martes, 18 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 47

A Paula se le hizo un nudo en la garganta. Si hubiera podido, habría salido corriendo; pero no era posible, porque sus zapatos de tacón alto y el muro de personas que abarrotaban la tienda se lo impedían. Y, aunque hubiera sido posible, no se podía ir sin dañar su futuro profesional, porque estaba rodeada de clientes e inversores potenciales. Silvina le había dado la oportunidad de llevar a cabo sus sueños, y estaba empezando a dar sus frutos. A decir verdad, había conseguido más de lo que nunca se había imaginado, aunque la diseñadora afirmaba que llegaría más lejos. Además, había aprendido algo por el camino. En su afán por gustar a los demás y evitar los conflictos, se había dejado dominar por personas como su madre, y no se quería arriesgar a sufrir lo mismo con Pedro. Él no estaba interesado en ella, sino en sus propias y egoístas necesidades. Mientras lo pensaba, su miedo y su nerviosismo desaparecieron de repente. Ahora sabía que podía sobrevivir a esa noche y a cualquier otra cosa si se alejaba de él. ¿Por qué se empeñaba en aferrarse a un hombre que le hacía daño? ¿Por qué insistía en pedirle lo que no le podía dar? ¿Iba a renunciar a todo por algo tan ridículo como perseguir a una persona que siempre había estado fuera de su alcance? No, no se podía hacer eso.


–Mira, es evidente que no te estás divirtiendo, y yo tengo que hablar con los invitados. Vete a casa. Yo me tengo que quedar un rato más.


Él sacudió la cabeza.


–Te esperaré.


–No, Pedro. Márchate –dijo Paula, decidida–. No te necesito aquí.


Pedro abrió la boca para decir algo, tan perplejo como si no se pudiera creer que Paula le estuviera plantando cara. Como si él fuera el único que tenía derecho a tomar decisiones en aquella relación. Pero no dijo nada, porque no podía. ¿Qué habría podido objetar, si Paula se estaba limitando a darle lo que quería? Le había ofrecido una ruta de escape. Le había pedido que se alejara de él. Y ahora, ella le devolvía el favor. 



Pedro miró el periódico que había dejado sobre la mesa. Se había levantado de mal humor, y ahora estaba a punto de estallar. En páginas interiores, había un reportaje sobre la fiesta de presentación de los bolsos, con las habituales fotografías de invitados sonrientes. Pero Solo tuvo ojos para una de las imágenes, donde Paula y él aparecían tan pegados que el periodista se había lanzado a especular sobre la posibilidad de que el soltero más deseado de San Francisco hubiera encontrado la horma de su zapato. Y, desgraciadamente, eso no era todo. Tras resistirse al impulso de tirar el periódico a la basura, había mirado la fotografía con más detenimiento y había visto algo que lo había inquietado sobremanera, porque reivindicaba su decisión de alejarse de ella: la expresión de sus ojos, la prueba evidente de que se había enamorado de él. Se le encogió el corazón, aunque bloqueó la emoción inmediatamente. No quería sentirse así. Momentos después, Mariana entró en el despacho con una taza de café, y su mirada se clavó en el periódico.


–Ah, ¿Ya lo has visto? –preguntó–. Te iba a decir que le echaras un vistazo, aunque sé que no sueles leer esas tonterías.


Él alcanzó el café y lo probó. Estaba delicioso. 

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