Terminada su jornada laboral, se fue a casa y llamó a Gerardo para pedirle un vaso de agua helada. Sin embargo, éste tardó en aparecer y, cuando lo hizo, estaba tan extrañamente alterado que su jefe preguntó:
–¿Ocurre algo?
–Es la señorita Chaves, señor. Se ha ido.
–¿Cómo que se ha ido?
En lugar de contestar, Gerardo sacudió la cabeza con expresión de angustia, y Pedro se levantó y se fue al chalet. Efectivamente, Paula se había ido, aunque no antes de limpiar la casa y cambiar la ropa de cama. No había ni rastro de ella. No había ni ropa ni libros ni máquinas de coser ni piezas de terciopelo ni abalorios de ninguna clase, salvo un par de cuentas que se le habían caído en la alfombra y que, al parecer, no había visto. Confundido, metió una mano en el bolsillo de la chaqueta para sacar el teléfono móvil, y fue entonces cuando vió el sobre que estaba en la chimenea, junto a un jarrón con flores. Rápidamente, lo abrió y extrajo su contenido, consistente en una hoja de papel y un desconcertante puñado de billetes, que dejó a un lado. Nunca había visto la letra de Paula, y le pareció bonita y fácil de leer, como ella misma. Pero su contenido no le gustó tanto: "Querido Pedro: No sé por dónde empezar, pero supongo que debería darte las gracias por haberme traído a los Estados Unidos y haberme ofrecido un techo hasta que pudiera establecerme por mi cuenta. Ha sido toda una experiencia, pero he tenido más éxito del que jamás me habría imaginado, y empiezo a creer que mis sueños se pueden hacer realidad. Me voy a la casa de Sean. No sé si te acuerdas de él. Es el encantador actor con el que estuve en la gala. Tiene un piso en Haight Ashbury, y afirma que me puedo quedar en la habitación de invitados durante el tiempo que necesite, cosa que voy a hacer. Si mi madre me escribe, ¿Podrías enviarme sus cartas? Como verás, he dejado dinero en el sobre, con intención de pagarte el vestido y los zapatos que me compraste para la gala. Por favor, acéptalo. Si empezar esta carta era difícil, terminarla lo es más. Solo puedo decir que nunca te olvidaré, y que te deseo toda la felicidad del mundo. Tuya, Paula" Pedro pensó que la carta de ella no podía ser más irónica. Durante años, había recibido montones de misivas de mujeres que no significaban nada para él, aunque lo llenaban todo de besos. Y Paula, que sí le importaba, no le daba ninguno. ¿Cómo podía dolerle tanto? ¿Cómo había permitido que le doliera? Su teléfono sonó en ese momento, y se llevó una decepción cuando vió que no era Paula, sino un buen amigo, Máximo Díaz. De hecho, estuvo a punto de no responder, pero no quería ofender al poderoso español, un hombre tan ocupado como él.
–Hola, Máximo –dijo sin energía.
–Vaya, la gente suele reaccionar con más entusiasmo cuando les llamo –se burló el rico industrial.
Pedro soltó una carcajada.
–Discúlpame. Ha sido una semana muy larga. ¿Qué puedo hacer por tí?
–Llegaré a San Francisco a finales de mes, y he pensado que podríamos vernos. Salvo que prefieras estar con la joven que he visto en las fotos.
–No, de ninguna manera. Ese barco ha partido, y estaré encantado de tomarme algo contigo, como en los viejos tiempos.
Cuando terminaron de hablar, Pedro se intentó animar con la perspectiva de ver a Máximo y tomar unas copas. A fin de cuentas, los dos estaban solteros y llamaban la atención de las mujeres. Lo intentó, sí. Pero no lo consiguió.
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