martes, 2 de enero de 2024

Culpable: Capítulo 26

 –Si me das una oportunidad para ganarme tu confianza, te demostraré que puedo ser el compañero que necesitas, el padre que nuestra hija necesita.


Paula volvió a sonrojarse y apartó la vista.


–Estoy planeando mudarme a California en septiembre –le dijo–, para estudiar enfermería.


Un escalofrío recorrió a Pedro. California estaba a casi cinco mil kilómetros de allí…


–¿Por qué? Si te quedas conmigo no te hará falta trabajar.


Pedro resopló.


–¿Y si un día te cansas de mí? No quiero tener que depender de tí.


Pedro inspiró profundamente.


–Al menos quédate conmigo hasta septiembre. Deja que te cuide hasta que des a luz. Dame la oportunidad de establecer un vínculo con nuestra hija cuando haya nacido. Y luego, si cambias de opinión… 


Paula se mordió el labio y suspiró.


–Supongo que podría hacerlo –murmuró–. Pero… ¿Estás seguro de que lo llevarás bien?, ¿Tres meses viviendo con una embarazada?, ¿un verano entero con un bebé llorando a todas horas? ¿No alterará tu estilo de vida?


–Es lo que quiero.


–Bueno, la verdad es que ya he abusado bastante de la caridad de Enrique –contestó ella con una media sonrisa, como a regañadientes–. Supongo que no pasará nada por que me aproveche un tiempo de tu hospitalidad –bromeó.


–No sería aprovecharte; quiero casarme contigo.


A Paula se le arrebolaron las mejillas cuando balbució:


–Él también.


–¿Qué? –exclamó Pedro ceñudo.


Daisy puso los ojos en blanco.


–Solo me lo propuso porque siente lástima de mí.


Pedro dudaba mucho que ese fuera el caso.


–¿Intentó besarte?


Paula contrajo el rostro.


–¿Besarme? Por supuesto que no. ¡Si Enrique casi podría ser mi padre! – exclamó.


Sin embargo, Pedro se dijo que tendría que andarse con ojo con ese Enrique Bain.


–Al menos tú tienes una buena razón para que me quede aquí: Te importa nuestra hija.


Una sensación de alivio invadió a Pedro.


–Entonces… ¿Te quedarás?


–Con una condición –respondió ella, levantando la barbilla–: tienes que prometer que cuando quiera marcharme, me dejarás ir.


Pedro comprendió que no le serviría de nada seguir discutiendo con ella. Además, estaba seguro de que cuando Paula llevase un tiempo viviendo allí, lograría convencerla para que se casara con él. Los dos querían a su hija y esa era razón más que suficiente. O eso esperaba.


–Está bien –comenzó a contestarle vacilante–; siempre que tú me prometas que nunca intentarás mantener a mi hija apartada de mí, aunque te marches de Nueva York. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario