jueves, 6 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 34

Tras desnudarla por completo, le quitó las horquillas del pelo y se lo soltó. Sus negros rizos cayeron sobre sus hombros, y él soltó un suspiro sin poder evitarlo.


–Eres preciosa.


–No, no lo soy.


–Créeme, lo eres.


Y lo era. Salvatore no tenía ninguna duda. Lo era sobre todo porque volvía a ser la inocente siciliana que le había entregado su virginidad. ¿Cómo podía ser tan bella? Sus firmes y morenas curvas contrastaban contra el blanco de las sábanas, y sus pezones erguidos estaban pidiendo a gritos que los lamiera. Y entonces, ella separó las piernas y le ofreció una visión perfecta de su sexo, dejándolo tan fascinado como si nunca hubiera visto el cuerpo de una mujer. Para Pedro, fue algo desconcertante y, por esa misma razón, molesto. Paula tenía demasiado poder sobre él. Pero su inquietud desapareció cuando volvió a asaltar su boca, se puso entre sus piernas y la penetró con una suave acometida. Al cabo de un rato, cuando ya se acercaba al orgasmo, se preguntó si se cansaría alguna vez de hacer el amor con ella. Y, al alcanzar el clímax, se le escapó una palabra que no pretendía pronunciar:


–Paula… 



Era el paisaje más bello que había visto en su vida. Estaba en la enorme cama de Pedro, contemplando el brillante mar azul de la distante bahía. Seguía desnuda, y las mejillas se le ruborizaron un poco al recordar lo que le había dicho él por la mañana, justo antes de marcharse al despacho.


–Ha sido fantástico.


–Sí que lo es.


Pedro, que se estaba poniendo la corbata, clavó la vista en sus ojos. Y ella decidió puntualizar su comentario, porque no quería parecer demasiado entusiasta.


–Bueno, no tengo con qué compararlo, pero…


–Créeme, Paula, ha sido fantástico –la interrumpió él.


Las palabras de Pedro sonaron más bruscas de la cuenta, como si hubiera admitido algo que le incomodaba. Y segundos después, miró el reloj con la expresión de alivio de un náufrago que hubiera visto un salvavidas.


–Me tengo que ir –anunció.


Su beso de despedida fue breve, casi inexistente. Ardía en deseos de marcharse de allí, de alejarse de lo sucedido durante la noche, cuando Paula parecía arder por dentro cada vez que la tocaba. La luz del día había destruido la magia de las horas anteriores. Naturalmente, Paula se dió cuenta de lo que pasaba, pero le quitó importancia y se quedó en la cama un buen rato, hasta que se acordó de que había quedado a las doce con Silvina Simon. Entonces, se levantó, miró su ropa y se maldijo para sus adentros. Estaba donde Pedro la había dejado, junto a los zapatos de tacón alto. Pero no podía ir al chalet con una indumentaria tan inapropiada, porque estaba segura de que los empleados la verían. Preocupada, alcanzó el vestido y lo volvió a dejar en el suelo. No, no podía llevar eso por la mañana. Era demasiado festivo. ¿Qué podía hacer? 

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