martes, 16 de enero de 2024

Culpable: Capítulo 43

Frotó los pezones con los pulgares y bajó la cabeza hacia uno de ellos. Paula sintió el calor húmedo de su boca engullendo su areola, y gimió cuando la lengua de Pedro empezó a trazar círculos en torno al tirante pezón. Pedro le separó las piernas y se arrodilló entre sus muslos para bajarle lentamente las braguitas. Al ver como las arrojaba al suelo, ella se estremeció de deseo. Cerró los ojos y empujó la cabeza contra los almohadones cuando él se inclinó, agachando la cabeza entre sus piernas, y notó el calor de su aliento. Y entonces, por fin, hizo lo que ansiaba que hiciera. La lengua de Pedro acarició sus pliegues, lamiéndola sensualmente, primero con delicadeza, luego con más insistencia, deslizándose entre ellos y haciéndola gemir de placer. Una tensión exquisita la atenazaba por dentro, excitándola más y más, hasta que alcanzó el éxtasis con un grito ahogado. Aún estaba jadeante, tratando de recobrar el aliento, cuando Pedro se incorporó y, colocándose entre sus piernas, la penetró de una embestida certera con un gruñido de placer. Se quedó quieto un momento, permitiendo que su sexo se adaptara a aquella invasión, y luego se retiró un poco para hundirse de nuevo en ella más despacio. Sin embargo, los músculos de sus brazos, apoyados a ambos lados de ella, parecía que fuesen a estallar por el esfuerzo que le estaba costando contenerse, y una gota de sudor le rodó por la frente. Y entonces, de repente, sacó su miembro de ella, y los hizo rodar a ambos sobre el colchón para que Paula quedara encima de él.


–Tómame –le dijo con voz ronca y los ojos brillantes de deseo.


Nunca antes le había pedido que tomara el control en la cama. Paula vaciló. Su miembro erecto era tan grande… Se colocó con cuidado, bajando sobre él poco a poco y lo notó hundiéndose dentro de ella, centímetro a centímetro. El placer que sentía era casi insoportable. Bajó la vista al rostro de Pedro. Estaba mirándola con adoración, como conteniendo el aliento, como si apenas pudiese contenerse, y ella sintió que su confianza en sí misma aumentaba. Empezó a cabalgar sobre él, despacio al principio, y cuando comenzó a moverse más deprisa. Pedro emitió un gemido ahogado y la agarró por los muslos con sus grandes manos.


–Paula… Más despacio… No puedo… No puedo…


Pero ella siguió moviéndose, inmisericorde, cada vez más deprisa. Sus pechos se balanceaban mientras sacudía las caderas adelante y atrás hasta que, clavándole las uñas en los hombros a Pedro con un grito de placer, alcanzó un nuevo orgasmo, aún más increíble. Él explotó también, derramando su semilla en ella con un intenso gruñido y Paula se derrumbó sobre él, sudorosa y maravillosamente agotada.


–Paula… Mi Paula… –murmuró él, rodeándola con sus fuertes brazos y besándola en la sien.


El corazón de Paula palpitaba con fuerza. ¿Cómo podía haber pensado que no sería capaz de volver a amarlo? Abrió los ojos en la penumbra, agitada por la revelación que la sacudió en ese momento: Seguía enamorada de él, siempre lo había estado, incluso en el abismo del resentimiento y el dolor al saber que la había engañado. Jamás había dejado de amarlo. Se volvió hacia él y contempló un instante su apuesto rostro, iluminado por la luz plateada de la luna que entraba por la ventana, antes de decirle en un susurro:


–Sí.


Pedro se quedó muy quieto.


–¿Sí?


Los ojos de DaisPaulay se llenaron de lágrimas, lágrimas que no comprendía. ¿Eran lágrimas de dolor… O de alegría? Enredó sus dedos en el pelo negro de Pedro y trató de creer que eran de alegría.


 –Sí, me casaré contigo –respondió.





Se casaron cuatro días después. La boda fue una ceremonia sencilla e íntima, que se celebró en el salón de baile de la mansión de Pedro. A Paula le pareció que era lo mejor. Lo último que quería era que el evento atrajese la atención de los medios. La prensa había publicado fotos de ellos del día de la fiesta benéfica junto con el «Bombazo» de que Pedro Alfonso había dejado embarazada a la hija del hombre al que había demandado por una falsificación y que había acabado en prisión. Y a raíz de eso, durante unos cuantos días, los paparazis habían estado apostados en su calle. Paula casi se había sentido prisionera, temiendo salir fuera. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario