.


—Soy yo la que debía disculparme por responder de forma tan agria. Sólo estabas siendo amable —se echó hacia atrás en el asiento, apartándose de su mano—. Tengo miedo de hacer algo que pueda afectarle. Antes de que Valentina entrase en mi vida, sabía muy poco acerca de los niños y conforme Micaela fue dependiendo cada vez más de mí para hacerle de canguro, yo fui investigando para asegurarme de que contaba con toda la información disponible.


Santo cielo, si se alejaba un centímetro más de él, se saldría por la ventanilla del coche, ¿Qué pasaba? La velocidad con que se había vestido y salido del avión le había parecido a Pedro un afán por escapar más que un signo de eficacia. Tenía que seguir hablando y borrar las arrugas que ella tenía en la frente. Antes de llegar a la casa. Antes de que se acostasen.


—¿Cómo es que Micaela y tú se hicieron amigas y mantuvieron su amistad? Son totalmente distintas.


—Nos conocimos en la universidad, en una clase de Historia del teatro. David estudiaba también teatro, y yo me apunté a la clase para estar con él —las luces de las calles pasaban a toda velocidad conforme recorrían la carretera casi desierta—. Conocimos a Micaela y enseguida congeniamos. Ella es un tipo de persona más llamativa y yo trabajé en un par de producciones construyendo decorados y haciendo trajes.


—¿Y David? —apartó de golpe cualquier resquicio de celos y la miró por el rabillo del ojo.


—Era un autor teatral de gran talento—hizo girar en su dedo el anillo de casada— Siempre pensé que, de haber podido, habría conseguido triunfar en el teatro.


Pedro notó que Paula hablaba de Micaela y de David como dos personas brillantes, dejándose de lado a sí misma.


—En aquellos días, los tres teníamos grandes planes y muchos sueños— Paula bajó la mirada, y Pedro se preguntó si ella habría experimentado los mismos celos que él estaba ahora intentando combatir—. No sé bien por qué mantuve el contacto, pero me alegro de haberme esforzado en quedar con ella para comer de vez en cuando y ponernos al día. De otro modo, nunca hubiese conocido a Valentina —lo miró a los ojos por primera vez desde que habían hecho el amor—. ¿En qué piensas?


—En que quizá conservaste tu amistad con Micaela a pesar de sus diferencias porque no estabas preparada para dejar marchar a tu marido — girando hacia una carretera de doble carril, sintió que odiaba la imagen que se estaba conformando en su cabeza—. Cuando estabas con ella te sentías conectada a él. Era un modo de evitar desprenderte de tu marido y seguir adelante.


El dolor asomó a los ojos de Paula.


—Vaya, una conclusión bastante perspicaz para un destacado miembro del club de la testosterona.


—Ese soy yo. El señor Sensible —¿Qué habría pasado si hubiese conocido a Paula en lugar de a Micaela?—. Así que investigaste y estudiaste libros de maternidad.


—Existe muchísima información, información alarmante.


Detuvo el coche fuera de la valla de seguridad que conducía al complejo residencial de los Alfonso.


—Todavía pareces preocupada.


—Sigo preocupada por su futuro —dijo ella mientras se abría la verja de hierro—. Aunque esté segura por el momento, todavía no sabemos dónde está Micaela, existe todavía demasiada incertidumbre. Supongo que lo que más me preocupa es eso, no saber si Nina está abocada a vivir con Micaela, me romperá el corazón tener que dejarla, pero lo importante es que ella tenga un sitio fijo y seguro en el que criarse.


—¿Incluso si es con Micaela? —dijo él mientras conducía el coche a través de un sendero flanqueado de palmitos y robles.


—Incluso así. Existen muchos estudios sobre desórdenes en las relaciones entre los niños y sus padres. ¿Habías oído hablar de ellos?


—Sólo en términos generales. Se trata de algo así como que los niños no se sienten vinculados a sus padres, ¿No es así? —paró el coche delante del garaje.


—Muchos de los estudios se basan en niños abandonados o que han sufrido abusos. Si no aprenden a establecer relaciones o vínculos de pequeños, pueden verse afectados en ese sentido durante la infancia y la edad adulta —al cerrarse tras ellos la puerta del garaje, Paula se giró para mirarle, con el rostro en penumbra—. Valentina no es una niña que haya sido abandonada o haya sufrido abusos, pero algunos estudios sugieren además que estos problemas pueden darse cuando un bebé cambia constantemente de cuidadores y no se le da la oportunidad de sentir apego por alguien.


—Y te preocupa que a Valentina acabe pasándole algo así.


Ella bajó la vista hasta sus manos, volviendo a girar su anillo de bodas. 


—Todos los niños merecen seguridad. Haría cualquier cosa con tal de mantener a salvo a Valentina. Cualquier cosa.


En ese momento, él lo vió todo claro. Aunque hubiese conocido antes a Paula, es posible que no hubiese aceptado salir con él. Se había casado únicamente por Valentina. Su lealtad hacia la niña, y hacia su difunto marido incluso, no se extendía hasta él. La rabia le revolvió por dentro al pensar en los lejos que ella podía estar dispuesta a llegar con tal de asegurar el futuro de Valentina.


Quédate A Mi Lado: Capítulo 35

 —¡No! Digo que basta de jugar —ella le acarició el sexo y él gimió.


—En eso estamos de acuerdo.


Aunque no fuese más que en eso. Pero Paula decidió que no quería dudas ni oscuros pensamientos en ese instante. Necesitaba, merecía ese momento robado de placer con él. Pedro introdujo los pulgares a ambos lados de sus braguitas y se las quitó. Luego volvió a subir las manos y de alguna parte sacó un preservativo. Antes de que ella pudiese retroceder hasta los tiempos en que ella se planteaba quedarse embarazada, Pedro se lo puso y volvió a atraerla hacia él. Frente a frente, él empujó hacia su interior penetrando, abriendo su cuerpo híper-sensibilizado tras un largo periodo de abstinencia. Ahogando un grito, ella desfalleció de puro placer al sentir semejante presión. Le rodeó con el brazo e introdujo los dedos en su pelo.


Pedro le susurró al oído palabras de aliento, le dijo lo mucho que la deseaba, lo mucho que lo excitaba, y cada palabra suya acariciaba suavemente los sentidos de Paula mientras sus cuerpos se movían uno contra el otro. Ella lo había deseado desde que oyó su voz por primera vez. Hacía mucho tiempo que no había sentido deseo alguno ni había buscado sentirlo. Una dulce y cada vez más intensa oleada de sensaciones se precipitó sobre ella mientras se estremecía a su lado. Apretó el rostro contra su cuello, agarrándolo con manos frenéticas, clavándole las uñas en la espalda. Muy pronto esa oleada se concentró en una tensión creciente y, por mucho que ella intentó retrasar el instante, no logró refrenarse. Se aferró a él con fuerza y le clavó los dientes en el hombro con la fuerza del orgasmo que sacudió todo su cuerpo. El embistió con más fuerza, más deprisa, alargando el momento hasta hacer estremecer cada parte de su cuerpo, hasta dejarse caer tras ella al abismo. Poco a poco. Paula se dió cuenta de que seguía abrazándole y que el aire enfriaba el sudor que cubría sus cuerpos. Pedro giró hasta tumbarse boca arriba, manteniéndola ceñida a su costado. El pecho de él aún se movía agitadamente y ella no lograba recuperar el resuello para poder hablar, y eso suponiendo que supiese qué decir, ya que ni siquiera sabía qué pensar. Estaba demasiado ocupada en asustarse. Porque sin duda, había encontrado mucho más que lo que esperaba experimentar con él. Más que con nadie. En un periodo anterior y más libre de su vida, puede que lo hubiese intentado con un hombre como él, de poderosos besos, espíritu incansable y sonrisa despreocupada. Una propuesta arriesgada, por no decir otra cosa.  Pero estando en juego la estabilidad de Valentina, Paula se temía que no podía arriesgarse a pasar otra noche en su cama.


Después de que el jet aterrizase y ellos recogiesen sus equipajes, Pedro le abrió la puerta del coche a Paula, contemplando el modo en que la luz de la luna jugaba con su pelo. Una melena suelta y despeinada fruto de haber hecho el amor. Antes de que lograsen recuperar el aliento, el piloto les había anunciado por el altavoz que estaban a punto de aterrizar ella había saltado de la cama y había vuelto a enfundarse el vestido. Él había intuido que, bajo su fría apariencia, ella escondía una naturaleza apasionada, pero no se había imaginado que fuese hasta tal extremo. Volvió a excitarse al acordarse de cómo se había acoplado a él, de cómo había reaccionado, de lo atractiva que estaba llevando únicamente los diamantes y un ligero brillo provocado por el sudor. Llevaba en la espalda las marcas de su placer. Y esperaba añadir algunas más tan pronto como despertaran recargados tras unas horas de sueño. Se sentó al volante del Mercedes.



—Enseguida estaremos en casa. Ya lo he organizado para que mañana venga alguien a cuidar de Valentina, así podrás dormir.


Ella lo miró con acritud.


—Gracias, pero prefiero que lo anules. He pasado lejos de ella demasiado tiempo.


Salieron del estacionamiento del aeropuerto y se internaron en la carretera principal.


—Entiendo que eso pueda afectar a Valentina.


—Es más que eso. Creo que ya ha sufrido suficientes cambios drásticos en su vida —Paula se apartó el pelo de la cara y la frustración brilló en sus ojos tanto como los diamantes reflejando la luz —No me mires como si estuviese siendo sobre protectora.


¿Eso había hecho?


—Lo siento —extendió el brazo para introducir una mano en su pelo y masajearle la nuca—. Sólo quería asegurarme de que descansabas lo suficiente. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 34

Pedro le bajó la cremallera del vestido y el aire acondicionado, que caía desde arriba, le enfrió la espalda. Un delicioso escalofrío de expectación la recorrió de arriba abajo. Al fin. Con manos calientes fue descendiendo hasta agarrar su trasero y atraerla hacia él para regalarle otro beso húmedo y apasionado. En cuanto sus ropas cayeron al suelo, las de ella y las de él, todo pensamiento racional desapareció por completo. Cuando quiso darse cuenta, Paula notó que el aire frío arremetía contra su pecho desnudo. Reaccionó tensándose y sus sentidos zumbaron tanto como los motores que los propulsaban a través del cielo nocturno. Él contempló su cuerpo, cubierto únicamente por unas braguitas de seda color champán y una fortuna en diamantes.


—¿Qué es lo que dije sobre la paciencia? Se me acaba de olvidar.


Deleitándose en aquella atracción mutua, Paula apartó de una patada el vestido que yacía a sus pies y se recreó en la contemplación de un hombre maravillosamente desnudo. De haber tenido más espacio, hubiese dado un paso atrás para admirarlo, pero en lugar de eso, le trazó con los dedos la línea de la mandíbula, la clavícula y los pectorales, haciendo saltar sus músculos a cada paso. Él se le acercó, juntando piel con piel, presionándole el estómago con la longitud dura y caliente de su deseo. Avanzó, haciéndola retroceder hasta que el filo del colchón diese con la parte trasera de sus rodillas. Entonces Paula cayó sobre la cama y él la siguió, agachando la cabeza por lo reducido del espacio. Aquella pequeña caverna de muros curvos inmersa en el zumbido de los motores hacía que ella se sintiese aislada de todos y de todo. Ambos se encontraban en un refugio privado. Pedro se colocó sobre ella, apoyándose en los codos para evitarle la carga de su peso, pero ella le rodeó el cuerpo con una pierna y lo atrajo hacia sí. Lo quería por completo, quería sentir cómo su cuerpo la cubría por entero. Pedro colocó la palma de las manos justo debajo de los pechos de Paula, acariciándolos con los pulgares a ambos lados y luego alrededor de los pezones erectos. La presión de este dulce tormento la hizo ansiar más y se arqueó frente a la cálida presión de la pierna de él entre las suyas. Los ojos azules de Pedro se tornaron de un color violáceo, anunciando hasta qué punto él también la deseaba.


