Cuando sus labios se separaron, los ojos de Paula estaban llenos de lágrimas y había una sonrisa trémula en sus labios.
–Pepe… –susurró.
El corazón de Pedro palpitó con fuerza. Pepe… Lo había llamado Pepe… Era cómo lo había llamado tiempo atrás, antes de saber quién era en realidad, cuando aún lo amaba… Él se estremeció por la emoción que lo embargaba y la besó de nuevo, estrechándola con fuerza entre sus brazos mientras lo asaltaban recuerdos del otoño pasado, de los momentos felices que había pasado junto a ella. Pero ahora… Ahora Paula sabía quién era y aun así había sido ella quien había dado el primer paso, había sido ella quien lo había besado. A pesar de saber la verdad, aún lo deseaba… No, no conocía toda la verdad, se dijo tragando saliva. Y jamás debía llegar a conocerla. No quería ni siquiera pensar en ello. Hizo el beso más profundo, más apasionado, en un intento por bloquear esos pensamientos. Casi esperaba que Paula lo detuviera, que se apartase de él, pero no lo hizo, sino que respondió a su beso con idéntico ardor. Despegó sus labios de los de ella y descendió, beso a beso por su cuello mientras Paula alargaba las manos para desabrocharle la camisa. Como se le resistían, deslizó las manos por dentro de la prenda y acarició su pecho desnudo. Pedro se incorporó y se arrancó literalmente la camisa, haciendo que los botones saltaran y se desperdigaran ruidosamente por el suelo de madera. Luego le bajó a Paula la cremallera del vestido y tiró de él hacia abajo con delicadeza, dejando al descubierto un sujetador blanco sin tirantes, su vientre hinchado y unas braguitas de encaje blancas. Le sacó el vestido por los pies y lo arrojó al suelo. Casi no podía respirar cuando la miró de arriba abajo. Era tan hermosa…
–Bésame –le pidió ella en un susurro.
Pedro no se hizo de rogar. Sus labios dejaron un reguero de besos desde su garganta hasta el borde del sujetador blanco de satén. Se lo desabrochó, se lo quitó, y se quedó mirando sus voluptuosos senos extasiado. Conteniendo el aliento, los asió por debajo con las palmas de las manos. Paula entreabrió los labios y cerró los ojos con una expresión de placer. Él le acarició los pezones, haciendo que se endurecieran. Luego bajó la cabeza, tomó uno en su boca y empezó a lamerlo y succionarlo, mientras ella se aferraba a la colcha con ambas manos. Levantó la cabeza y besó con ternura su vientre hinchado antes de besarla también en los labios. Y entonces, le puso una mano en la mejilla y, mirándola a los ojos, le susurró:
–Cásate conmigo, Paula.
¿Casarse con él? Paula abrió los ojos sobresaltada. Estaba desnuda debajo de él, derritiéndose con sus caricias y sus besos. Lo deseaba… ¡Cómo lo deseaba!, pero… ¿Casarse con él?
–Yo… No creo que…
Se estremeció de placer cuando la mano de Pedro bajó lentamente por su cuello hasta llegar al valle entre sus senos. Y entonces, de pronto, al mirarlo, vió al hombre del que se había enamorado el otoño pasado. Pepe… su Pepe… El maravilloso Pepe con el que tanto se había reído, charlado, con el que había paseado de la mano por las calles de Nueva York alfombradas de hojas. No era verdad que le hubiera arrancado su virginidad. Era ella quien se había entregado a él. Y, sin embargo, casarse con él… Eso sería como traicionarse a sí misma después de cómo la había engañado. ¿Podría perdonarse alguna vez si lo hiciese?
–No puedo casarme contigo –le respondió en un murmullo.
–¿Por qué no? –le insistió él, apoyando la cabeza en su pecho–. Quiero estar contigo… siempre… –murmuró con voz trémula.
Cuando volvió a levantar la cabeza para mirarla, Paula vió que sus ojos se habían humedecido. No, era imposible… ¿Pedro Alfonso, el implacable hombre de negocios, al borde de las lágrimas? Si él mismo le había dicho que no tenía corazón… Y, sin embargo, era como si, de algún modo, de pronto volviera a ser su Pepe. Bajó la vista a su torso bronceado y no pudo resistirse a tocarlo. Su piel era como una capa de satén sobre duro acero, se dijo mientras sus dedos acariciaban el vello oscuro y los duros pezones antes de bajar hacia los músculos de su abdomen. ¿Era una ilusión la sombra de vulnerabilidad que veía en sus ojos? Tenía que serlo, se dijo. Pedro inclinó la cabeza y empezó a besarla de nuevo al tiempo que sus manos se cerraban ardorosamente sobre sus senos.
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