jueves, 20 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 50

El departamento de Sean estaba encima de un restaurante chino, que ofrecía descuentos en su apetecible comida. Y, para sorpresa de Paula, la calle estaba llena de árboles, tiendas de regalos y músicos callejeros, además de los turistas que se hacían continuamente fotos junto al conocido edificio. Su habitación era bastante grande y, como había puesto la cama contra la pared, tenía espacio de sobra para la máquina de coser y los materiales de trabajo. Además, el actor trabajaba todo el día y no volvía hasta la noche, cuando ensayaba el guion que debía interpretar por la mañana. Por lo visto, la vida de los actores no estaba precisamente llena de glamour. Por supuesto, Sean le hacía preguntas de vez en cuando o, por lo menos, lo intentaba. Pero ella siempre decía que no quería hablar de Pedro. No estaba preparada. Sus emociones eran tan volátiles que tenía miedo de romper a llorar. En cualquier caso, su relación había terminado, como lo demostraba el hecho de que Pedro ni siquiera la hubiera llamado por teléfono. Y, por si no lo tuviera claro, Sean le enseñó un periódico en el que aparecían Pedro y otro hombre saliendo de un club nocturno, aunque eso no le molestó tanto como el detalle de que estuvieran en compañía de dos rubias verdaderamente impresionantes. Al parecer, se había dado mucha prisa en olvidarla. Solo había pasado un mes, y ya estaba ligando de nuevo. Paula pasó una noche terrible y se levantó con dolor de cabeza y la imperiosa necesidad de tomar algo dulce, de modo que bajó a comprar algo en la pastelería del barrio. Y acababa de volver a la casa cuando llamaron al timbre. Al oírlo, pensó que sería alguna entrega para Sean, que se pasaba la vida comprando cosas por Internet. Pero no lo era. Allí, ocupando todo el espacio de la entrada, estaba Pedro. Llevaba un traje oscuro, camisa blanca y corbata de seda. No podía estar más fuera de lugar, teniendo en cuenta que Haight Ashbury era un sitio de lo más pintoresco. Pero no se había afeitado y, al verlo así, con barba de dos días y unas oscuras ojeras, sufrió tal ataque de celos que estuvo a punto de cerrarle la puerta en las narices. Sin embargo, no quería dar la impresión de que le importaba, así que sonrió y dijo con entusiasmo, como si fueran viejos amigos que no se habían visto en mucho tiempo:


–¡Pedro! ¡Qué sorpresa! ¿Has traído mi correo?


–¿Qué correo?


–El de mi madre. Te dije que estaba esperando una carta suya. Pero no hacía falta que vinieras en persona.


–No ha llegado nada.


–Oh, vaya. Será que sigue enfadada conmigo –comentó Paula–. No ha contestado a ninguna de las que yo le he escrito.


–No he venido a hablar de tu madre.


–¿Ah, no?


–¿Puedo pasar, Paula?


Ella respiró hondo.


–¿Para qué? ¿Qué sentido tiene, si ya no hay nada que decir?


Pedro se sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en la boca del estómago, aunque eso no impidió que admirara su aspecto. Estaba preciosa con su vestido de algodón y su larga melena cayéndole sobre un hombro. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¿Cómo podía haber perdido a una mujer así?


–Por favor, déjame entrar. No quiero mantener esta conversación en el pasillo.


Paula lo miró un momento y asintió.


–Está bien, pasa.


–Gracias.


Pedro entró, cerró la puerta y la siguió por una vieja escalera de madera hasta llegar a una pequeña cocina, donde vió una taza de café y un croissant, el que Paula acababa de comprar en la pastelería. 

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