A Paula empezaron a pesarle los párpados y no pudo evitar cenar los ojos a pesar de lo mucho que lamentaba perderse la visión de Pedro sobre su cuerpo. Se le despertaron otros sentidos, y aspiró el olor penetrante que él desprendía, mezclado con el almizcle del deseo. Parte de ella sentía cómo el frenesí de la pasión luchaba por liberarse, pero reprimió el impulso de apresurarse. La realidad no iba a tardar en imponerse.  Sintió su aliento caliente antes de que la besase en la boca. Un beso largo y espléndido, de hombre que sabe complacer, y ella le correspondió con el mismo apasionamiento. Él le acarició los senos de modo insistente hasta hacerla estremecer pidiendo una mayor presión de sus manos, Y Paula podía asegurar que él no se quedaba impasible: Su sexo erecto palpitaba y ella ansiaba sentirlo dentro de su cuerpo. Deslizó la mano entre ambos para rodearlo con los dedos y acariciarlo lentamente, y Pedro rodó hasta tumbarse de costado, llevándosela con él. Ella pensaba seguir rodando hasta colocarse encima, pero echó un rápido vistazo al techo y vió que era lo suficientemente bajo como para golpearse la cabeza si en un momento dado arqueaba la espalda hacia atrás. Como para deshacer el encanto del momento. Entonces echó una pierna por encima de la de él, entendiendo por qué había cambiado de posición, y descubrió que le gustaba lo equitativo de aquella postura, sobre todo al ver que él introducía un dedo en el elástico de su ropa interior. Paula dejó la mano quieta, ya que sus terminaciones nerviosas se concentraron en intentar descubrir hasta dónde llegaría la incursión de Pedro. Sí. Dos gruesos dedos se internaron en sus braguitas proporcionando un tacto frío que fue bien recibido por la piel ardiente de Paula. Ella apartó las manos y se asió con fuerza al edredón. Más rápido peí o también más suave, la acariciaba en círculos hasta hacerla sentirse frustrada. Ella le mordió el labio y él gruñó, apartando la boca para pasearla por su cuello. Paula volvió a ahogar un grito, pero no pudo detener el gemido que vino detrás. Si él no la aliviaba pronto, iba a ponerse a gritar.


—Ya está bien de juegos. Acaba de una vez. La paciencia es para luego, ¿Recuerdas?


—Lo que tú digas. Como tú desees —dibujó la curva de su oído y su promesa le acarició los sentidos tanto como sus manos, su lengua e incluso el tentador roce de su cuerpo.


Pero aún no podía proporcionarle el alivio que ella ansiaba. Paula se apartó de su cadera e intentó deslizar la mano de nuevo entre ellos para atormentarle del mismo modo que él hacía con ella, pero Pedro le agarró de la muñeca, deteniéndola. Un gemido escapó de los labios de ella.


—Basta.


—¿Quieres parar? 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 33

Ella sabía que, si no aprovechaba la oportunidad, sin duda se iba a arrepentir durante el resto de su vida. Pedro tenía razón. Estaba llena de necesidades insatisfechas, necesidades que aumentaban de forma dolorosa conforme pasaba más tiempo con él. Entregada, nerviosa... Y excitada, posó ambas manos sobre el pecho de Pedro.


—En cuanto aterricemos, quiero que consumemos este matrimonio.


Pedro bajó la mirada de un modo tremendamente atractivo y deslizó las manos por su espalda, atrayéndola hasta situarla cadera con cadera con él.


—¿Y quién dice que hay que esperar a que aterricemos?


La posibilidad de tenerlo allí y en ese momento hizo correr por sus venas una oleada de deseo. Pero su innato sentido práctico la cubrió de reservas.


—¿Y el piloto?


—Está en una cabina cerrada y ocupado pilotando el avión, e incluso en el caso de que tuviese que conectar el piloto automático y abrir la puerta por alguna razón, se anunciaría primero por el intercomunicador —explicó Pedro. Empezó a subir las manos por la cremallera del vestido de Paula y luego las hizo descender por sus hombros desnudos. Sus dedos encallecidos le rasparon la piel en un gesto seductoramente viril—. El dormitorio no es grande, pero tendremos intimidad.


Con ansia creciente, Paula miró hacia la pequeña puerta que se abría detrás de la zona de asientos. Durante el vuelo de ida, no le había prestado mucha atención porque estaba en compañía de los hermanos de Pedro y de sus cuñadas. En aquel momento tampoco pensó que volarían los dos solos a la vuelta.  Muy solos. Sin más demoras ni cuestión armenios de ningún tipo. Una deliciosa expectativa le hizo ponerse de puntillas y la boca de Pedro esperó para que ella pudiese susurrar:


—Pues sí, estoy considerando mucho la posibilidad de acostarme contigo.


Agarrándola por la cintura, Pedro la sentó sobre la barra. Luego se situó entre sus piernas, respirando en su frente.


—Quédate ahí, justo donde estás ahora, para que pueda tocarte —le recorrió la frente con los labios—, sentirte —la besó en la mejilla—, tomarme mi tiempo contigo.


Unió sus labios a los de ella, explorándola, acariciándola y excitándola al mismo tiempo. La hizo perder de golpe toda contención. Había estado pensando en él, en ese momento, desde la noche en que le regaló el ordenador, la noche en que le dijo que soñaría con ella, así que le rodeó el cuello con los brazos, deseando con fuerza poder estar aún más cerca. Las solapas de seda del esmoquin acariciaron la acalorada piel de sus hombros desnudos. Con los dedos, Pedro dibujó una línea justo bajo el collar de Paula, paseándolos entre sus pechos por un instante. Jadeando entre frenéticos besos, ella aspiró el olor de su aftershave , disfrutando del roce de sus rugosas mejillas. Una excitante sensación se extendió por su piel, haciendo que el más mínimo roce le proporcionase un inmenso placer. Él tomó su cara entre las manos, besándola en los ojos y las mejillas, acariciándole los hombros hasta hacer que sus pechos ansiaran su atención. Paula unió los tobillos por detrás de las rodillas de Pedro para acercarlo más, tanto como le permitía el vestido de noche que se interponía entre ambos. Con un gruñido de satisfacción, él se lo subió hasta las rodillas para que Paula pudiese rodearle la cintura con las piernas y, tomándola en sus brazos, la levantó de la barra. Ella gritó de regocijo en su boca y lo abrazó fuerte mientras la llevaba por la cabina hasta la puerta del dormitorio. Pedro la abrió, entraran, y la cerró tras ellos con un «Clic». La cama estaba cubierta por un grueso edredón granate que resaltaba los detalles de caoba y el dorado de las luces, y resultaba muy acogedora. Había una luz tenue, la justa para que ella pudiese descubrir las líneas de deseo que se marcaban en el rostro de Pedro mientras le besaba la cara. La dejó de pie en el suelo, haciendo que su cuerpo se deslizase por el de él con excitante precisión.


—Paciencia, Paula.


—Luego —le quitó la chaqueta del esmoquin, deseando verlo, tenerlo. 

martes, 27 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 32

 —Cavábamos zanjas muy profundas, las tapábamos con madera y luego echábamos tierra encima —casi podía oler la humedad de aquellas cavernas—. Tuvimos suerte de no morir mientras gateábamos por allí. Podíamos habernos ahogado o la cubierta nos podía haber aplastado de llegar a pisar alguien uno de aquellos tableros.


Con un escalofrío, ella se rodeó el cuerpo con los brazos, haciendo que se le hinchase el pecho de forma discreta pero atractiva.


—¿Y qué dijo tu madre cuando lo descubrió?


Sus ojos pasaron por encima de aquel escote y apretó los puños para contener el impulso de conocerlo de primera mano. Bebió de un trago medio vaso de agua.


—Mi madre nunca supo de los túneles. De haberse enterado, nos hubiese castigado hasta el final del verano —y se lo hubiesen merecido. Su madre había sido dura pero justa—. Pusimos a Bautista de guardia para avisarnos si ella venía.


—¿Cuánto tuvieron que pagarle para que no se chivara?


—¿Quién dice que le pagamos? —guiñó—. Era el más pequeño. Hacía lo quele dijésemos.


Ella se inclinó aún más para alcanzar otra uva, inundándolo con su perfume de vainilla.


—¿Y tu hermano mayor, Marcos?


—Es demasiado obediente. Nunca le contamos nuestro secreto. A mí me gustaba especialmente, a veces me escabullía para estar allí solo. Federico dice que no le sorprende que ingresara en el ejército.


—Y ahora que som mayores están los cuatro aún más unidos —bajó la vista hacia el vaso de agua—. Envidio esa clase de amor y apoyo.


—Somos muy afortunados. Y yo tuve suerte aquel día en el desierto. Pensé mucho en esos sándwiches mientras esperaba en la trinchera en Afganistán.


 ¿En qué pensaría ahora si volviera a verse en la misma situación? Sin dudarlo, supo que la cabeza se le llenaría de imágenes de Paula y Valentina. Ambas habían llenado su mundo muy deprisa y le resultaba inquietante pensarlo teniendo en cuenta el poco tiempo que llevaban juntos. Paula dejó caer su mano sobre la de él.


—Es muy honorable que sirvieses a tu país. Tenías muchas opciones y a pesar de todo decidiste hacerlo. 


Él deslizó la mano para entrelazar sus dedos con los de ella y sentir la suavidad de su piel, su calor. Enseguida se encontró imaginándose lo suave que sería la piel que escondía bajo el vestido.


—A lo mejor fue porque no sabía qué hacer al acabar los estudios.


Ella negó con la cabeza.


—De ser así te habrías limitado a vivir del dinero de la familia.


—Qué aburrido —rechazó el halago, sintiéndose incómodo. Le acarició la muñeca con el pulgar, sintiendo el latir de su pulso.


Al darse cuenta, a ella se le agrandaron las pupilas, pero no apartó la mano.


—¿Y qué me dices de tu nuevo trabajo? ¿Evitará que te aburras?


La conversación se estaba poniendo más profunda de lo que él pretendía. No quería que nadie husmeara en su cerebro para conocerlo mejor, sobre todo sabiendo que su forma de vida y la de ella no eran compatibles para nada que no fuese una aventura ocasional. Ambos debían dejar aparte los sentimientos por el bien de Valentina. Y él necesitaba reconducir la conversación y toda la velada a donde pretendía. Sin soltarle la mano, tiró de ella hasta que sus cuerpos se rozaron. El cuerpo de Pedro reaccionó tensándose al instante.


—¿Sabes lo que evitaría que me aburriese en este momento?


Ella echó la cabeza hacia atrás, dejando expuesto su cuello mientras levantaba la vista para mirarlo con ojos oscuros e intensos.


—Para. Quiero hablar. Si quieres contar con alguna posibilidad de llevarme a la cama, hablemos en serio durante cinco minutos.


Las palabras de Paula avivaron su deseo.


—¿Estás considerando la posibilidad de acostarte conmigo? 


De pie en la cabina del avión, con los sentimientos tan en las nubes como su cuerpo, Paula no pudo seguir negándolo. Quería hacer el amor con Pedro. Y sí, una parte de ella se sentía reconfortada al pensar que él no tardaría en marcharse, porque las secuelas serían menores si contaba con tiempo para recuperarse. Quizá por esa vez lograse mantener su corazón a salvo. Toda la cita había sido surrealista desde el principio. Ella nunca se había imaginado volando en un avión privado, llevando semejantes joyas o codeándose con dignatarios internacionales en el salón de baile de un hotel histórico. Pero por encima de todo, había sido Pedro el que había centrado la velada. Se había mostrado encantador, recordándole en todo momento con su sonrisa y energía el placer que le esperaba a tan sólo una caricia de distancia. Sí se atrevía.


Quédate A Mi Lado: Capítulo 31

 —Gracias otra vez. Usted también está muy guapo, señor Alfonso—se acercó a él y le ajustó la pajarita del esmoquin—, ¿Echas de menos el uniforme?


Él se mantuvo inmóvil para no espantarla.


—¿Y tú?


Algunas mujeres son fanáticas de los militares. La persona que hay dentro del uniforme no les interesa en absoluto, sólo la indumentaria que conlleva el puesto. Ella le dió un golpe cito en el pecho antes de apartarse.


