Paula intentó pasar por alto su comentario. Estaba segura de que Pedro no pretendía que se hiciera ilusiones, aunque le habría gustado que lo intentara, y ni siquiera sabía por qué. Al fin y al cabo, desear lo imposible era tan fútil como absurdo.
–¿Y cómo es exactamente nuestra situación?
–No sé, es difícil de definir –respondió Pedro, clavando la vista en sus ojos–. No teníamos intención de seguir siendo amantes cuando llegáramos a los Estados Unidos. De hecho, yo quería que nuestra relación fuera platónica, porque ibas a vivir en mi propiedad. Pero es evidente que las cosas han cambiado.
Una vez más, ella quiso hacer caso omiso de sus palabras. Incluso estuvo a punto de cambiar de conversación y preguntarle por la mujer del otro lado del restaurante que no dejaba de mirarlo. Pero la recientemente liberada Paula Chaves no podía cometer la cobardía de huir de las conversaciones problemáticas, como había hecho durante tantos años. Jugar a lo seguro no la había llevado a ningún lado. Tenía que arriesgarse. Ya no era la misma mujer, como demostraba el hecho de que la noche anterior se hubiera sentido a la altura de Pedro. Y no podía ser su igual si se negaba a afrontar el conflicto y se abstenía de hacer preguntas difíciles por miedo a lo que pudiera responder.
–¿Por qué dices eso?
Pedro guardó silencio mientras uno de los camareros les servía la comida. Luego, hizo un gesto a Paula para que se sirviera, pero ella no se movió.
–Lo sabes tan bien como yo –dijo al fin–. Ha cambiado porque soy incapaz de resistirme a tus encantos, por mucho que lo intente.
–Ah.
–Sin embargo, soy consciente de que no te pareces en nada a mis amantes habituales.
Paula, que ya se estaba sirviendo la ensalada, alzó la cabeza y dijo:
–¿Y cómo son tus amantes habituales?
Él respondió lentamente, como calculando sus palabras.
–Son mujeres que conocen las normas del juego, mujeres que saben lo que busco y lo que puedo dar. Y, si quieres que sigamos siendo amantes, tendrás que ser como ellas –le advirtió–. Seré leal y generoso contigo mientras estemos juntos, pero sin compromisos de ninguna clase. Si piensas que esto va a terminar con anillos de oro, será mejor que le pongamos fin.
–¿Crees que todas las mujeres quieren casarse contigo?
–La experiencia me dice que sí.
Paula sacudió la cabeza, preguntándose si lo suyo era arrogancia o una simple constatación de las cosas que le habían pasado. Pero eso era menos importante que su declaración. Le estaba diciendo que, si no aceptaba sus condiciones, rompería con ella. Y estaba hablando en serio. Rompería su relación. Además, ni siquiera existía la posibilidad de que la echara de menos en ese caso. Solo tenía que mirar a su alrededor para ver mujeres que estarían encantadas de ser sus amantes. Pedro era un premio muy deseado, y no tendría problemas para encontrar sustituta. Sin embargo, no estaba dispuesta a permitirlo. No estaba preparada para renunciar a una experiencia tan increíble por culpa de una idea equivocada sobre las relaciones personales, que parecía salida de un cuento de hadas o de la moral represora del pueblo donde había crecido. Nadie necesitaba estar enamorado para hacer lo que estaban haciendo.
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