martes, 11 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 37

En principio, iba a ser un beso rápido, una declaración posesiva de lo que pretendía hacer con ella después de comer. Sin embargo, se transformó en algo intenso que lo arrastró a un abismo sensual; tal vez, por la respuesta apasionada de Paula, que apretó los senos contra su pecho mientras le acariciaba el cuello.  Entonces, Pedro se acordó de que tardarían diez minutos en llegar al restaurante y se le desbocó el corazón, porque era tiempo suficiente para hacer lo que quería: meterle una mano bajo el vestido, llevarla rápidamente al orgasmo, bajarse la cremallera de los pantalones y permitir que Paula chupara su sexo con la exquisitez de la noche anterior. Por supuesto, existía la posibilidad de que llegaran a su destino antes de lo previsto, pero no sería un problema. Solo tenía que hablar con el chófer y pedirle que diera vueltas por la ciudad hasta que le avisara. No habría sido la primera vez que utilizaba ese truco con una de sus amantes. Pero ahora estaba con Paula y, por motivos que ni él mismo entendía, le pareció inadecuado. Sacando fuerzas de flaqueza, se apartó de ella y le dijo que se arreglara el pelo, porque se lo había revuelto. Estaba desconcertado con su propia actitud, e intentó convencerse de que la espera merecería la pena y de que sería una forma de demostrar que no había perdido el control de sus emociones. El restaurante, que estaba en Embarcadero, tenía unas vistas preciosas del puente de San Francisco. Pedro sabía que Paula se quedaría extasiada con el paisaje, como así fue, pero se llevó una sorpresa cuando cruzaron el abarrotado local, porque parecía inmune al hecho de que todo el mundo los miraba. ¿Se habría acostumbrado a estar entre ricos y famosos? Fuera como fuera, pensó que su naturalidad era un soplo de aire fresco en el enrarecido ambiente del conocido lugar. Al llegar a su mesa de costumbre, se dirigió a uno de los camareros y pidió que les llevaran una ensalada, langosta, una botella de agua mineral y un platito de aceitunas. Luego, se recostó en la silla y dijo, mirándola:


–Veo que tu entrevista con Silvina ha ido bien.


–Eso creo –replicó ella, alcanzando su servilleta–. Me ha hecho un montón de preguntas. Quería saber si te conozco bien, si pienso quedarme mucho tiempo en la ciudad. Ese tipo de cosas.


–Querría asegurarse de que no te vas a ir mañana por la mañana –comentó él–. Si quiere darte trabajo, es lógico.


–Sí, supongo que sí –declaró Paula, dubitativa.


–¿Solo lo supones?


–Es que estaba particularmente interesada en tí. Incluso me ha preguntado si estamos viviendo juntos.


Él frunció el ceño.


–¿Y qué has dicho tú?


–Que no, que solo me has ofrecido un alojamiento temporal. Pero me ha parecido tan extraño que ha despertado mi interés.


–¿En qué sentido?


–En el de su relación –contestó ella, jugueteando con la servilleta.


–No te entiendo.


–¿Han sido amantes?


–No, nunca me he acostado con Silvina –le informó él–. Pero, si lo hubiera hecho, ¿Te molestaría?


Paula lo miró a los ojos.


–No sería asunto mío.


–¿Y tampoco te molestaría que me presentara en mi casa con otra mujer?


–Claro que no.


–Mentirosa.


Paula entrecerró los ojos. Aunque no se le notara, se sentía fuera de lugar en el elegante restaurante, con sus cuberterías de plata, sus manteles de lino y sus comensales de la alta sociedad, que los miraban con disimulo. Y ahora, por si eso fuera poco, Pedro la acusaba de mentir.


–¿Mentirosa? ¿Yo?


–Reconócelo, Paula. Te molestaría. Se te nota en la cara –afirmó él–. Pero los celos son perfectamente normales en una situación como la nuestra. 

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