martes, 2 de enero de 2024

Culpable: Capítulo 25

 –No, pero una vez fui niño, igual que tú.


–¿Veías esos dibujos en Grecia?


–No, aquí en Estados Unidos. Me mandaron a un internado americano a los nueve años.


Paula parpadeó y lo miró horrorizada.


–¿Tus padres te mandaron a estudiar fuera? ¿Con nueve años?


–Me hicieron un favor, te lo aseguro. 


Pedro fue a la cocina y regresó con un par de botellines de agua y dos platos llanos y un cuenco de plástico. Puso todo en la mesa, abrió uno de los botellines y echó un poco de agua en el cuenco, que colocó en el suelo para que bebiera Luz.


–Me temo que no tengo comida de perro –le dijo a Paula.


–No te preocupes; le había dado de comer antes de que saliéramos – respondió ella. Sus ojos se posaron en un cuadro colgado en la pared–. Te gusta el arte moderno –observó.


–Sí.


–¿Tienes alguna obra de Enrique?


Pedro resopló.


–Está sobrevalorado. No conozco a nadie que tenga uno de sus cuadros.


–Pues debe haber mucha gente que los compre, porque es un artista con mucho éxito –replicó ella–. Todo el mundo lo admira.


–¿Incluida tú? –inquirió él, sin poder contenerse.


Paula lo miró sorprendida.


–¿No irás a decirme que tienes celos?


–Tal vez.


–Pues nunca los habías tenido.


Pedro se encogió de hombros.


–Eso era antes.


–¿Antes de qué?


–Antes de que dejaras de mirarme como solías hacerlo.


Lo echaba de menos, echaba de menos aquellos días en que Paula lo miraba como si lo fuera todo para ella.


–Eso fue hace mucho tiempo –murmuró Paula con las mejillas encendidas, agachándose para acariciar a Luz–. Antes de que descubriera que el hombre al que amaba no era más que un sueño.


Pedro bajó la vista.


–Podríamos volver a empezar, encontrar un nuevo sueño juntos.


–Tal vez –Paula trató de sonreír–. No lo sé. Pero no es la primera vezestrepitosamente que fracasé cuando me decidí a participar en una exposición en una galería de arte?


–No.


–Pues no vendí ni un cuadro. Ni siquiera por lástima –le explicó ella sonrojándose–. Claro que tú no sabrás ni lo que se siente cuando te pasa algo así; seguro que nunca has fracasado en nada de lo que te has propuesto.


–Pues claro que sí. Te sientes vacío, impotente, como si no pudieras hacer nada para cambiar las cosas.


Paula lo miró sorprendida, aunque no tanto como cuando Pedro empezó a sacar de las bolsas un envase de cartón tras otro.


–¿Para cuánta gente has pedido comida?


–No sabía qué te apetecería exactamente, así que he pedido un poco de todo, aparte de una ración doble de pollo kung pao.


Pedro le tendió una servilleta y unos palillos y se sentaron a la mesa. Mientras comían charlaron de temas intrascendentes hasta que él se decidió a preguntarle en un tono quedo:


–¿Te quedarás conmigo? ¿Al menos hasta que nazca el bebé?


–No es tan simple –contestó ella.  

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