martes, 25 de julio de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 3

Él sonrió, con la misma sonrisa diabólica que la había cautivado durante años. Paula alzó la barbilla y lo miró, furiosa.


–Sí, suele sucederle a las niñas pequeñas –contestó.


Se preguntó si él recordaba las penosas palabras que había pronunciado la noche de su decimoctavo cumpleaños. La noche que le había destrozado el corazón. Una chispa de conciencia brilló por unos segundos en sus profundos ojos azules.


–Bueno, ya no eres pequeña. Tienes un aspecto maravilloso. Es una pena que no nos hayamos visto en todos estos años.


Paula podría haberse sumergido en el azul infinito de esos ojos. Nunca había visto una tonalidad como aquélla, una mezcla de violeta, zafiro y un leve toque de esmeralda. La joven sintió que se sonrojaba al tratar de adivinar el sentido de las palabras de Pedro. De pronto recordó sus manos y sus labios acariciando cada centímetro de su cuerpo, explorando sus más íntimos secretos. Como si adivinara sus pensamientos, él le rozó una mejilla con la mano.


–Eres adorable cuando te sonrojas de esa manera. Sí, eres la misma Paula de siempre.


La voz baja y ronca le hizo vibrar los nervios. De pronto anheló apoyar la mejilla en esa mano y sentir el consuelo que sólo él podía darle. Luego recordó el beso intenso, las manos frenéticas y el firme rechazo que para ella había durado una vida. Pedro Alfonso la había apartado de sí de la manera más cruel posible, con tal desprecio que ella había decidido no volver a hablarle más. Y en ese momento estaba allí, irrumpiendo en su vida como un superhéroe, con sus músculos flexibles, su ancho pecho, su rostro de rasgos acusados y su sonrisa asesina. Todo lo que necesitaba era una capa y el cuadro estaría completo. Paula no pudo evitar la risa.


–¿A qué viene esa risa?


–Lo siento. Viejos recuerdos.


–No creo que nuestros recuerdos fueran tan divertidos –dijo al tiempo que le frotaba los brazos bajo las mangas de la camiseta. Era una caricia íntima que llegó a atemorizarla.


Paula dió un paso atrás para no hacer algo tan estúpido como quedarse quieta y esperar que la besara.


–Esos son recuerdos del pasado. Sé que estás haciendo cosas más grandes e importantes. Tu vida como abogado, y playboy además, debe de estar llena de cosas más emocionantes que los viejos recuerdos.


Pedro entornó los ojos, que de pronto habían perdido su brillo.


–No creas todo lo que lees por ahí. Los medios de comunicación se dedican a chismorrear para aumentar sus ventas.


–Seguramente tendrás algún beneficio, porque lo que dicen de tí da para vender un millón de ejemplares –comentó. Su reputación de playboy en gran parte se debía a que aparecía continuamente en la prensa de Sidney, siempre acompañado de hermosas y provocativas mujeres–. Hablando de reputación, ¿Qué haces aquí? Eres el último hombre que esperaría ver en una agencia matrimonial. ¿Problemas con tu encanto personal?


A pesar de que la broma era bienintencionada, Paula notó que la sonrisa de Pedro disminuía.


–A mi encanto personal no le sucede nada. Deberías saberlo –dijo con una sonrisa forzada.


–Entonces, ¿Por qué estás aquí?


Su respuesta fue breve, cortante y amenazadora.


–Por negocios.


Maldición, si los abogados habían empezado a perseguirla, Alicia debía de tener más problemas de lo que Paula suponía.


–La tratarás con suavidad, ¿Verdad?


La joven no pudo interpretar la fugaz expresión de sus ojos.


–¿Paula, estás bien? Te has sonrojado.


La joven supo que tenía que escapar. Aún ejercía aquel extraño poder hipnótico sobre ella. Durante nueve largos años no había aprendido a controlar sus sentimientos respecto a él. Los años y las incontables citas habían ayudado muy poco a borrarle de la cabeza la imagen de ese hombre. Al parecer, había quedado impresa para siempre en su espíritu y en su mente.


–Sí, estoy bien, Pedro. Me ha encantado volver a verte. Espero que tengas suerte con lo que te ha traído hasta aquí –dijo al tiempo que su mirada intentaba memorizar cada detalle del rostro masculino.


–Gracias. Yo también me alegro de verte. Tal vez podríamos ir a tomar una copa alguno de estos días.


Ella ignoró los fuertes latidos de su corazón.


–No creo. Gracias de todos modos. Adiós. 

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