–Aún no –contestó él. Y volviéndose hacia las dependientas, les dijo–: También necesita un vestido de fiesta.
Paula lo miró con incredulidad cuando las dependientas fueron a buscar lo que les había pedido.
–¿Un vestido de fiesta? No lo dirás en serio…
–Voy a llevarte a una fiesta el sábado.
Paula gruñó con fastidio.
–¿A una fiesta?
–¿No quieres venir? –inquirió él, enarcando una ceja–. Es por una buena causa: Una fiesta benéfica para recaudar fondos para los niños sin hogar.
–Está bien, iré –claudicó ella con un suspiro.
Poco después, cuando las dependientas regresaron empujando un perchero con ruedas cargado de vestidos de fiesta premamá, Paula agarró el que tenía más cerca, uno de color rojo escarlata y entró con él al probador. Pedro esperó, casi conteniendo el aliento, pero cuando se abrió la cortina y salió ella, llevaba su blusa blanca y sus leggings negros.
–Ya está, he terminado –anunció.
–Pero… ¿Y qué pasa con el vestido? –inquirió él.
–No está mal. Me gusta; nos lo llevaremos.
Pedro comprendió que no iba a dejar que la viera con él puesto.
–¿Nos vamos ya? –insistió ella de nuevo.
–¿No hay ninguna otra cosa que te quieras probar? ¿Nada de nada?
–No –respondió ella con retintín.
Pedro pagó la ropa mientras otra dependienta guardaba el abrigo en una bolsa y empaquetaba cuidadosamente el vestido de noche en una caja y la otra charlaba animadamente con Paula. Se despidió de las dependientas con una sonrisa, dándoles las gracias por su ayuda, y abandonaron la boutique. Cuando estuvieron de nuevo sentados en el Range Rover, Paula miró a Pedro con una sonrisa traviesa y le dijo:
–Siento que no me entusiasmara toda la ropa que me han enseñado.
–No pasa nada –contestó él. Pero no podía negar que estaba irritado, así que, seguro de que otra de las boutiques podría hacer que Paula apreciara el valor de su multinacional, le dijo a José–: Llévenos a Astrara.
Sin embargo, hasta la famosa boutique de tres plantas pareció dejar indiferente a Paula. Se escandalizó de nuevo por los precios, y también le pareció que la ropa era «estrafalaria» y los tejidos poco prácticos. Dándose por vencido, le propuso ir a almorzar, y la llevó a una crepería cerca de allí. Mientras comían, no pudo evitar comentar:
–Parece que el lujo no te atrae en absoluto; no te gustan los restaurantes de postín, ni los coches caros, ni la ropa de firma…
Paula contrajo el rostro, como si se sintiera culpable.
–Perdona, no pretendía ser grosera.
–No has sido grosera en ningún momento –replicó él–. Pero siento curiosidad… ¿Por qué?
Paula suspiró.
–Es que… Todo me parece tan caro… Y tan… Innecesario.
–¿Innecesario? –repitió él, algo dolido–. Entonces, ¿También dirías que el arte es algo innecesario?
–¡Por supuesto que no! –replicó ella al momento–. Pero es que el arte es una expresión del alma, una manera de explorar y de explicar lo que nos hace humanos.
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