jueves, 11 de enero de 2024

Culpable: Capítulo 37

Cuando Paula se miró en el espejo de pie de su habitación de invitados, su reflejo le pareció el de una extraña, una mujer sofisticada con un vestido rojo de fiesta que parecía salida de Pretty Woman. El vestido se deslizaba suavemente por su vientre hinchado, tenía un escote algo atrevido y también una abertura a ambos lados en la falda que insinuaba sus piernas. Se había dejado el cabello suelto sobre los hombros desnudos y se había maquillado un poco con rímel y un pintalabios de un rojo escarlata a juego con el vestido. También estrenaba zapatos. Esa mañana, justo cuando se le había ocurrido que no podía ponerse unas manoletinas negras con el vestido, habían aparecido delante de la puerta de su habitación unas sandalias de tiras de su número como por arte de magia, sin duda por cortesía de Pedro. Lanzó una mirada a su móvil, sobre el tocador, y volvió a invadirla una sensación de vértigo. Al salir de la ducha, una hora antes, había echado un vistazo a su cuenta bancaria para ver si le habían cobrado ya el depósito para la escuela de enfermería. Una vez desapareciera esa cantidad de su cuenta le quedaría muy poco, así que estaba nerviosa por si había olvidado algún gasto que había hecho y le rechazaban el cheque, o algo así. Sin embargo, al entrar en su cuenta se había quedado sin aliento. No solo estaban allí los pocos cientos de dólares que le quedaban… ¡Sino también un millón de dólares más! Pedro la había convertido en una mujer rica. Su primera reacción había sido ¿Por qué?, si ella no le había pedido ni un centavo… Pero luego había comprendido que no era para ella, no exactamente. Era para su bebé, para asegurarse de que, pasase lo que pasase, ella no tuviese que preocuparse por nada. ¿Debería quedarse con ese dinero, aunque fuera por el bebé? Al fin y al cabo, ya había dejado su trabajo… Cuando había ido a la cafetería a decirle a su jefa que lo dejaba, esta se había mostrado aliviada. 


–La verdad es que no necesitaba a una empleada sentada junto a la caja –le había confesado–, pero sabía que te dolían los pies cuando tenías que servir mesas, y no podía despedirte en tu estado –luego había mirado el Range Rover a través del escaparate y había añadido–. ¡Y fíjate lo bien que te va ahora! ¡Es como un cuento de hadas! Porque has dicho que ese tipo, que es un millonario, quiere casarse contigo, ¿No?


Paula había contraído el rostro al oírle decir eso.


–Bueno, no he dicho que sí.


–¿Estás loca? –le había espetado Leticia, escudriñando a Pedro a través del cristal–. Y encima es guapísimo… –entonces había fruncido el ceño y le había preguntado de repente–. ¿Se lo has dicho a Enrique?


–Pues… No creo que le importe mucho –había contestado ella con una sonrisa vergonzosa–. Seguro que se alegrará de que por fin vaya a irme de su departamento.


–Pero si está enamorado de tí… Paula había puesto los ojos en blanco.


–Venga ya… Era el mejor amigo de mi padre… No está enamorado de mí.


Leticia había enarcado una ceja y le había espetado.


–¿Ah, no? 

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