—Estás tan guapo en esmoquin como con tus medallas, y lo sabes.


La huella de aquel roce se mantuvo en su pecho bajo la rígida tela de la camisa. Pero estaba haciendo progresos, así que dejó que Paula disfrutase de su espacio, Retiró el plástico que envolvía una fuente de plata con queso, pan y fruta y abrió una botella de agua con gas.


—Debes de estar convencida de que soy un creído.


—Creo que eres una persona segura, atractiva y exasperante —tomó una uva del plato y se la metió en la boca—. Entonces, ¿No te arrepientes de haber colgado el uniforme?


Pedro apenas la escuchó: Se había quedado absorto mirando cómo se movían sus labios y cómo lo incitaban a besar el jugo que los humedecía. Pero notó de pronto que ella estaba esperando una respuesta.


—Me da cierta pena pasar la página de ese capítulo de mi vida, pero te diré que, sinceramente, nunca me lo tomé como una carrera,


—¿Entonces por qué te alistaste si pretendías dejarlo antes de retirarte? — apoyó la cadera en la barra de mármol que separaba la cocina del área de asientos.


Él reposó la mirada en esa cadera mientras se imaginaba su mano bajando por aquella curva en misión exploratoria. Llenó de hielo dos vasos de cristal y luego los llenó de agua. Quería algo más fuerte, pero con aquella mujer necesitaba mantenerse despejado.


—Se trataba de servir a mi país, de devolverle algo de lo que me había dado.


—Eso es digno de admiración —lo miró con ojos curiosos y luego apartó la vista con timidez. Agarró su vaso—. Leí sobre tí antes de venir y supe que pilotabas un avión que fue derribado. El artículo no daba mucha información. El periodista mencionaba que no revelaba ciertos detalles para protegerte mientras acababas el servicio. Me pregunté si el accidente tuvo algo que ver con tu decisión de abandonar el ejército. 


Aquel día revivió en su memoria como una nube oscura pero distante.


—No fue el mejor momento de mi vida, pero sé qué tuve suerte. Salí sin un rasguño. Al parecer, alguien que acechaba en una montaña disparó sobre el avión. Todos sobrevivieron el aterrizaje forzoso, pero tuvimos que abandonar el lugar para escondernos de los rebeldes y tardaron en rescatarnos más de lo normal.


Ella se llevó la mano al escote con cara preocupada.


—Deben de haber sido unas horas horribles, ¿Qué hicieron mientras tanto?


Untó una rebanada de pan con queso brie mientras su mente se dejaba llevar por los recuerdos.


—Abrimos unos paquetes de comida preparada y nos pusimos a pensar en nuestras familias. Sentado allí, mascando aquella bazofia, no dejé de pensar en los sándwiches de mantequilla de cacahuete que Federico y yo comíamos cuando éramos pequeños.


—Debió de ser terrorífico preguntarse si volverías a verlos alguna vez. Fue un infierno. Le ofreció el pan con queso, sor—prendiéndose al ver queno le temblaba la mano.


Se perdió en ese recuerdo del pasado para distraerse, como había hecho en el desierto.


—Por entonces yo tenía unos diez años y él nueve, y pasábamos la mayor parte del verano jugando en un bosque que había detrás de nuestra casa, Bueno, al menos, a mí me parecía un bosque. Seguramente había sólo unos cuantos árboles y un carril para bicicletas.


—¿Es que han vivido en otros sitios con anterioridad?


—Mis abuelos vivían en el complejo Alfonso y nosotros nos mudamos allí cuando papá dejó la aviación y se presentó a senador. Papá dijo que necesitábamos la seguridad que ofrecía el lugar, pero yo eché mucho de menos la libertad que disfrutábamos en nuestra antigua casa.


—Parece que fuese un refugio para niños —se apartó una miga de pan de la comisura de los labios sin dejar de mirarle.


Pedro hizo girar una y otra vez la lima que flotaba en su vaso de agua.


—Nos pasábamos el día en «Nuestro bosque». Llevábamos malvaviscos, sándwiches de mantequilla de cacahuete y una botella de zumo. Y excavábamos túneles.


—¿Túneles? —interrumpió ella con suavidad. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 30

Cuatro días más tarde, Pedro se abrochó el cinturón en el jet de la familia Alfonso, listo para despegar. Por fin se quedaba a solas con Paula después de una cena diplomática a la que había asistido la familia en el famoso Watergate Hotel. Paula había accedido a ir con ellos al darse cuenta de que podían ir y volver en el día y porque Valentina sólo iba a pasar unas horas con la canguro, la mayor parte durmiendo. Había logrado organizarse mucho mejor, sobre todo desde que tenía el portátil, por eso había aceptado la invitación. El pulso de Pedro se alteró al recordar la conversación telefónica que habían mantenido la noche del regalo. Le había resultado un desafío muy excitante encontrar modos de encandilar a su esposa, pero estaba empezando a inclinarse por todo lo que la atraía como experta en historia. En principio había pensado no ir a la cena debido a la distancia desde casa, ya que la orden de custodia temporal exigía que Valentina no saliera del estado por el momento. Luego pensó en el jet privado de la familia.  El evento había permitido a los Alfonso hacer contactos importantes y a él le había sorprendido lo mucho que había disfrutado teniéndola como acompañante. Sus hermanos y sus esposas habían decidido quedarse más tiempo en Washington junto con su madre. Federico y Eugenia llevaban con ellos a una canguro. Quizá la próxima vez Nina podría ir con ellos y pasarían el día en el Smithsonian... ¿La próxima vez? Tenía que concentrarse en el presente y en la impresionante mujer que tenía sentada a su lado. Con el pelo elegantemente recogido, Paula contemplaba por la ventanilla el cielo nocturno mientras dejaban atrás la capital del país tras una noche de baile. El vestido rojo de satén que llevaba se adaptaba perfectamente a sus curvas  el escote palabra de honor dejaba adivinar la turgencia de sus senos. Los diamantes de los Alfonso que pendían de su cuello y sus orejas reflejaban la tenue luz que tenía sobre ella como si las estrellas del exterior hubiesen entrado en el avión. Los embajadores europeos no habían dejado de mirarla. El sonido del intercomunicador lo sacó de su ensimismamiento.


—Señor y señora Alfonso—la voz del piloto inundó la cabina—, hemos alcanzado altitud de crucero, pueden desabrocharse los cinturones.


Pedro se liberó del suyo para dirigirse a la cocina.


—Si tienes hambre, hay aquí preparado un tentempié de medianoche.


Ya lo había planeado todo con antelación. El piloto se hallaba en una cabina cerrada y el avión contaba con un dormitorio independiente en la parte de atrás. No debía pensar en que tenían una cama tan cerca. Al menos, no por el momento. Paula se desabrochó el cinturón y se puso en pie, estirándose con un gemido de placer tan sensual que tuvo consecuencias directas en la entrepierna de Pedro.


—Gracias, por la comida, por la velada. Me parece un sueño —giró por la cabina, pasando la mano por los sofás que había a un lado y las filas de asientos de cuero que había al otro— haber podido contar con una canguro mientras volábamos a Washington para la cena y el baile y luego poder regresar a casa antes de que Valentina despierte.


—Me alegro de que lo hayas pasado bien. Estás... —se detuvo en la curva de su escote, donde su piel brillante destacaba frente al rojo del vestido— Impresionante. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 29

Pedro había planeado más cosas para aquella tarde de lo que ella creía. Seguramente se había dado cuenta de lo que le costaba equilibrar el trabajo y los cuidados de Valentina. Con el portátil, su vida iba a ser mucho más fácil. Se le ocurrieron montones de posibilidades. Podría incluso trabajaren el patio dejando a la niña en su balancín. Paula acarició la caja y la noche se extendió ante ella, larga y solitaria. Sabía muy bien lo que se perdía al rechazarlo. El teléfono sonó en el bolso. Miró al reloj: las 11:42 p.m., y sonrió. A aquellas horas de la noche, sólo podía ser Pedro. Logró pescar el teléfono y, sí, era su número el que aparecía en pantalla, Dejándose caer en el borde de la cama, contestó.


—Muchas gracias por el ordenador. Debería decir que me parece demasiado, pero me ayudará a pasar más tiempo con Valentina, así que no voy a poder rechazarlo.


—Contaba con ello. De nada —la suavidad de su voz la embriagaba incluso a través del teléfono.


Se dejó caer sobre las almohadas.


—¿Por qué haces esto? Hubiera cuidado igual de Valentina sin tantas amabilidades —el silencio al otro lado del teléfono hizo vibrar sus nervios—. ¿Pedro?


—Estoy aquí. Y creo que sabes el porqué.


La boca se le secó ante las posibilidades, las peligrosas posibilidades que amenazaban su objetividad.


—El sexo sólo complicaría las cosas entre nosotros. No podríamos retomar nuestra relación como si nada. Y eso viviendo juntos resultaría muy incómodo.


—¿Te ayudaría saber que voy a trabajar en Alfonso International? Tendré que viajar mucho, y empiezo la semana que viene.


¿Que se marcharía pronto? Se incorporó un poco sobre la pila de almohadas, sin saber bien qué pensar de esta última revelación.


—¿Todo este romanticismo era tan sólo para disfrutar de una aventura conmigo?


—Has dejado claro que no estás dispuesta a comprometerte sentimentalmente —se interrumpió y sus palabras se hundieron en el cerebro de Paula, tentando su cabeza con las posibilidades que se le ofrecían—. Cinco años sin sexo es mucho tiempo.


Sólo había un modo de tratar a Pedro: Sorprendiéndole, desconcertándole tanto como él la desconcertaba a ella, si es que eso era posible. 


—¿Quién dice que vivido como una monja desde la muerte de mi marido?


—¿Hablas en serio?


—Por supuesto —había salido con hombres y hasta había intentado llegar a ese punto con ellos, pero siempre se había achicado antes de llegar al dormitorio—. He aprendido a satisfacer por mí misma esas necesidades.


¿De verdad había dicho eso? Al menos había conseguido dejarle callado. Apretó el teléfono hasta que los dedos se le pusieron morados.


—Maldita sea, Paula —dijo él en un susurro—. Intentas matarme, ¿Verdad? Porque si te imagino «Satisfaciéndote por tí misma», me da un ataque al corazón.


Ella se hundió en las almohadas, acalorada por la vergüenza... Y la excitación.


—No puedo creer que estemos manteniendo esta conversación.


—En ese caso te dejo... Por esta noche. Hasta mañana.


Pulsó el botón para colgar y apretó el teléfono contra su pecho, justo al lado de su acelerado corazón. Su forma de tratar a Pedro había resultado ser un arma de doble filo. A pesar de sus buenas intenciones y del poco tiempo que llevaban conociéndose, no estaba segura de cuánto tiempo más resistiría el atractivo de él y la posibilidad de una fugaz aventura. 

jueves, 22 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 28

 —Gracias, Bautista —dijo Paula suavemente mientras subía las escaleras que llevaban al porche de su habitación. 


El viento, cargado de arena, se le clavaba en las piernas dado lo sensible de su piel después de aquel beso que había despertado todos sus sentidos. Viendo que Bautista no contestaba, ella se le acercó, tranquila por el zumbido constante que emitía el intercomunicador. Su cuñado estaba despatarrado en una silla con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Sobre la mesa descansaba su ordenador portátil, que mostraba en la pantalla la foto de una chica con una mochila y un panorama de montañas al fondo. La curiosidad hizo que Paula se acercase aún más... Y en ese momento Bautista abrió los ojos de golpe. Ella dió un paso atrás, avergonzada al verse sorprendida mirándole mientras parecía descansar la vista.


—Bonita chica.


—¿Qué tal el paseo? —preguntó él, esquivando su comentario y cerrando la pantalla.


¿Cómo sería su vida cuando no se encontraba rodeado por su ambiciosa y bien relacionada familia?


—Maravilloso. La vista de la playa es increíble. Gracias otra vez por cuidar de Valentina. ¿Te dió algún problema mientras estábamos fuera?


