Paula se escabulló antes de que Pedro pudiera responder. «No mires atrás, porque va a pensar que todavía estás colada por él» Pero como nunca se le había dado bien escuchar la voz de la razón, arriesgó una rápida mirada por encima del hombro. Él la miraba a través de una ventana, situado directamente bajo las letras rojas del cristal: «Agencia Matrimonial». Una divertida coincidencia. Sin embargo, no había la menor posibilidad de que eso sucediera. No se imaginaba a Pedro Alfonso, un famoso playboy, junto a la compañera idónea gracias a los servicios de una agencia matrimonial.
Pedro contempló la espalda de Paula intentando ignorar las imágenes eróticas que se filtraban en su mente. Había crecido. Se había convertido en una hermosa rubia escultural de grandes ojos verdes. Estaba acostumbrado a las mujeres hermosas que inundaban su mundo. Mujeres estupendas, inteligentes y profesionales, más que ansiosas por estar junto a él. La lista era interminable. Sin embargo, hacía mucho tiempo que ninguna le llamaba la atención. Hasta que había vuelto a ver a Paula. Era asombrosa, con sus ojos verdes de gata y la brillante melena rubia con toques rojizos que le caía por la espalda como una sedosa cortina. Había sido una agradable muchachita que había florecido a los dieciséis años. Todavía recordaba las interminables charlas, las confidencias compartidas, la fluida amistad que había entre ellos… Hasta que ella creció. Y le revolucionó las hormonas. Y a partir de entonces, la figura de Paula llenó sus horas de vigilia y de sueño.
La había deseado con una intensidad que lo había asustado. Por ser mayor y más maduro, como un hermano para ella, debió haber sabido lo que ocurriría. Incluso en ese momento, no podía olvidar la pasión inocente de la joven cuando se lanzó a sus brazos y lo besó el día que cumplía dieciocho años. Durante un breve instante, Pedro sintió que todas sus fantasías se volvían realidad, hasta que recordó que la estaba besando a ella. Entonces reaccionó y la apartó de sí con palabras frías, interponiendo una barrera verbal. Palabras capaces de apagar hasta las llamas más ardientes. Después de todo, no había querido que la historia se repitiese. Bastaba con un asaltacunas en la familia Alfonso y las consecuencias de su acto. A veces pensaba que podría matar a su padre, de veras que sí. Sí, había hecho la única cosa decente que cabía hacer: Evitar a Paula como a la peste. Hasta ese mismo día. Maldición, todavía estaba obsesionado. Pensó que ella había correspondido a su saludo con la misma calidez que él y que luego se había arrepentido. Seguro que no había nada malo en haberla invitado a una copa, ¿Verdad? De acuerdo, ella probablemente había recordado el modo en que la había tratado durante esos años, así que no debería sorprenderle que no quisiera salir con él. ¿Y qué demonios hacía en la agencia matrimonial? Una mujer como Paula no estaría sola mucho tiempo. ¡Lo que daría por estar a solas con ella en ese momento! Pedro desechó esos pensamientos al tiempo que llamaba al timbre del mostrador.
–Estaré con usted en un minuto –gritó una voz desde el despacho interior.
Pedro miró a su alrededor. La oficina estaba perfectamente decorada en tonos negros y cromo con algunos toques de rojo para animar el conjunto. Allí no había corazones pegados en las paredes, sólo algunos carteles muy modernos, obra de algún artista desconocido para él. Bueno, tampoco era un experto en la decoración de agencias matrimoniales. Era la primera vez que iba a una y esperaba que fuese la última.
–Siento haberlo hecho esperar.
Pedro se volvió rápidamente. La voz le resultaba extrañamente familiar.
–¿Alicia? ¡Maldición, qué día más curioso! Primero Paula y luego tú.
La mujer mayor lo abrazó.
–Me alegro de verte, Pedro. Estás tan apuesto como siempre –dijo al tiempo que le quitaba una imaginaria hebra de hilo de la chaqueta.
Ese gesto familiar le llevó a la memoria el preciado recuerdo de su primer baile cuando, junto a sus padres, en la puerta de su casa, Alicia lo despidió como si fuera su propio hijo. De hecho, había sido más cariñosa con él que su propio padre.
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