No encontraba a Paula por ninguna parte. De hecho, no encontraba a nadie. La casa estaba inusualmente silenciosa, y no había ni rastro de Gerardo ni de Carmen, quien solía servir la cena. Entonces, Pedro entró en el más pequeño de los comedores y vió que alguien había preparado una de las mesas, pero no le extrañó demasiado. Estaba lloviendo, y era lógico que cenaran dentro de la casa en lugar de hacerlo en el exterior. Sin embargo, las velas encendidas y la botella de champán que descansaba en una cubitera lo pusieron en guardia. ¿Qué estaba pasando allí? Un segundo después, Paula salió de la cocina con el pelo suelo, un rubor en las mejillas y un vestido rojo que se ajustaba maravillosamente a sus lujuriosas y generosas curvas, lo cual activó todas sus alarmas. Le gustaba que vistiera de rojo, pero tenía la sensación de que no se lo había puesto por casualidad.
–¿Qué pasa? ¿Dónde están todos?
–Gerardo tiene la noche libre, y le he dicho que no hacía falta que buscara un sustituto.
–¿Y Ricardo, el chef?
–Le he dicho que se tomara un descanso.
–¿Cómo?
–Pensé que no te importaría. Trabaja mucho, y se ha alegrado al saber que se podía ir –explicó Paula–. Pero no te preocupes. No necesitamos a nadie. He preparado la cena.
–Esa no es la cuestión –dijo Pedro, frunciendo el ceño–. ¿Desde cuándo asumes papeles que no te corresponden? ¿Crees que acostarte conmigo te da derecho a disponer de mis empleados como te venga en gana?
–No, claro que no.
–Entonces, ¿Por qué no me has pedido permiso?
–Porque quería darte una sorpresa.
Pedro parpadeó, perplejo. Odiaba las sorpresas desde el día en que había llegado a su casa y había descubierto que su madre estaba a punto de marcharse con un desconocido. Pero optó por no decírselo a Paula, porque le habría dado lástima y se habría mostrado compasiva con él, algo que no le apetecía.
–Ah, vaya –dijo, forzando una sonrisa–. En ese caso, ¿Por qué no sirves la cena?
Paula volvió a la cocina, y él alcanzó la botella de champán y la abrió. No necesitaba ser muy listo para saber que su actitud la había herido, pero se negó a sentirse culpable. Embriagado con su naturaleza apasionada y la intensidad de su relación sexual, había hecho caso omiso de unos preocupantes síntomas: los que decían que se estaba encariñando demasiado con él. Ya había servido dos copas cuando ella regresó con la cena.
–¿Qué es? –preguntó Pedro, reconociendo el olor.
–Pasta alla Norma –respondió Paula con entusiasmo–. Tu preferida.
Pedro se estremeció. Tenía la impresión de que dos mundos completamente distintos estaban a punto de chocar.
–¿Celebramos algo?
Paula se sentó enfrente, y él se dió cuenta de que era la primera vez que no la besaba al llegar a casa, porque también era la primera que no la había mirado con deseo. Pero, desde su punto de vista, la culpa era enteramente suya. ¿Cómo se atrevía a destruir una relación perfecta con la manipuladora táctica de hacer que se sintiera como si fueran una familia?
–Sí, es una especie de celebración.
–¿Y eso? –preguntó él, disimulando su irritación.
–Mis bolsos se venden muy bien, y Silvina está verdaderamente encantada conmigo. Incluso ha hablado con la directora de la revista Trend.
–¿Trend?
Ella asintió.
–Es la biblia de las revistas de moda, y quieren publicar un artículo en su sección de accesorios –le explicó–. Silvina dice que deberíamos dar una fiesta a final de mes, para aprovechar la publicidad al máximo. Ya sabes, abrir unas cuantas botellas de champán e invitar a personas importantes.
–¿Y qué vas a hacer? –preguntó Pedro, echando un trago de champán–. Si no recuerdo mal, ya tienes dificultades para cubrir la demanda de Silvina Simon, y tendrás muchas más si te vuelves famosa.
–Bueno, Silvina ha pensado que podemos contratar a varias personas para que me ayuden en el proceso. Serían trabajos a tiempo parcial, para mujeres que no pueden tener horarios de oficina porque deben cuidar de sus hijos – respondió Paula–. Así, podríamos aumentar la producción y el alcance.
–Y tú te labrarías un nombre, claro.
–Eso nunca ha estado entre mis ambiciones –declaró ella, a la defensiva.
–Pero lo conseguirás de todas formas –dijo él, alzando su copa para brindar–. Enhorabuena. Supongo que dentro de poco tendrás dinero suficiente para marcharte a vivir a otro sitio.
Paula se mordió el labio inferior, dolida. El comentario de Pedro le había hecho daño; particularmente, porque no se lo esperaba. Había cocinado y había comprado una botella de champán porque quería celebrar su éxito con él. Y él solo quería que se fuera de su casa. Pero, por otra parte, ¿Qué podía esperar? Sabía que aquello era una situación temporal. Lo había sabido desde el principio. ¿O es que albergaba la esperanza de que el sexo le hiciera cambiar de opinión hasta el punto de rogarle que se quedara en el chalet indefinidamente? Eso no iba a pasar. Ni en sueños.
–Casi no has probado la cena –comentó ella.
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