Él miró detrás de ella buscando a su hermano, pero estaba sola. Pedro estaba estacionando el Aston, dado que ella había salido disparada del vehículo para evitar mayores tentaciones. Bautista le tendió el intercomunicador.


—No ha hecho un ruido en toda la tarde. Pero no te preocupes, he ido un par de veces a comprobar cómo estaba.


Paula dió unos golpecitos en su ordenador.


—¿Estabas mirando tu MySpace?


Él se colocó el portátil bajo el brazo.


—Estaba con un trabajo de posgrado. Gracias a Dios que existen los portátiles—Bautista le guiñó un ojo al pasar mientras bajaba las escaleras y a ella le pareció muy semejante a Pedro, excepto por el largo del pelo—. Buenas noches, Paula.


Atravesó el césped corriendo a paso largo hacia el cobertizo, llevándose con él sus secretos. Ella se preguntó si Pedro sabría algo más de la chica que había visto en el salvapantallas. Parecían una familia muy unida. ¡Qué fácil le resultaría acomodarse allí y olvidar que todo aquello era temporal! Paula se rodeó la cintura con los brazos, deseando que fuese igual de fácil recomponer las piezas de su destrozado control. Había dejado las cosas claras con Pedro después del beso. Le había parecido la mejor forma de marcar con él la distancia que necesitaba. El paseo sorpresa por la costa en aquel coche le había emocionado muchísimo más que cualquier cena de lujo. Sin duda, la elección de aquel coche antiguo se debía a su afición por la historia. Había escogido el lugar adecuado para ablandarla. Pero había llegado el momento de volver al mundo real. Miró el intercomunicador y luego se lo llevó a la oreja. Se oían unas nanas de fondo, pero necesitaba ver a su niña para asegurarse de que estaba bien. Abrió la puerta de la habitación y, efectivamente, Valentina dormía tan profundamente como había dicho Bautista. La pequeña succionaba su labio inferior mientras dormía. Paula cerró cuidadosamente la puerta, sintiéndose repentinamente despierta e inquieta. Pensó que quizá podría intentar trabajar otro rato, pero no le entusiasmaba la idea de encadenarse a una mesa después de aquel paseo alaire libre. También podía acurrucarse en la cama e intentar dormir, ya que Nina no tardaría en despertarse. Se giró hacia la cama... Y se detuvo en seco. Un enorme regalo, envuelto en un papel estampado de rosas, descansaba sobre las almohadas. Ladeando la cabeza, se acercó cautelosa al paquete.¿Quién habría sido? Leyó la tarjeta que había bajo el lazo. Simplemente decía: "¡Que lo disfrutes! Pedro". Con la piel erizada de la excitación, levantó la caja para comprobar su peso. Pesaba más de Lo que ella esperaba, No se atrevía a agitarla poique no sabía si era algo frágil. Lentamente, retiró un trozo de celo con cuidado de no romper el papel. Hacía mucho tiempo que nadie la sorprendía con un regalo. Abrió el envoltorio de flores, tomándose su tiempo para descubrir... Un ordenador portátil. Se sintió aún más acalorada, excitada, porque la amabilidad de Pedro la conmovió tanto como una caricia de sus manos. ¿Cómo lo había hecho? Miró al porche. Debió dejárselo a Bautista para que lo pusiera sobre su cama. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 27

 —Gracias por imitarme a salir. No puedo creer que hayas preparado esto para mí. Es perfecto —giró la cabeza en el respaldo del asiento para mirarle—. Has estado maravilloso toda la semana. Te agradezco mucho el esfuerzo.


—No te pongas suave conmigo. Recuerda lo que hablamos sobre lo de enamorarse.


Ella le pinchó el hombro con el dedo, riéndose.


—Egomaníaco.


Se rió con ella, preguntándose por qué habiendo pasado tan sólo una semana era ya tan importante para él verla sonreír. Ella le sostuvo la mirada y se detuvo, mirándole en un silencio que sólo rompía el ruido de las olas. Pedro se inclinó para besarla y se encontró con que ella ya estaba a mitad de camino para besarle a él. Un beso. Sólo un beso, y el roce de sus labios lo conmovió más que... Demonio, no quería pensar en nadie más. Sólo en ella y lo agradable que era sentirla contra él. Los pechos de ambos se tocaban, y él quiso sentir su piel. En ese instante, Deslizó las manos bajo su camiseta y le acarició la espalda, apretándola contra su cuerpo. Pero no le pareció suficiente, la quería más cerca. El sonido que ella emitió, medio suspiro, medio gemido, hizo que él subiese aún más la mano por su espalda para sentir cada centímetro de piel a su alcance. El corazón le latía con fuerza: Llevaba esperando aquel momento desde que se besaron en la boda, una espera que se le había hecho eterna, Si pudiese lograr que se sentara en su regazo... Ella le mordisqueó la boca y descansó la mejilla en la de él, respirando en su oído.


—No podemos hacer esto.


Pedro tenía el pulso tan acelerado que parecía que había llegado hasta allí corriendo, pero ralentizó su respiración para intentar refrenarse. Apenas había logrado besarla y ya le había hecho perder el control. Le acarició la espalda, masajeándola.


—Llevo preservativos en la cartera.


Paula enterró el rostro en su hombro. 


—No era eso lo que quería decir. Es demasiado pronto. Sólo nos conocemos desde hace una semana.


¿Acaso no había pensado él lo mismo hacía unos segundos? Pero no podíadarle la razón.


—Somos dos adultos casados.


Echándose hacia atrás, ella le tomó la cara entre las manos con firmeza.


—¿Tienes problemas de oído? Sólo te conozco desde hace una semana.


La verdad que escondía su respuesta rondó en la cabeza de Pedro.


—Sigues enamorada de tu marido.


Ella volvió a hundirse en su asiento y le gritó al cielo abierto:


—¡Maldita sea, Pedro, sólo te conozco desde hace una semana.


—¿Cuándo lo conociste? —la frustración y los celos le llevaron a presionarla.


Paula dudó durante tanto tiempo que él se preguntó si iba a ignorar su pregunta. Estaba a punto de arrancar el coche cuando ella suspiró,


—Lo conocía de toda la vida —dijo ella en voz baja—, la primera vez que me dijo que me amaba ambos teníamos siete años y yo me caí de la bici. Nuestro matrimonio fue maravilloso hasta su muerte hace cinco años —bajó la vista—. Puede que a un cínico como tú todo esto le resulte tremendamentecursi.


Sonaba exactamente al tipo de compromiso incondicional que se merecía una mujer como ella.


—Mis padres también disfrutaron de un matrimonio así hasta que él murió. Ella lo amaba tanto que yo pensé que era imposible que volviese a encontrar nada igual. Pero, me equivoqué —la quietud de Paula lo detuvo—. ¿Qué pasa?


La luz de la luna descubrió la confusión que había en sus ojos.


—Estás intentando convencerme de que es posible enamorarse dos veces, pero se supone que yo no me voy a enamorar de tí.


Oh, demonios.


—Pues...


—Te pillé —le guiñó.


Aquello le tomó totalmente por sorpresa.


—Qué mala que eres, Paula Alfonso. 


—No tanto.


Algo había surgido entre ellos dado que ella se había abierto lo suficiente como para contarle cosas de su pasado y, dejando los celos aparte, él no pensaba dejar escapar semejante avance. Apoyó el brazo en el volante.


—Tengo la impresión de que llevas ahí escondida a una niña mala.


Ella volvió a atarse el pañuelo alrededor de la cabeza.


—Te aseguro que esta noche no la vas a encontrar.


Él la recorrió con la mirada, disfrutando de su franqueza y confianza. Al menos, ya no había inquietud en sus ojos. De hecho, con los labios hinchados y el pelo revuelto, se mostraba exuberante, viva. Y muy, muy acariciable. Menos mal que estaba asido al volante. Pedro puso el coche en marcha. La dejaría escapar por esta vez, pero esperaba obtener mucho más la próxima ocasión.


—Señora, va usted a acabar conmigo.


—Creo que sobrevivirás por esta noche.


—La pasaré pensando en tí —y había preparado todo para que, cuando ella se acostase, encontrase un regalo sorpresa que le hiciese pensar en él. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 26

 —Ya está hecho. Pedro me ha preparado una lista muy detallada —miró a su  hermano mayor—, ¿Sabías que ya no tengo diez años? Y ahora se marchan, los dos.


—Ya estamos saliendo —Pedro rodeó los hombros de Paula con el brazo y la sacó al pasillo.


—Te has aprendido la rutina de cuidados de Valentina —dijo mirándole a los ojos y, sorprendentemente, sin apartar la vista esta vez. 


Aquello iba avanzando.


—¿No la trajiste aquí para eso? —La guió a lo largo del pasillo, disfrutando de tenerla a su lado—. ¿Para que tuviese un padre?


Su sonrisa se desvaneció y se puso tensa.


—¿Ha descubierto el detective algo nuevo sobre Micaela?


—Poca cosa, nada especialmente útil, de no ser así te hubiese avisado inmediatamente —deseaba tener a su disposición a todo el equipo de inteligencia militar, pero lo único que podía hacer era seguir gastando dinero en detectives privados.


Qué desastre para la Valentina. Si Micaela se había marchado por gusto, es que su hija no le importaba en absoluto. Y si resultaba estar muerta... En cualquiera de los dos casos, la niña los necesitaba. Conforme pasaban los días, Pedro se iba dando cuenta de que no iba a poder permitirle a Micaela que volviese a mantenerlo apartado de su hija. Sí regresaba, él sin duda seguiría jugando un papel importante en la vida de Valentina.


—A Micaela la despidieron a la semana de empezar los ensayos. A partir de ahí se pierde su rastro.  Ni siquiera ha utilizado la tarjeta de crédito. Nada. Pero tampoco hay indicios de que haya cometido algún delito.


—Al menos es un alivio —Paula se agarró al pasamanos mientras bajaba la escalera que conducía al garaje.


—Y al menos el juez está de nuestra parte en lo que respecta a la custodiatemporal.


Ella giró la cabeza para mirarlo.


—¿Por cuánto tiempo crees que tendremos que mantener esta farsa?


—Afrontémoslo como un reto diario—dijo, abriendo la puerta del garaje—, o, más bien, vespertino —posó la mano en la cintura de Paula conforme pasaban junto al todo terreno que usaban para remolcar el barco y avanzaban alo largo de la serie de vehículos de la familia.


Paula le dió unos golpecitos en el hombro. 


—¿Pedro? Pedro, tu Mercedes esta aquí.


—No lo vamos a utilizar—pasó de largo por delante de su coche y se detuvo frente al vehículo en el que iban a pasear esa noche—. He alquilado éste por unos días.


Era un Aston Martin descapotable de 1965.


—Oh, Dios mío —exclamó ella— parece de James Bond.


Pedro abrió la puerta del copiloto y le tendió un pañuelo.


—Hagamos que sea un paseo memorable.


Tras acomodarse detrás del volante y maniobrar para sacar el vehículo del garaje, arrancó el motor y puso rumbo a la carretera de la costa. Ella echó la cabeza hacia atrás en un abandono que a él le suscitó escenas de sexo desinhibido. Descendió poruña cura y las casas se fueron alejando poco a poco, hasta dejar ante ellos únicamente la visión de la playa. Paula sacó el brazo por la ventanilla abierta mientras su pelo y el pañuelo se agitaban tras ella.


—Esto es impresionante.


—Espera a que te lleve a las costas de Grecia.


Ella se echó a reír, por el gusto de seguirle en aquella ensoñación.


—Entonces podríamos ir a ver el Partenón. Siempre deseé verlo en directo.


—Puedo hacer tu deseo realidad mañana mismo.


Paula volvió a meter el brazo en el coche.


—Hay que llevar a Valentina a una revisión.


—Pues entonces iremos al día siguiente —ralentizó el coche y se detuvo en un lado de la carretera. Tenía que recuperar la alegría que ella había mostrado antes—. ¿Qué otros lugares desearías conocer?


Paula lo miró con incredulidad.


