Paula se sentía culpable porque no le había dicho a Enrique que dejaba el departamento y que se había ido a vivir con el padre de su bebé. Sabía que le horrorizaría si se enterase quién era el padre. Y si algún día llegase a casarse con Pedro… Inspiró profundamente. No, no quería ni imaginárselo. Bastante nerviosa estaba ya por la fiesta de esa noche. Probablemente los amigos de Pedro se preguntarían qué había visto en ella. Tragó saliva y se miró una última vez en el espejo. Se irguió sobre las sandalias de tacón, levantó la barbilla y salió de la habitación. Al pie de la escalera de mármol estaba esperándola él, de lo más elegante con un esmoquin a medida.
–Estás preciosa –le dijo. Tragó saliva y añadió–: ¡Y menudo vestido…!
Paula sonrió con timidez.
–¿Te gusta?
Él se inclinó hacia delante y le susurró con voz ronca:
–Hace que me entren ganas de que nos quedemos en vez de ir a la fiesta.
Paula se echó sobre los hombros su estola de piel sintética, se agarró al brazo de Pedro y salieron a la calle, donde estaba esperándolos José, junto al Rolls-Royce. Cuando llegaron al hotel de Midtown Manhattan, donde se celebraba la fiesta, a ella la alarmó ver la alfombra roja que había a la entrada, con fotógrafos a ambos lados, tomando instantáneas de los invitados que iban llegando.
–No me dijiste que esta fiesta benéfica fuera algo tan mediático –le dijo a Pedro, en tono acusador.
–¿Ah, no? –respondió él, con una sonrisa traviesa–. Bueno, piensa que es por los niños sin hogar.
Paula miró nerviosa por la ventanilla a los elegantes invitados que iban desfilando por la alfombra roja mientras los fotógrafos disparaban sus cámaras.
–¡Llamaré la atención entre toda esa gente! –exclamó con ansiedad.
–Ya lo creo –murmuró Pedro, mirándola de un modo ardiente–. Eres la más hermosa de todas las mujeres que pisarán esta noche esa alfombra.
El chófer detuvo el vehículo, se bajó para abrirles la puerta, y cuando Pedro se hubo apeado le tendió la mano a Paula y le dijo:
–¿Vamos?
Nerviosa, ella tomó su mano y dejó que la ayudara a salir del coche. Mientras avanzaban por la alfombra roja, se agarró de su brazo, intentando ignorar los gritos y los flashes de los fotógrafos.
–¡Señor Alfonso!, ¿Es su novia?
–¿El bebé que espera es suyo?
Pedro no contestó, sino que miró a Paula con una sonrisa tranquilizadora. Pero, entonces, ella oyó que alguien exclamaba:
–¡Madre mía! ¡Es esa chica… Chaves, la hija del marchante de arte que trató de estafarle!
Aquello desató una ráfaga de preguntas, y Paula apretó el paso y no respiró con calma hasta que estuvieron dentro del hotel.
–¿Cómo… Cómo han sabido quién era? –le preguntó a Pedro.
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