Estacionaron en un garaje separado de la casa principal. Pedro sacó su equipaje del maletero y fueron hasta la entrada. Los recibió una mujer bajita de pelo blanco que saludó efusivamente a Pedro en griego, con lágrimas de alegría y un gran abrazo.
–Te presento a María, mi vieja niñera –le dijo Pedro a Paula–. Ahora su marido y ella son los guardeses de la villa.
–Encantada –la saludó Paula afectuosamente, tendiéndole la mano.
La mujer bajó la vista a su vientre hinchado y la miró confundida. Pedro le dijo en su idioma algo que hizo que a la mujer se le escapara un gemido de sorpresa. Ignoró la mano tendida de Paula y le dió un abrazo, soltándole una retahíla en griego.
–Dice que ella también está encantada de conocerte –le tradujo Pedro, sonriente–, y que ya iba siendo hora de que me casara.
Apareció un criado joven para llevarse sus maletas, y tras cruzar unas palabras más con Pedro, María se marchó a sus quehaceres.
–Ven, almorzaremos en la terraza –le dijo Pedro a Paula–. Te encantará.
Mientras la conducía por la enorme casa, Paula iba mirándolo todo con curiosidad. Era una vivienda elegante y bien cuidada, pero algo anticuada y fría, casi como un museo.
–¿Cuánto hace que no venías? –le preguntó cuando entraron en lo que él le dijo que era la sala de música.
Era impresionante, con altos techos, un piano de cola, grandes ventanales, y unas puertas cristaleras.
–Unos cuantos años. Cinco, tal vez –contestó Pedro, rascándose la cabeza.
–¿Cinco años? –repitió ella, anonadada.
Pedro apartó la vista.
–No tengo demasiados buenos recuerdos de este lugar. A los nueve años me mandaron a un internado, y no he venido demasiado por aquí desde que murieron mis padres.
–¿Qué edad tenías?
–Catorce años.
Paula se quedó callada un momento antes de preguntarle con suavidad:
–¿Y por qué escogiste este sitio para nuestro viaje de luna de miel?
–Porque… –Pedro inspiró profundamente–, porque ya iba siendo hora de que volviera. Además –añadió con una sonrisa que no resultó demasiado alegre–, ¿No es el sueño de cualquier novia?, ¿Pasar la luna de miel en una isla griega?
–Esto es mucho más de lo que jamás habría soñado –respondió ella, entrelazando su mano con la de él–. Siento lo de tus padres. Mi madre murió cuando yo tenía solo siete años, de cáncer. Fue muy duro. Y luego, cuando mi padre…
Paula se calló, pero ya era demasiado tarde, y se sintió mal cuando sus ojos se encontraron. ¿Se interpondría siempre entre ellos el trágico recuerdo de su padre?
–Ven, es aquí –murmuró Pedro, soltándole la mano.
Cuando cruzaron las puertas cristaleras Paula se detuvo boquiabierta. La amplia terraza, bordeada por una barandilla blanca de piedra, se asomaba al brillante mar azul, y a sus espaldas la buganvilla trepaba por las paredes de la casa.
–Es precioso… –murmuró Paula con emoción–. Nunca imaginé que pudiera haber algo tan hermoso.
–Sí que lo hay –dijo Pedro con voz ronca, rodeándola con sus brazos.
Mientras la besaba, con el aroma de las flores y el olor a mar flotando en el aire, Paula sintió el calor del sol en los hombros y la brisa que agitaba su vestido y su cabello. Pedro la deseaba, la idolatraba… ¿Pero podría llegar a amarla? Una vez le había dicho que era incapaz de amar. Y, sin embargo, ¿No le había dicho ella también a él que no podría volver a amarlo cuando descubrió quién era en realidad? Sí, se lo había dicho y se había equivocado, porque en ese momento, mientras él la besaba con pasión, sintió que lo amaba más que nunca. Una voz de mujer dijo algo a sus espaldas, y cuando se separaron vieron a María, que sostenía una bandeja con una sonrisa de oreja a oreja. Pedro le dió las gracias con una sonrisa y tomó la bandeja de sus manos. Devoraron con apetito el almuerzo que les habían preparado – pescado frito, ensalada, aceitunas y una tabla de quesos–, y estaba todo tan delicioso que cuando ya no podía comer más Paula se echó hacia atrás en la silla de mimbre y suspiró, sintiéndose maravillosamente dichosa. Miró a su marido, que tenía la mirada perdida en el mar azul. Sus facciones estaban tan relajadas que hasta parecía más joven… Como distinto.
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