—Bueno, si vamos a soñar, hagámoslo a lo grande —hizo como si le abrumaran las posibilidades—. Me gustaría ver lo típico: El Big Ben y la Torre Eiffel, pero sobre todo los cafés de las calles laterales, la gente, el ambiente y las sensaciones... —sacudió la cabeza, hundiéndose en el asiento—. Me estoy comportando como una estúpida.


—En absoluto. Los viajes siempre me han ayudado a ver la vida desde otra perspectiva —su trabajo como jefe de la sección internacional de la Fundación Alfonso conllevaban muchos traslados y ésa era la razón principal por la que había decidido poner fin a su carrera militar.


Paula se rodeó la cintura con los brazos. A un lado del coche se extendían las marismas, y al otro, los botes se mecían en el agua. El aire húmedo enfriabala tarde.

Quédate A Mi Lado: Capítulo 25

Bajó corriendo la escalera y dió la vuelta a la esquina para dirigirse hacia el despacho en que Paula estaba acampada frente al ordenador. Habían viajado a Columbia un par de días antes para recoger sus cosas, incluyendo el ordenador para que pudiese continuar trabajando en sus clases por Internet. Ella había desempaquetado todo su material académico y lo había colocado en unas estanterías situadas a ambos lados de la ventana. El ordenador descansaba n la enorme mesa de despacho y en la esquina de la habitación Paula había colocado además una sillita balancín para Valentina. Estuvo contemplándola durante un tiempo, disfrutando del modo en que su pelo lacio y rubio resplandecía con cada movimiento de su cabeza, por mínima que fuera. Con un pantalón vaquero y una camiseta ajustada de color verde, estaba tan atractiva como con el vestido negro que llevaba el día en que la conoció. Sin apartar la vista de la pantalla, Paula tiró de la cinta del pelo que llevaba enroscada en la muñeca en un gesto típico suyo que él había aprendido a detectar. A Pedro le encantaba descubrir en ella cosas nuevas que la sacaran de su sombría reserva. Le atraía la sencillez de su sentido práctico, ya que éste despejaba cualquier duda inicial que hubiese podido albergar sobre si en realidad Paula buscaba el dinero de los Alfonso. A ella le gustaba pasear descalza por la playa y llevar a Valentina al parque. Mientras las niñeras paseaban a los niños vestidos de diseño en cochecitos de lujo, ella dejaba que la niña se revolcase en una manta sobre la hierba para que, como ella decía, «Pudiese ver el mundo de cerca». Incluso le gustaba ver cómo a veces destapaba su faceta de profesora de Historia e impartía una inesperada clase sobre un edificio histórico por el que pasaban o una lección sorpresa sobre la influencia de los hugonotes franceses en Charleston. Bautista se había burlado de ella la primera vez que la había visto embarcarse en una de sus diatribas, pero al final, hasta él había acabado interesado por sus historias. Pedro no recordaba haber deseado tanto a una persona.


—Eh, profesora. ¿Cómo van esas notas?


Ella alzó la vista, sonriendo enseguida.


—Estoy a punto de terminar todo el trabajo que tenía atrasado.


Él dejó el intercomunicador en una esquina de la mesa, albergando expectativas.


—¿Estás lista para hacer un descanso?


—Ahora mismo no estoy enfangada en ninguna cosa, ¿Qué necesitas?


Necesitaba convencerla de que era inevitable que se acostaran juntos.


—Vamos a dar un paseo en coche por la costa.


A ella se le iluminó la cara, pero luego fijó la vista en el intercomunicador.


—Puede que Valentina me necesite. 


—Sólo será un paseo, no iremos lejos. Una salida para mayores, para despejarse del trabajo. Acabo de hablar con Bautista y viene de camino —Ana y su marido estaban de viaje de negocios—. Puede llamarnos o avisar al ama de llaves si tiene algún problema, porque Valentina está dormida y no parece que vaya a despertarse en breve —levantó el monitor y lo agitó frente a ella— He estado mirando y escuchando.


—No te he oído —miró al intercomunicador como si éste la hubiese traicionado.


—Me he movido muy poco. No quería despertarla —Pedro le giró la silla para colocarla frente a él—. Te mereces un descanso. Venga.


Como siempre que meditaba algo, Paula colocó la lengua en la comisura de sus labios, un hábito cada vez más atractivo que apremiaba a Pedro a pasar un tiempo a solas con ella fuera de la casa. Paula golpeó resuelta los brazos del sillón.


—Muy bien, me has convencido. Deja que grabe lo que he hecho —pulsó algunas teclas y luego hizo rodar la silla alejándola de la mesa para levantarse.


A unos centímetros de donde él se encontraba.


El olor a vainilla que desprendía su cuerpo lo incitaron a acariciarle la mejilla con el dorso de la mano. Sólo una caricia. Pero no podía apartar la mano. Ella levantó la vista para mirarlo a los ojos y sus pupilas se ensancharon empujando al marrón hasta que ambos colores se mezclaron. Un carraspeo los interrumpió desde el fondo de la habitación. Maldición. Paula se sonrojó. Pedro dejó caer la mano para apretarle el hombro y se giró hacia la puerta abierta sobre cuyo marco se apoyaba Bautista. Llevaba el pelo largo hasta los hombros: El hermano rebelde siempre marchaba a su propio ritmo.


—Listo para cambiar pañales, hermanito.


Pedro le pasó el intercomunicador.


—Gracias. Te debo una.


Paula agarró un lápiz.


—Te escribiré todas las instrucciones en un momen...


Bautista sacó un trozo de papel del bolsillo trasero de su pantalón. 

martes, 20 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 24

 —Ya he terminado con todo el papeleo —la miró, con la respiración todavía agitada—. La semana que viene será oficial.


—Entonces, estás de permiso —¿Y hasta cuándo? Ni siquiera sabía dónde estaba su base. Se había casado con un desconocido que le hacía perder la cabeza con sus besos y ese pensamiento la revolvía por dentro, haciendo que se sintiese infiel a su difunto marido—. Después de un destino tan largo, no es mala idea tomarse un respiro.


—No estoy de permiso —se irguió en la silla, estrechando la mirada—. Vuelvo a mi oficio ahora que he cumplido con mis obligaciones en el ejército. Íbamos a anunciarlo después de la fiesta, pero apareciste con Valentina y desde entonces hemos andado ocupados con este asunto.


A ella le empezaron a zumbar los oídos y el corazón le latió con fuerza.


—¿Qué significa eso exactamente?


—Desde hoy no pertenezco al ejército. Voy a hacerme cargo de una rama de la Fundación Alfonso —le tendió las manos abiertas—. A partir de este momento, estoy a tu disposición.



Una hora más tarde, Paula jugaba con las zapatillas que decoraban las paredes de la habitación de Valentina. Había perdido el control tan deprisa como las lágrimas caían por sus mejillas. ¿En dónde se había metido? Secándose los ojos con el dorso de la muñeca, contempló en la cuna a la niña de sus ojos. Le ajustó la sábana, le retiró un mechón de la cara... Y vió la sonrisa sesgada de Pedro en el rostro del bebé. La vida seguía avanzando implacable en ausencia de su primer marido, había perdido el control de sus sentimientos de tal forma que no sabía si llegaría a recuperarlos alguna vez. Y él y las miles de tentaciones que representaba para ella estarían a su lado todo el tiempo, mientras se acomodaba en una vida familiar que nunca había tenido y que él claramente rechazaba. Pasándose la mano por los labios rememoró todas las conversaciones que habían mantenido. ¿Qué malentendido le había llevado a creer que seguía en la aviación y que no tardaría en marcharse de nuevo? Posiblemente sólo había oído y creído lo que quería con respecto a Pedro en su desesperación por salvaguardar el futuro de Valentina. No había mirado más allá para comprender el daño que iba a provocar en ambos aquel falso matrimonio, Y era tarde para volver atrás. Sólo podía armarse de valor y obligarse a seguir adelante. E intentar no pensar lo mucho que deseaba que volviese a besarla. 



Una semana más tarde, Pedro se encontraba a la puerta de la habitación de la niña, comprobando el intercomunicador para asegurarse de que funcionaba. Se lo apartó del oído, miró a los botones y pulsó un par de ellos. Sí, se oía el ruido de fondo. Santo Dios, el equipamiento de un bebé era más complicado que algunos de los aparatos de vigilancia con los que había trabajado en la aviación. En una semana estaría dirigiendo Alfonso International y, aunque por el momento trabajaba oficiosamente desde casa, muy pronto comenzarían sus viajes de negocios. No había mentido al decir que estaba a disposición de Paula, pero no le había comentado que a partir de una fecha determinada empezaría a viajar mucho más que en su trabajo anterior... Lo que no le dejaba mucho tiempo para conquistarla. Avanzó por el pasillo, ansioso por poner en marcha su plan para persuadirla de que debían disfrutar de los beneficios que conllevaba tener una licencia de matrimonio. A lo largo de la semana anterior, la había llevado a cenar a los sitios más románticos en que pudo pensar, todo un desafío teniendo en cuenta que había una niña de por medio. La había convencido incluso para viajar en el jet de la familia a una feria al aire libre en Halloween. Pensó que a Paula iba a encantarle disfrutar del aspecto histórico de la fiesta y, además, Valentina estaba preciosa con su disfraz de princesa. Tenía que admitir que la niña era más llevadera que lo que él esperaba. Claro que tampoco tenía muy claro qué debía esperar de una niña de su edad. Quizá debía comprarse un libro al respecto o buscar en Internet artículos sobre el cuidado de los niños porque, lo quisiera o no, se había convertido en padre y debía esforzarse al máximo. Y era además marido, cuestión a la que pensaba dedicar toda su atención el resto de la tarde durante su primera salida sólo para adultos. Tendría cuidado de no perder el control de la conversación como ocurrió en la cena que compartieron ambos el día de la boda. Estaba seguro de que podían disfrutar de una relación divertida y excitante, llevarla a un plano más serio sólo complican a las cosas para ambos, y no digamos para Valentina. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 23

 —A través de Micaela he aprendido mucho del trabajo de actor. Eres bueno, pero no consigues engañarme.


Él le miró los dedos durante el tiempo que tardaron en romper dos olas antes de dejar a un lado el tenedor.


—El pequeño Nicolás no es el primer hijo de mi hermano. Tuvieron antes una niña que perdieron antes de que cumpliese un año.


—Es terrible —se compadeció de la encantadora mujer que había sido tan amable con ella—. No puedo imaginar lo horrible que sería que algo le pasara a Valentina.


—Camila no murió —en su rostro todavía estaba marcado el dolor—. Durante años intentaron tener hijos y finalmente decidieron adoptar. Cuatro meses después de que Camila estuviese viviendo con ellos, su madre biológica cambió de idea. Lo pasaron muy mal.


Ella había pensado que los retratos de los niños que no guardaban parecido con los Alfonso eran los de los nietos del segundo marido de Ana. Se dió cuenta entonces que una de las niñas retratadas debía de ser esa hija adoptiva. Por eso Eugenia se había dado cuenta de que ella amaba a Valentina tanto como si fuese su madre biológica.


—Lamento mucho todo por lo que han tenido que pasar.


—La madre de la niña les envía noticias suyas de forma periódica y Camila parece feliz.


Observando su expresión de dolor, Paula se percató de que Pedro no sólo sufría por su hermano. El también quería a la pequeña y sufrió cuando se la llevaron. Guardó silencio para dejarle hablar.


—Mi hermano y su mujer parecen felices ahora, pero después de todo lo sucedido... Hasta llegaron a separarse. Mi hermano está hecho para el matrimonio, pero yo no tanto.


La lógica no le estaba llevando donde ella esperaba,


—¿Tienes miedo de decepcionara tu familia?


—Haría lo que tuviese que hacer, pero viendo a mi cuñada y a mí madre he sabido cuánto se necesita para hacer que un matrimonio y una familia funcionen. No estoy hecho para eso.


Ella estuvo a punto de decirle que no lo creía, que intentaba evadirse, pero decidió guardar silencio en el último segundo. Él le había dicho que no mentía, y quizá eso era estrictamente cierto. Pero sospechaba que se mentía a sí mismo. Los hombres no suelen admitir sus temores, sobre todo si implican volcar su corazón en un hijo. 


