jueves, 27 de julio de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 7

Pedro también la había apoyado. Había escuchado su aflicción, le había gastado bromas, la había ayudado con los deberes. Paula se había sentido desgarrada cuando se marchó a la universidad y sólo podía verlo durante las vacaciones. Sin embargo, cuando volvió a casa el primer año, algo había cambiado. La abierta relación que había entre ellos se vió afectada por una tensión casi tangible. Ella sabía que era por su culpa. No había sido capaz de ocultar el apego hacia él, que en ese tiempo había aumentado en gran medida. Estaba claro que Pedro lo sabía, porque a partir de entonces la había tratado con guante blanco. Se acabaron las caricias juguetonas, los abrazos impulsivos. El objeto de su afecto guardaba las distancias y eso la hacía sufrir enormemente. Todo siguió igual hasta el día de su decimoctavo cumpleaños. Todavía le daba un vuelco el estómago al recordar el rechazo de Pedro. Incluso ese mismo día, al verlo aparecer inesperadamente en la agencia, casi se había desmayado.


–Perdone. ¿Está libre este asiento? –una voz profunda irrumpió en sus recuerdos.


–La verdad es que estoy esperando a…. –alcanzó a decir, y luego se quedó sin habla.


–Hoy debe de ser mi día de suerte. Te he visto dos veces en unas horas. ¿Qué probabilidades había de que ocurriera?


Ella absorbió con los ojos todos los detalles de su rostro. Era un hombre muy apuesto. Con el corazón galopando en el pecho sintió que el deseo la invadía.


–No lo sé, Pedro –dijo con las manos apretadas bajo la mesa–. Dímelo tú que eres el jugador, a juzgar por lo que comenta la prensa respecto a tu presencia en las carreras de Randwick.


–Diría que una entre un millón. Aunque siempre sucedería algo para que acabáramos juntos. A propósito, me alegra saber que estás muy atenta a mi vida a través de los periódicos. ¿Me has echado de menos? –preguntó. Ella no pudo responder. Para su sorpresa, Pedro se sentó y cruzó las largas piernas. Sus rodillas se tocaron y ella se estremeció–. ¿Por qué no tomamos ahora la copa que mencioné esta tarde? –preguntó mientras se inclinaba hacia ella, creando una intimidad que la atraía como un imán.


–Creo recordar que rechacé tu invitación.


La intensa mirada de Pedro le llegó al alma.


–Sin ninguna convicción. Digamos que esto es obra del destino. Estábamos destinados a encontrarnos nuevamente y ahora nos hallamos aquí. ¿Qué tiene de malo que dos viejos amigos compartan una copa?


Paula se hundió en el líquido pozo azul de sus ojos, incapaz de resistirse.  Siempre había sido así cuando estaba con él. Indecisa. Perdida. Anhelante.


–Mmm, dentro de muy poco me voy a reunir con unas personas. ¿Por qué no lo dejamos para otra ocasión?


Tenía que alejarlo antes de que descubriera la verdadera razón de su presencia allí, y tomar una copa era el mínimo precio que tendría que pagar.


–A decir verdad, soy una de las personas que esperas –dijo con una sonrisa que dejó al descubierto su blanca dentadura.


De pronto, Paula se quedó apabullada. En su mente lo vió entrando en la agencia, recordó a Alicia contándole que había atendido a un nuevo cliente, y por último la coincidencia de ambos en ese bar, a la misma hora. ¡No había la menor duda! Pedro había ido a ver a Alicia por motivos que no eran profesionales.


–¿Estás bromeando? El famoso Pedro Alfonso, rey de las fiestas, no puede conseguir una cita. Dime la verdadera razón por la que estás aquí. ¿Alicia te incitó a hacerlo? –preguntó con un tono sarcástico que no pudo evitar.


Pedro se cruzó de brazos y se reclinó en la silla.


–No seas ridícula. Encontré la agencia de Alicia por casualidad. Estoy aquí porque me inscribí en el programa esta misma tarde. No te debo ninguna explicación, Paula. Mi vida no es un libro abierto, así que no saques conclusiones precipitadas.


–¿Pero una agencia matrimonial? ¿Por qué un tipo como tú necesita ayuda para conseguir una cita?


Las palabras salieron de su boca antes de pensárselo dos veces. Maldición, tendría que justificar su significado.


–¿Un tipo como yo? –preguntó en voz baja, y ella sintió un escalofrío en la columna vertebral.


–Ya sabes. Un hombre de éxito. Y rico, además –respondió al tiempo que desviaba la mirada.


–Te olvidas de lo atractivo que soy –bromeó.


Paula se sonrojó y luego intentó engañarlo con un tono frívolo.


–Sí, eso también. Así que dime, ¿Cuál es tu historia? –preguntó. A juzgar por la expresión de Pedro, no lo consiguió.


–No tan rápido. ¿Qué te parece si disfrutamos de nuestros siete minutos y si quieres saber algo más me eliges para tu próxima cita?


Ella se echó a reír.


–¡No tienes remedio! El chantaje no te llevará a ninguna parte.


Él se inclinó hacia delante. 

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