martes, 18 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 48

 –Sí, he cometido el error de mirarlo –dijo con sorna–. ¿Me puedes traer los archivos sobre el orfanato de Rumanía? Los necesito tan pronto como sea posible.


Mariana puso mala cara, como si le hubiera molestado que cambiara de conversación, negándose a ampliar la información del periódico; pero a Pedro no le importó. No le apetecía hablar de su relación. Cuando su secretaria se fue, se puso a trabajar y se olvidó durante varias horas de las inquietudes que tenía últimamente. Además, no dejaba de repetirse que el final de su relación con Paula era lo mejor que le podía pasar, porque recuperaría su libertad de antaño. Pero, a pesar de ello, sintió la extraña necesidad de descolgar el teléfono y llamarla. Era la primera vez que le pasaba eso. Nunca la había llamado desde el despacho; quizá, porque solía estar tan saciado tras sus noches de amor que podía esperar hasta la noche. Y ahora no lo estaba. Desesperado, se giró hacia la ventana, pero la impresionante vista no tuvo el efecto tranquilizador de otras veces. ¿Cómo lo iba a tener? Cuando Paula le dijo que se fuera, se subió a la limusina, se fue a su casa y se sentó en la terraza, mirando las estrellas. Sabía que su relación estaba a punto de terminar, pero la deseaba tanto como de costumbre, y sabía que ella también lo deseaba a él. Mientras la esperaba, sintió algo parecido a un acceso de nostalgia. Le apetecía abrir una botella de champán, brindar por su éxito y llevarla al dormitorio para recuperar el tiempo que habían perdido desde que él se marchó a Río de Janeiro. Además, ¿Dónde estaba escrito que no pudieran seguir como hasta entonces cuando ella encontrara otra casa y se mudara? ¿Por qué no podían seguir disfrutando de lo que tenían? 


Un buen rato después, Pedro oyó que un coche se detenía en la entrada y que alguien cerraba una portezuela y saludaba a uno de los empleados. Era Paula, por supuesto. Pero no fue a buscarlo, aunque sabía que estaba allí porque las luces de la terraza se veían desde la entrada. ¿Por qué no iba? Al cabo de unos minutos, llegó a la conclusión de que se había acostado, y su sorpresa y rabia iniciales se transformaron en deseo. Estuvo tentado de ir al chalet y entrar directamente, como en tantas ocasiones. Se metería en su habitación, la tomaría silenciosamente y los absolvería a los dos de la necesidad de hablar sobre lo sucedido. A fin de cuentas, era lo que más quería: entrar en su cuerpo, apretar los labios contra su suave piel y verla estremecerse de placer cuando alcanzara el orgasmo. ¿No era eso lo que siempre había ido bien en su relación? ¿El sexo? Por desgracia, seguirla en esas circunstancias era como buscar el perdón, y no estaba dispuesto a admitir tácitamente que había hecho algo malo. Al final, lo dejó por imposible y se resignó a verla por la mañana, porque tenían la costumbre de desayunar juntos. Pero Paula tampoco apareció, y fue entonces cuando el humor de Pedro se agrió por completo. Desde su punto de vista, no había nada que justificara su actitud. Pasara lo que pasara entre ellos, tendría que haberle dado las gracias por haberse presentado en la fiesta de Silvina y haberle dado su sello de aprobación. 

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