—¿Eres feliz estando solo?


—Cuento con una gran familia y una carrera que me satisface, Disfruto de una vida feliz.


 —Pareces olvidar una cosa.


—Estoy seguro de que me la recordarás —al menos había vuelto a sonreír. Le sostuvo la mirada por encima de las velas, que iluminaron sus ojos.


Ella volvió a asirle de la muñeca, sintiendo cómo le latía el pulso.


—No puedes escapar del hecho de ser padre.


Fijó los ojos en ella, Intensos. Inescrutables. Paula le acarició la muñeca cuando su intención era soltarla.


—Ni tú del de ser mi esposa.


Se incorporó, inclinándose sobre la mesa, y ella supo lo que iba a suceder, pero no pudo encontrar palabras para evitar que... La besara. Unió su boca a la de Paula y a ella le resultó más familiar esta vez, aunque volvió a sorprenderle la intensidad de su reacción. Pensaba que lo de aquella mañana en el juzgado había sido una mezcla de sentimientos que tenían quever con recuerdos de su primer matrimonio, pero respondió a su beso queriendo más. Abrió los labios y él la besó hasta hacerle saborear el bouquet de su merlot. Pedro apoyaba las manos sobre la mesa y ella lo seguía sujetando por la muñeca. Solo la tocó con la boca, con la lengua, el olor a jabón que despedía la envolvió con la brisa recordándole el momento en que se habían conocido, cuando la sedujo con su voz, mientras su boca se movía en la de ella. Pero tenía que alejarse, demostrarle que era una persona fuerte y decidida,tal y como había planeado por la tarde. Alzó las manos para apartarlo. Pero él se le adelantó. La cabeza le daba vueltas y ni siquiera pudo culpar al vino, ya que él había respetado su intención de tomar tan sólo una copa. Lo único que la consoló fue comprobar que el pecho de Pedro se agitaba arriba y abajo un deprisa como el suyo. Necesitaba recuperar la cordura. Se negaba a dejarle vencer tan fácilmente como habían hecho las mujeres de su pasado, como Micaela y Soledad. Paula vació hasta la mitad la copa del agua mientras él recuperaba su asiento. Tenía que pensar, concentrarse en Lo importante. Necesitaba tener la cabeza despejada y mantenerse en su sitio en todo momento. Deseó que acabase pronto la cena para sentarse a pensar qué iba ahacer con aquel deseo.


—¿Y cuándo regresas a tu base? 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 22

Y para asegurarse de que no se emborrachaba por si él le pedía que cumpliese con sus obligaciones maritales.


—¿Una copa entonces?


No podía resistirse a todo.


—Chardonnay, por favor.


Él le llenó la copa hasta la mitad y se sirvió un merlot mirándola a los ojos mientras bebía. Vaya. Aquel vino era realmente bueno. ¿Cuánto haría falta para arruinarle el gusto por el vino barato para el resto de su vida? Pedro dejó la copa sobre la mesa.


—Siento el malentendido con Soledad en el juzgado.


Paula apoyó la lengua en la mejilla mientras pensaba qué decir. Estaba molesta, pero seguramente no por las razones que él pensaba. Y no podía cambiar nada, así que lo mejor era tomar por el camino de en medio.


—No tienes por qué disculparte. Tampoco es que hayas estado saliendo con otra durante nuestro compromiso de veinticuatro horas.


Intentó sonreír, esperando que la conversación se desviara del tema de la otra mujer.


—Estás siendo muy razonable —la miró estrechando los ojos.


—¿Esperabas una escena de celos? Te recuerdo que ya me advertiste que no me enamorase de tí —se echó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa—. Soy muy buena oyente.


Él inclinó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, envolviéndola con el atractivo del auténtico Pedro.


—Ya sabes que el anillo que llevas en el dedo ha puesto fin a mi relación con Soledad.


—Ya ví lo rápido que salía corriendo del ascensor.


—Quería decir que mientras lleves ese anillo no saldré con nadie más.


Vaya, eso la sorprendería... Si pudiese creerlo.


—Micaela me advirtió que eras un embaucador.


Por primera vez desde que se conocieron, el rostro de Pedro se tensó.


—¿Piensas que me tiro un farol? Puede que tenga muchos defectos, pero mentir no miento. 


—¿Esperas que me crea que piensas mantenerte célibe durante nuestro matrimonio? ¿Durante todo un año? —se preguntó cuánto esperaba él que durase. 


¿Tendría planes de huida que ella ignoraba?


—¿Y tú sí lo harás? ¿Qué te induce a pensar que tengo menos autocontrol que tú?


Ella abrió la boca... Y volvió a cerrarla. No tenía respuesta. Ya decir verdad, por más que se advertía que no debía ser crédula, dió por cierto lo que le estaba diciendo. Apartó la sopa y atacó la carne. Él giró el vino en su copa, observándola.


—El celibato no contribuye demasiado a una buena noche de bodas.


—No sé nada de eso —aunque aquellas palabras le llenaron el pensamiento de lo que la noche habría podido dar de sí. ¿Lo habría dicho con esa intención?—. Valentina está protegida ahora, y eso para mí es lo fundamental.


—¿Y qué pasará cuando Micaela regrese?


El bocado le pesó en la boca y tragó con dificultad.


—Yo sólo quiero lo mejor para Valentina, es decir, que tenga el amor de unos padres que cuiden de ella.


—¿Aunque eso signifique que tengas que renunciar a ella?


El tenedor de Paula repiqueteó en el plato.


—¿Me estás amenazando con llevártela?


Su sonrisa sesgada se tornó en un gesto seco.


—No precisamente. Eres una madre magnífica, ¿Pero yo? Pregúntale a cualquiera y te dirán que soy un candidato nefasto para la paternidad.


La curiosidad pudo con ella.


—Dices que eres sincero, así que dime, ¿Qué tienes en contra de los niños?


—¿Por qué lo dices? —preguntó él evasivamente—. Eugenia y Federico nunca se han quejado de mi comportamiento con sus hijos.


—Recoges a Valentina, la llevas en brazos y hasta juegas con ella, pero siempre te guardas algo, Sé que aún es temprano, pero a veces parece que guardas las distancias con ella.


—Eso son imaginaciones tuyas —se dispuso a acabar su plato.


Ella le asió la muñeca, deteniendo su mano.

Quédate A Mi Lado: Capítulo 21

La pérdida de su marido había enseñado a Paula lo inestimable, valioso y frágil que podía ser el amor. Todo aquel dinero no significaba nada para Valentina si no venía envuelto en cariño. Ana Alfonso Renshaw podía ser una abuela afectuosa, pero no parecía tener intención de ser algo más que eso. ¿Y Pedro? Estaba muy preocupada por su capacidad para cuidar de Valentina, se preguntaba si quería ir más allá de lo que dictaban las apariencias, porque ella se tomaba muy en serio su responsabilidad para con la niña. La habitación se oscureció y cuando alzó la vista vió a Pedro en la puerta, como si lo hubiese conjurado con sus pensamientos. Se había quitado el traje y llevaba unos, vaqueros y una camisa blanca arremangada que mostraba sus brazos bronceados. Unos brazos muy masculinos. Hasta sin uniforme, lograba que a ella se le secase la boca de deseo. Apartó la vista de él y le señaló la habitación.


—Es preciosa, Las zapatillas de ballet son muy bonitas. Tu madre y Eugenia se han tomado muchas molestias en preparar esta habitación para Valentina cuando ya hay una habitación para los niños en la casa.


—Eugenia es decoradora de interiores. De hecho, es ella quien ha decorado toda la casa.


—Es obvio que sabe hacer bien su trabajo. ¿Querías algo?


—He notado que no has comido mucho. Te he traído algo de comer.


Ella recordó el picnic que habían planeado con anterioridad y pensó en rechazar educadamente lo que le traía, pero tenía hambre. Sólo necesitaba mantenerse alerta.


—Gracias, muy amable.


—Te prometí una comida y yo mantengo mis promesas —le indicó con la cabeza que le siguiera—. Salgamos al porche de tu habitación. Todo está preparado allí para que puedas oír a Valentina si te necesita, así no la despertaremos con nuestra charla.


Se giró sin esperar respuesta, ya que era un hombre acostumbrado a que la gente obedeciese sus órdenes. Y con una espalda y un trasero perfectos, maldita sea. El deseo volvió a azuzarla interiormente recordándole cuánto la había conmovido con tan sólo un beso. Tenía que ser fuerte. Necesitaba simplificar las cosas entre ambos, porque complicarlo todo sólo iba a traerle problemas a la hora de decir adiós. Él abrió la doble cristalera que daba al exterior.


—Prepárate para el festín.


Paula parpadeó sorprendida, deteniéndose de golpe ante la mesa cubierta de lino, plata, rosas y velas. Una barandilla de madera rodeaba la balconada y las olas rompían hipnóticamente frente a la escalera que conducía a la playa. El vestido de novia se agitaba sensualmente sobre sus piernas.


—Es mucho más de lo que esperaba —levantó una tapadera y encontró una cena a base de carne y langosta que despedía un delicioso olor a mantequilla derretida—. Mucho más.


La mesa estaba tan maravillosamente dispuesta que ella esperaba pequeños y exquisitos bocados, pero a pesar de la decorativa presentación, le sorprendió descubrir que las raciones eran abundantes. Pedro le mostró la silla.


—Pensé que tendrías hambre.


Ella pasó junto a él para sentarse y le rozó levemente con el hombro antes de tomar asiento. Los antebrazos de él apenas entraron en contacto con su costado mientras le acercaba la silla a la mesa y la cubría con el aroma de su colonia, más apetecible que cualquier comida. Paula tuvo que contenerse las ganas de apoyar la cabeza en su hombro y volver a disfrutar del sabor de su boca.


—Tengo hambre —voraz y repentina.


Bueno, si no podía alimentar sus sentidos como le pedía el cuerpo, al menos disfrutaría de la comida. Colocó la servilleta sobre su regazo sin dejar de mirar la sopa de cangrejo. Pedro se acercó a las dos botellas de vino que había en unas cubiteras de plata.


—¿Prefieres chardonnay o merlot? —sonrió—. No te preocupes, no voy a emborracharte y exigirte «Derechos» maritales. El cocinero no sabía qué tipo de vino te gustaría más para una comida de carne y pescado.


Derechos maritales. Las palabras le provocaron una visión de ambos enredados en las sábanas de Pedro, llevando su atracción a un calenturiento desenlace. Desterrando ese pensamiento, probó la sopa y contuvo un gemido de agradecimiento. Quizá lo que necesitaba era una excusa para liberarse de tensiones y dejar de pensar en una relación física con el hombre que tenía al otro lado de la mesa. Sus sentidos se avivaron pidiendo más, más de todo.


—Debería mantenerme despejada para poder escuchar a Valentina. 


jueves, 15 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 20

Encerrada en el ascensor con Pedro, la mayor parte de su familia y una pelirroja altísima que llevaba su ramo de novia, Paula se reprendió a sí misma por ser tan crédula. Micaela ya le había advertido del pasado de él. Reprimió las ganas de apartarse a una esquina, pero el orgullo le enderezó la espalda. El orgullo y la necesidad de seguir adelante por el bien de Valentina.


—Paula, te presento a una amiga de la familia, Soledad Cooper, Soledad, te presento a mi esposa, Paula —hizo un gesto hacia su hija y se limitó a decir—: Y ésta es Valentina.


La pelirroja se puso... Bueno, tan roja como su pelo. Abrió y cerró la boca un par de veces y Paula sintió pena por ella. Los ojos de Soledad se posaron en las flores y apretó la boca.


—Supongo que esto debe de ser tuyo. Lo siento, ha sido culpa mía —le tendió el ramo a Paula—. Enhorabuena. Y buena suerte.


Evidentemente, la ironía que encerraban sus palabras inundó el pequeño espacio tanto como el olor empalagoso de su perfume. Paula no pudo enfadarse con la mujer que le había estropeado el día. Gracias a ella había descubierto de primera mano lo rápido que un beso de Pedro podía convencer a una mujer de que olvidase toda advertencia. Por suerte, las puertas del ascensor volvieron a abrirse pronto y Soledad se marchó sin despedirse siquiera. Bautista avanzó lentamente, rascándose la cabeza.


