jueves, 6 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 35

Paula echó un vistazo a su alrededor, buscando ropa de Pedro y, tras una rápida búsqueda, encontró unos pantalones de chándal y una camiseta negra con el nombre de una banda de rock. Le quedaban muy grandes, pero era discreto y no tenía otra cosa, así que se los puso y abrió la puerta de la suite con el vestido y los zapatos bajo el brazo. Al salir al corredor, se detuvo un momento. No había nadie. Alguien estaba pasando una aspiradora en algún lugar de la mansión, pero sonaba tan lejos que se sintió segura y empezó a caminar, esforzándose por no hacer ruido. Casi había llegado a la entrada principal cuando oyó una voz de acento británico.


–Buenos días, señorita Chaves.


Paula se asustó tanto que estuvo a punto de soltar el vestido, pero sacó fuerzas de flaqueza y se giró hacia el mayordomo con una sonrisa en los labios. El hombre llevaba un traje de levita, de pantalones grises y chaqueta negra.


–Buenos días, Gerardo.


–¿Quiere que le sirva el desayuno? El chef ha preparado todo un surtido de pastelería.


Paula lo miró, preguntándose si el cocinero de Pedro tenía la costumbre de preparar desayunos suntuosos a las amantes de su jefe.


–No, gracias –respondió–. Tomaré algo en el chalet.


–¿Está segura?


–Lo estoy –dijo, echando los hombros hacia atrás–. Muchas gracias, Gerardo.


–De nada, señorita Chaves.


Paula cruzó los jardines, donde varias legiones de empleados se afanaban en cortar y regar el césped. Algunos volvieron la cabeza al verla pasar, y ella pensó que la vida no podía ser más injusta: Pedro era el único amante que había tenido, pero la gente ya la había visto dos veces en situaciones humillantes, y las dos en la misma mañana. Sin embargo, se recordó que no tenía motivos para avergonzarse. Carecía del dinero y el poder de Pedro, pero se sentía como si fuera su igual. A fin de cuentas, temblaba cuando la tocaba, gemía cuando la penetraba y soltaba carcajadas de placer cuando ella lo cubría de besos, después de hacer el amor. Incluso le decía que era preciosa. Y lo decía de tal manera que le hacía sentirse verdaderamente preciosa. Al llegar al chalet, se duchó, se vistió y guardó tres de sus bolsos artesanales en una bolsa de tela. Luego, salió de la casa, sacó el teléfono móvil y buscó la dirección de la tienda de Silvina Simon, donde había quedado. El establecimiento fue fácil de encontrar. Estaba en una callecita flanqueada de árboles, y la inteligente iluminación interior resaltaba las creaciones de la famosa diseñadora, que cubrían los cuerpos de unos maniquíes tan imposiblemente altos como delgados. El resto del local, que era bastante grande, consistía en una serie de superficies de cristal sobre las que descansaban exquisitas joyas y zapatos hechos a mano. Paula se puso algo nerviosa cuando una de las dependientas se acercó a ella con una sonrisa de extrañeza, como si pensara que no tenía aspecto de ser clienta habitual. Y estaba en lo cierto, porque no lo era.


–¿La puedo ayudar?


–Eso espero. Estoy buscando a Silvina Simon.


La mujer frunció el ceño.


–¿Tiene cita?


–Bueno, nos conocimos anoche en una fiesta, y…


–Ya me encargo yo, Lara.


Al oír la voz de su jefa, la dependienta asintió y se marchó. Aquel día, Silvina Simon llevaba un vestido de color crema, con unos zapatos cuyos tacones desafiaban la ley de la gravedad y un collar de perlas tan grandes como huevos de codorniz.


–Me alegro de verte, Paula. ¿Has traído más bolsos?


Paula le enseñó la bolsa que llevaba.


–Sí, están aquí.


–Excelente. ¿Por qué no pasas a mi despacho? Si te apetece, le diré a Amanda que nos traiga un café.


–Gracias. 

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