martes, 2 de enero de 2024

Culpable: Capítulo 28

Pedro no durmió bien esa noche. No hizo más que dar vueltas en la cama, pensando en Paula, que dormía en la habitación de al lado. Tan cerca… Y, sin embargo, a él le parecía como si los separasen miles de kilómetros. Cuando finalmente vió que empezaba a clarear fuera, se levantó cansado, fue al ventanal y descorrió las cortinas blancas. La calle estaba cubierta por una fina capa blanca. Parecía que había nevado durante la noche. ¿Por qué había intentado besarla?, se reprendió, furioso consigo mismo. Sobre todo sabiendo lo frágil que era la relación entre ambos en ese momento. ¿En qué había estado pensando? El problema era, precisamente, que no lo había pensado. Había dejado que el deseo que sentía por ella nublase su mente. Y lo que estaba en juego era muy importante. Tenía que conseguir que se sintiese cómoda allí para que se quedase, para que pudieran ser amigos, para que accediese a casarse con él. Tenía que hacerlo por el bien de su bebé. Se puso una camiseta, unos pantalones cortos de chándal y sus zapatillas de deporte, bajó las escaleras en silencio y salió a la calle para correr y despejar su mente. Cuando volvió a casa ya estaba más sereno. Subió las escaleras de dos en dos y al entrar por el pasillo lo sorprendió ver abierta la puerta de la habitación de Paula. Se asomó, pero estaba vacía. ¿Y si se había marchado?, se preguntó inquieto. ¿Y si había abandonado la ciudad durante la noche? No, se dijo inspirando profundamente. Le había prometido que no intentaría apartarlo de su hija, y él confiaba en su palabra. Probablemente estaría en la planta baja, tal vez en la cocina. Se dió una ducha rápida y se puso un traje oscuro y una camisa gris. Miró su reloj; lo esperaban en la oficina dentro de una hora. Bajó las escaleras y fue a la cocina, pero allí solo estaba la señora Berry preparando beicon y huevos revueltos, pues además de supervisar al resto del servicio, se ocupaba de las comidas.


–Buenos días, señor.


–Buenos días, señora Berry –la saludó él también. Se sentó a la mesa y murmuró vacilante–: Supongo que no habrá visto a…


–¿A la señorita Chaves? –dijo la mujer de pelo cano, con una sonrisa de oreja a oreja, antes de tomar un plato para servirle el beicon y los huevos–. Sí, la he visto, y lo único que puedo decir es… ¡Por fin!


–¿Por fin?


–¡Sí! Por fin va usted a sentar la cabeza… ¡Y van a tener un bebé, además! ¡No ha perdido usted el tiempo! –dijo con una suave risa, colocándole el plato delante–. Estoy deseando que nazca el bebé –añadió con un suspiro, mientras le servía el café–. Debo decirle que me ha sorprendido, pero bueno, más vale tarde que nunca. ¡Después de todos estos años al fin ha seguido mi consejo!


Pedro tomó un sorbo de café.


–Entonces… ¿Paula ha pasado por aquí?


–Sí, hará como una media hora. Estuvo charlando un rato conmigo y se fue a pasear a su perrita. Es encantadora… –murmuró la señora Berry con una sonrisa. Luego, sin embargo, le lanzó una mirada de reproche y añadió antes de volverse hacia el fregadero–: No entiendo cómo no le ha pedido aún que se case con usted. La gente joven de hoy en día…


Los labios de Pedro se curvaron en una sonrisa. ¿Joven?, ¿él?, ¿a sus treinta y cinco años? Claro que la señora Berry, que llevaba años trabajando para él, lo veía como al nieto que nunca había tenido. 

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