—Al menos no ha preguntado por la niña.


Federico se tosía en la mano. O se reía. Pero para Paula no tenía ninguna gracia. No podía evitar a Pedro: Después de todo, se había casado con él. Y encima apenas lograba resistirse a su encantadora sonrisa.


—Pedro, he cambiado de idea con respecto a la cena. Creo que ya no me apetece ir a la playa.



Siete horas más tarde, Paula se dejó caer en la cama de invitados con un suspiro de cansancio y exasperación. Al menos había logrado aguantar la cena familiar, aunque no había conseguido comer demasiado. La atormentaban pensamientos sobre el modo en que podían haber pasado la velada, imágenes de ambos dejando pasar el tiempo en la playa, conociéndose el uno al otro. Después del desastre de lo de Soledad; él no se había molestado en compartir una cena agradable con ella.  Giró para tumbarse boca abajo y jugueteó con el ribete blanco de la almohada. Una amiga de la familia. Qué típico. Era evidente que Soledad esperaba más de Pedro, a juzgar por el modo en que le había celebrado las flores. Las flores de Paula, que ahora descansaban en la otra almohada. Arrancó una rosa del ramo, liberando su flagrante perfume. Acariciándose los labios con ella, miró a través de la puerta que conectaba con la habitación que Ana había dispuesto para Valentina, Tantas molestias y dinero invertido, como si la niña y ella fuesen a quedarse de forma permanente, la enervaban. Al menos el juez había logrado contactar con otro juez de Columbia y habían firmado un acuerdo que concedía la custodia temporal de la niña a Pedro y Paula Alfonso. Sólo pensar en su nuevo apellido le causaba escalofríos. Había sido Paula Martínez desde su matrimonio con David, porque había mantenido el apellido después su muerte. Antes de eso, se llamaba Paula Chaves. Pero ni Paula Chaves habría sido capaz de arreglarlo todo tan de prisa y en ese momento no podía reprocharle a los Alfonso haber abusado de sus privilegios, dado que gracias a éstos Valentina estaba a salvo.


El resto del día desde que dejaron los juzgados había sido confuso. Ana organizó una comida en la casa y ni Pedro ni Paula pidieron que los dejaran solos. No debía importarle que él tuviese un amplio historia] de conquistas. No tenía intención de conservar su matrimonio, pero se preocupaba por Valentina y no deseaba que hubiese un desfile constante de mujeres saliendo y entrando en la vida de Pedro, Paula bajó de la cama y se dirigió al nuevo cuarto de la niña, más agradable que el rincón en el pequeño vestidor del de su departamento  y más personal que la lujosa habitación para las visitas de los nietos Alfonso y Renshaw, Valentina ya no era una visita. ¿Echaría de menos su rinconcito en el apartamento? Paula lo había decorado con mucho cariño, con un jardín lleno de picaras hadas que recordaban al Sueño de una noche de Verano de Shakespeare. Aquella habitación estaba decorada en tonos rosas y marrones a juego con las paredes rosadas. La decoración se remataba con pequeñas zapatillas de ballet. Sin duda, los Alfonso tenían más que ofrecerá Valentina en términos económicos. Pero ¿Y el amor?

Quédate A Mi Lado: Capítulo 19

 —Te invitaría a salir, pero imagino que estás agotada. Parece que la pequeña necesita estirar las piernas. ¿Qué te parece si compro comida para llevar por el camino y pasamos la tarde en la playa? Hay sitio de sobra para el resto de la familia, así que podremos estar los tres solos, relajándonos junto al agua y conociéndonos mejor.


—Es muy amable por tu parte —cierto recelo asomó a sus ojos—. Me encantaría.


—Pongámonos en marcha entonces. Una vez esquivemos a la prensa, que sin duda estará esperando fuera, podremos volver a casa tranquilos.


Le dedicó una sonrisa tranquilizadora y posó la mano en su espalda. Sólo que esta vez se preparó para anticiparse al escalofrío que le producía tocarla, Salió del despacho al largo pasillo que conducía al ascensor. Apenas notó los pasos de los demás miembros de la familia, que iban a la zaga hablando unos con otros. Un grupo de reporteros apostados tras un guarda de seguridad que les bloqueaba el paso empezaron a tomarles fotos. El hermano mayor, Marcos, se acercó y empezó a hablar con uno de los periodistas, distrayendo la atención del grupo con sus declaraciones puesto que una entrevista con un senador contaba más para ellos que una boda sorpresa. Pedro sonrió.


—Gracias, hermanito.


Se concentró llevar a casa a Paula y a Valentina. Estaba expectante, Por primera vez desde que Paula había irrumpido en su mundo, sentía que retomaba el control de su vida. El futuro de Valentina estaba a salvo. Y durase lo que durase aquel matrimonio. Paula y él tendrían una relación totalmente legal y sin preocupaciones respecto a implicaciones sentimentales por parte de ambos. Se detuvo frente al ascensor privado destinado a empleados e imitados especiales y, justo al apretar el botón, la puerta se abrió y mostró a la persona que había en su interior, Demonios. Una pelirroja de largas piernas, de unos veintitantos años, parpadeó sorprendida y después le sonrió. No podía haber sido peor momento para entrarse con una de sus ex. Era la hija del juez, la chica con la que había estado saliendo. ¿Era Gabriela? No. Soledad le arrancó el ramo de las manos. 


—Muy bien, Pedro Alfonso, estas oficialmente perdonado —se llevó las flores a la nariz e inhaló profundamente, sacando pecho veladamente—. Son preciosas, eres un encanto. Rosas y azucenas, ni más ni menos, no sabía que fueses tan romántico.


Paula se indignó visiblemente, alejándose de la mano que se posaba en su cintura. Tenía que salvar la situación antes de que un periodista con teleobjetivo y gran oído obtuviese un nuevo titular. Metió a Paula y a Valentina en el ascensor junto con Soledad y pulsó el botón de «Cerrar».


—Oh, Soledad; me gustaría presentarte...


Soledad se echo a reír, interrumpiéndole.


—Pensaba enviarte un mensaje que dijese: «Púdrete, asqueroso», pero dado que te has disculpado con flores —volvió a llevárselas a la nariz—, te perdono por haberme roto el corazón. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 18

Pedro soltó el ramo sobre la mesa del administrativo y agarró el bolígrafo. Los documentos que regulaban el enlace reposaban frente a él junto a las flores amarillas y naranjas. Ese mismo día tenía que haber solucionado todo lo referente al futuro de Valentina. Su niña. Su hija. Hasta aquel momento, lo único que había hecho era cumplir con su responsabilidad, pero en lugar de arreglarle la vida, la ceremonia había dado pie a otro problema, no del todo inesperado, pero sorprendente por su magnitud: Quería a su esposa. Un solo beso había bastado para otorgarle esa certeza. Apretó el bolígrafo, oscureciendo el trazo de su letra. Era todo lo que podía hacer con tal de no echar a todo el mundo de allí y dejar en Paula y en su memoria una huella mucho más profunda. Su camisa todavía estaba impregnada del olor de ella, lo estuvo desde el momento en que le rozó levemente con el pedio y surgió en él el deseo de conocerla más. La había encontrado atractiva desde el primer momento en que la vio en la fiesta, incluso había tenido intención de pedirle una cita. Luego habían empezado a hablar, había conocido a Nina y allí estaban. Al menos ella se había mostrado tan sorprendida como él durante el beso. Gracias a Dios, había conseguido controlar las manos, porque si no, hubiese ofrecido al fotógrafo un titular inesperado. Alzó la vista del papel y miró a Paula, que estaba junto a Eugenia. El vestido amarillo de seda se ajustaba a la suave curva de sus pechos, deslizándose sobre sus caderas de tal modo que no podía evitar preguntarse qué llevaba debajo. Pedro miró por encima del hombro rápidamente para asegurarse de que el fotógrafo no había vuelto a entrar. Durante un tiempo había tenido la suerte de no ser centro de atención de la prensa, pero ahora que había salido del ejército volvía a estar en el candelera. Aunque tenía que admitir que Paula ofrecía una hermosa y atractiva instantánea.  Ella le pasó la niña a Eugenia y caminó hacia él, atrayendo su mirada hacia sus piernas. Puede que aquel matrimonio le ofreciese beneficios inesperados. ¿Quién podría culparle por acostarse con su propia esposa? Aunque hubiese enterrado su corazón junto a su marido, a juzgar por aquel beso su sensualidad se mantenía intacta. Paula le tendió la mano.


—¿Podrías pasarme el bolígrafo?


—Sí, claro —se lo ofreció, y ella se inclinó junto a él, inundándolo del aroma a champú floral que emanaba de su melena suelta. 


A Pedro le vino a la mente la imagen de esos cabellos extendidos sobre una almohada mientras desnudaba a Paula. Tiró de su corbata, que le apretaba de pronto. Ella apartó el ramo para apoyar la muñeca en la mesa mientras firmaba, llevándose la lengua a la mejilla. El todavía notaba el sabor a café de sus labios. Café, por el amor de Dios. ¿Quién iba a pensar que algo tan simple iba a tener un gusto tan sensual? Su corazón se aceleró. Ella remató la firma con una floritura que no pegaba nada con su aire de persona seria. De cualquier modo, era oficial: Estaban casados. Y tenía intención de consumar el matrimonio en cuanto lograse meter en su cama a su nueva esposa. Pedro deslizó los papeles hasta el otro extremo de la mesa, donde se encontraba la secretaria de su madre, y centró toda la atención en su esposa,


—¿Has comido algo?


La familia entendería sin duda que él y Paula se retiraran durante un tiempo para conocerse mejor. Se acordó de un pequeño café que había cerca del juzgado. Había comido allí con su madre y su amigo juez, y luego había llevado allí a la hija del juez durante una cita. Pero igual no es tan buena idea llevar tu esposa a un lugar donde has tenido una cita con anterioridad. Pasamos al plan B. Paula se colocó el pelo detrás de las orejas con un suspiro.


—Ha sido mi día muy largo.


¿Estaría pensando en su primera boda? Comprensible, pero él necesitaba distraer los pensamientos de Paula del hombre que todavía ocupaba un lugar tan importante en su mente. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 17

No había sido la boda de ensueño con la que había fantaseado de niña, aunque le pareció que iba bien disfrazada. Llevaba un vestido amarillo pálido largo hasta la rodilla que le había prestado su cuñada. Eugenia había insistido en que se quedara con aquel Versace, ya que no le quedaba bien después de dar a luz a su hijo. Valentina se aferró al collar de perlas que llevaba Paula y que David le había regalado el día en que intercambiaron sus votos. Habían tenido una boda sencilla, pero eso a ella no le había importado. Por aquel entonces tenían muy poco dinero y él había vendido una de las primeras ediciones de su colección para pagar el collar. Sintió una punzada de dolor al pensar que nunca tendría un hijo de David. Valentina era su única oportunidad de ejercer como madre, durase lo que durase. Un flash los iluminó desde la esquina de la habitación proveniente de la cámara del fotógrafo contratado por los Alfonso, cuyas fotos no tardarían en aparecer en prensa. Al menos las fotos las habían contratado ellos, junto con un sencillo comunicado que informaba de que Pedro se había casado con la tutora de su hija. Él se inclinó hacia ella con complicidad.


—Bienvenida a una familia plagada de políticos. Ten cuidado con lo que dices y nunca, nunca se te ocurra masticar con la boca abierta a menos que desees aparecer en algún blog de Internet antes de haberte tragado la comida.


Valentina consiguió alcanzarle la cara con la mano cubierta de babas, luego se echó a reír y se metió en la boca el osito panda. Pedro se mostraba encantador con los adultos. ¿Por qué se quedaba paralizado ante la niña? ¿O le ocurría lo mismo con todos los niños? De todos modos, pronto volaría a su base por alguna misión y volvería a estar sola con Valentina. Sólo tenía que aguantar unos días, ni siquiera le iba a dar tiempo a desear que volviese a besarla. Ana la rodeó con un brazo en un abrazo que no le pareció fingido para la foto.


—Bienvenida a la familia, querida.


—Gracias —Paula se detuvo, bajando la voz—. Pero ya sabes que esto es algo temporal.


Su flamante suegra volvió a apretarle el hombro.


—Eres una Alfonso y una parte importante de la vida de mi nieta. Ya nos preocuparemos del futuro cuando llegue su momento.


El pánico le impedía respirar y el anillo de diamantes que llevaba en el dedo empezó a apretarle de repente. Debía estar contenta, todo iba tal y como Pedro le había dicho que iría: Su familia la aceptaba aun conociendo las circunstancias de la boda. Una vez hubieron despedido al fotógrafo, Eugenia se acercó a ella con una sonrisa de apoyo.


—Pareces agotada. Acabemos con el papeleo para que puedas deshacerte de esos tacones.


Lo que más deseaba era poder volver a su departamento, aunque fuese un minuto, para reorganizarse.


—Has sido muy amable al prestarme tu ropa, pero no puedo seguir abusando de tu generosidad. Tengo que volver a Columbia. Valentina y yo nos estamos quedando sin...


Ana hizo un gesto con la mano.


—No te preocupes, querida. Ya me he ocupado de todo. Tienes ropa en la casa, puedes ponerte la que más te guste, Eugenia ha preparado un cuarto para la niña más cerca de tu habitación y le ha encargado ropita —repasó la lista con una meticulosidad que probablemente hacía funcionar mejor los asuntos de gobierno, pero allí resultaba un tanto agobiante—. Y ahora, si me disculpan, tengo que ir arriba a hablar con un amigo juez de un asunto que me llegó al despacho la semana pasada.


Paula resopló y se giró hacia Eugenia.


—¿Ha preparado todo eso mientras estábamos aquí?


Eugenia se acercó aún más, colocándose mejor a su hijo sobre la cadera.


—El dinero, las influencias y una secretaria personal hacen que todo se mueva mucho más deprisa —como con la prueba de paternidad—. Lo hace con buena intención y normalmente lleva razón. Lo mejor es que por ahora te dejes llevar. Si tienes algo que alegar, mejor será que lo hagas estando descansada y con el estómago lleno.


—¿Me estás animando a marcharme? —no esperaba encontrar un respaldo tan incondicional por parte de los Alfonso respecto a cualquier decisión que tomase.


—Simplemente te estoy diciendo que, si pretendes rebelarte, debes escoger el momento adecuado. Los Alfonso son todo amabilidad... Y tozudez. Claro que ahora tú también eres una Alfonso.


—Temporalmente.


Eugenia no respondió. 


De pronto se dió cuenta de golpe de lo que había hecho. La sensación de claustrofobia que había tenido la primera noche la atenazó con más fuerza. Los Alfonso habían aceptado a Valentina porque existía un vínculo de sangre, pero aquello era un arma de doble filo. No la conocían, así que en realidad no la querían. Todavía no. Pero no pensaban dejarla marchar.

martes, 13 de mayo de 2025

Quédate A Mi Lado: Capítulo 16

 —Lo que dispongas me parecerá bien. Estoy tan aliviada de que no te la vayas a llevar…


—Por todo lo que he visto y sabido de tí, está claro que tu mayor preocupación es su bienestar —metió la primera, mirando fijamente al frente y apretando la mandíbula—. No estoy en posición de ejercer como padre teniendo en cuenta la cantidad de viajes que conlleva mi trabajo.


—Por supuesto, es totalmente comprensible —aunque ella hubiese dejado cualquier trabajo por Valentina y de hecho había reorganizado su horario en torno a ella. Pero no pensaba discutir con él.


Sin embargo, quería preguntarle por sus sentimientos. ¿Se sentía frustrado por tener que casarse con una mujer a la que apenas conocía? ¿Qué sentía al saber que tenía una hija? Su rostro decidido la disuadió conforme se internaban en la carretera. Pedro estaba haciendo lo que había que hacer, cumplía con su obligación y ella debía sentirse aliviada por su desprendimiento emociona], Pero, en lugar de eso, se sentía vacía.


—Quiero que quede muy claro que sólo me interesa el bienestar de Valentina.


—Muy bien. Le diré a Federico que prepare los papeles.


Serio y formal. Nada de aquello se parecía a su compromiso con David. Él se le había declarado en la playa, sin anillo, sin dinero, sin complicados tratos legales de por medio. Se habían limitado a decirse lo mucho que se amaban y cuánto deseaban pasar el resto de sus vidas juntos. Y al día siguiente iba a casarse con el hombre que estaba sentado a su lado. Lo había conseguido. Valentina estaría más protegida que nunca. ¿Pero por qué le parecía que en vez de por un año se casaba para siempre?




—Por el poder que me otorga el estado de Carolina del Sur, yo los declaro marido y mujer.


La proclama del juez de paz le retumbó a Paula en los oídos, como si estuviese contemplando una especie de drama desde lejos. Para su boda en el juzgado él se había vuelto a poner el uniforme, en esta ocasión una versión menos formal, pero con chaqueta y corbata. Todo le había parecido irreal desde que habían hecho la prueba de paternidad ese fin de semana y esta había confirmado lo que Phoebe había sabido nada más ver a Pedro Alfonso: Que era el padre biológico de Valentina. En cuanto Pedro había conocido los resultados de la prueba, no había dudado ni un segundo, Había organizado la boda para el día siguiente y concertado cita en el juzgado de familia poco después. Aquel militar sabía hacerse con el mando y era capaz de mover montañas. Apretó con fuerza el ramo de azucenas y rosas que le había traído una de sus cuñadas más sentimentales, Agustina, la embarazada casada con el hermano mayor. La otra cuñada, Eugenia, llevaba en brazos a su hijo y Ana sostenía con orgullo a su nueva nieta, Valentina, junto a su marido. Paula formaba ya parte de la familia, aunque sólo fuese sobre el papel. Con una bandera americana y otra de Carolina del Sur a sus espaldas, el juez de paz cerró el libro que contenía los votos.


—Puedes besar a la novia.


Paula levantó la vista repentinamente hacia Pedro, dejando de golpe de sentirse una observadora lejana de aquel acontecimiento. Nadie esperaba que pasaran por esa parte de la ceremonia, excepto el juez. Pedro esbozó una sonrisa sesgada e inclinó la cabeza hacia ella, que apenas tuvo tiempo de escuchar la risa ahogada del hermano mayor cuando sintió que la besaban con suavidad y firmeza al mismo tiempo. Cerró los ojos, le tronaron los oídos y perdió la noción de lo que pasaba a su alrededor. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que surtió los labios de un hombre sobre los suyos. Demasiado tiempo. Toda la sensualidad que había encerrada en ella volvió a la vida, encendiéndola con un simple roce de labios. Deseó abrirlos para tener más, más de aquello, más de él, mariposas le recorrieron el estómago y se dió cuenta de que se había olvidado de respirar. Él se retiró lentamente, a Dios gracias, lo que le dió tiempo a recuperar el equilibrio, Asió con fuerza el ramo de novia y abrió los ojos. Pedro se quedó mirándola por un instante y luego le ofreció el brazo, sonriente. Paula no pudo evitar devolverle la sonrisa. Era posible que al fin y al cabo ambos lograsen sobrellevar aquel embrollo. Conforme se giraban hacia la familia, Ana les tendió a la niña. Pedro dudó por un segundo, tiempo suficiente para hacer que Paula volviese al mundo real, le pasase el ramo de rosas y azucenas y tomase en brazos a Valentina.


—Ven aquí, cariño. Te has portado muy bien. 


Le alisó el pichi de flores y le recolocó el gorrito y las botas hasta que hubo pasado la violencia del momento. Pero no lo olvidó. A pesar de la rapidez con que Pedro se había enfrentado al problema era evidente que no había logrado conectar con Valentina. 

Quédate A Mi Lado: Capítulo 15

 —Cásate conmigo.


La exigencia de Pedro, porque aquello no fue en modo alguno una petición, retumbó en la cabeza de Paula justo después de conocer los primeros resultados de la prueba de paternidad.  Abrumada, se agachó en el asiento delantero del Mercedes mientras Valentina dormía en el de atrás después de aquel extenuante día en la consulta del médico. La suave piel crema del tapizado la envolvía en lujos, pero no lograba aliviar el nerviosismo que le atenazaba el cuello.


—¿Estás seguro de que es lo que quieres hacer?


—No es momento de echarse atrás —encendió el motor y ajustó el aire acondicionado a aquella tarde otoñal con una eficiencia y una tranquilidad que provocaron la envidia de Paula—. Ya lo he hablado con Federico y tenías razón al pensar que era el modo más rápido y eficaz de proteger el futuro de Valentina.


Ella contempló a través del parabrisas el atestado aparcamiento del hospital, atraída como un imán por las madres que pasaban con sus hijos. Y también por las parejas, padre y madre.


—¿Cuánto tiempo?


—Nos casaremos el lunes, mañana —tensó la mandíbula en un primer signo de nerviosismo.


Una mirada más exhaustiva reveló a Paula la palidez de su piel y tuvo que apretar los puños para evitar tocarle, consolarle. Entendía lo abrumador que le resultaba convertirse en padre de la noche a la mañana.


—No, lo que quería saber es cuánto tiempo mantendremos esta farsa. ¿A quién se lo diremos?


—Mi familia ya está al tanto de lo que pasa. Pero aparte de ellos, tendremos que mantener las apariencias por el bien de Valentina.


—¿Apariencias? —vaya por Dios, lo que ella había pensado era en un falso matrimonio, no un falso matrimonio que pretendiese parecer auténtico.


—Tendremos que vivir juntos, al menos por algún tiempo —una ligera sonrisa suavizó las arrugas alrededor de su boca—. Dado que habito en la casa familiar, siempre estaremos rodeados de personas que te protegerán de tu libidinoso marido. 


Ella se llevó la lengua a un lado de la boca para evitar reírse, pero no pudo dejar de sonreír... Hasta que pensó en el siguiente obstáculo que debía haber previsto antes de poner en marcha su plan a medio esbozar.


—¿Qué pensará tu familia?


Y más importante aún: ¿Cómo iban a reaccionar teniendo que compartir sus vidas con ella y con Valentina? Su sonrisa se desvaneció.


—Serás recibida como una Alfonso. Y mi madre te adorará solamente porque quieres a su... Nieta.


—Siempre es un alivio —Valentina nunca volvería a estar sola y abandonada—. No me gustará que se sientan violentos cuando venga con ella de visita.


—¿Visita? —levantó una ceja y metió la marcha atrás—. Tendrás que quedarte en la casa al menos un par de meses. A partir de entonces podremos vivir en lugares distintos y alegar conflictos laborales.


—¿Meses? —se llevó la mano a la frente.


Él asintió de manera tajante.


—Tiempo suficiente para obtener la custodia legal. O basta que Micaela regrese —apretó la palanca de cambio—. Si no tenemos noticias de ella, al cabo de un año procederemos a iniciar los trámites de divorcio.


—¿Y qué pasa con Valentina?


—Quiero derechos de visita para mí y para mi familia.


—Por supuesto —sintió un gran alivio mientras el coche salía marcha atrás del estacionamiento. 


Él no había podido concederle por entero la custodia de la niña. Aunque conocía a su hija de muy poco, Paula había estado con los Alfonso el tiempo suficiente como para saber que para ellos el concepto de familia estaba por encima de todo. Gracias al cielo, no se iba a disputar con ella la custodia. Los ojos se le llenaron de lágrimas y pestañeó para retenerlas, a ellas y a sus ansias de abrazarle agradecida. Pero él estaba demasiado aprensivo para un abrazo; su risa y su buen humor habían desaparecido. Puede que también necesitase unas palabras tranquilizadoras.


—Quisiera firmar un acuerdo prenupcial en que conste que no tengo derecho alguno sobre los bienes de los Alfonso, ¿Crees que tu hermano podrá redactarlo?


—Pero Valentina recibirá mi manutención.