martes, 25 de julio de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 2

 –¿Vieja, tú? Tienes algunas canas y un par de arrugas de reírte en torno a los ojos, ¿Pero vieja? ¿Por eso prefieres entrevistar personalmente a los candidatos varones? Te he visto con la cara iluminada después de una entrevista con alguno de tus atractivos aspirantes.


–Gracias por tu estímulo. Bueno, basta de charla. Rellena los cuestionarios porque necesito procesarlos inmediatamente. Y luego sería mejor que fueras a casa a arreglarte. Tengo una última entrevista con un candidato y todo quedará preparado para esta noche. Una vez que haya unido a mi milésima pareja, el premio DATY será mío.


Al ver la expresión afligida de Alicia, Paula sintió que se le encogía el estómago.


–¿La agencia tiene muchos problemas económicos, Ali?


Los fondos de Paula eran muy limitados porque había invertido casi todo el dinero en Inner Sanctum, su estudio de diseño de interiores. Aun así, si era necesario, pediría un préstamo para ayudar a Alicia.


–Si no gano el DATY, Matchmaker tendrá que cerrar. El dinero del premio serviría para modernizar el sistema informático y el prestigio del DATY sería una buena publicidad para la agencia –suspiró Alicia–. Sí, se podría decir que estoy en un apuro.


–¿Pero, cómo? –preguntó Paula, aunque sabía que la respuesta no le iba a gustar.


–Sabes que nunca he sido una mujer rica, querida. Invertí todo lo que tenía en crear un hogar para nosotras y en esta agencia –dijo al tiempo que con los brazos abiertos abarcaba la oficina, que era la sede de Matchmaker–. Tal vez no hice bien las cuentas.


Lo que Alicia no mencionó fue el dinero que le había prestado para abrir Inner Sanctum.


–Ali, si puedo hacer algo más aparte de esto, no dejes de decírmelo.


–Tú escribe y yo me ocuparé del resto, corazón.


–Lo haré.


En unos cuantos minutos, Paula completó los formularios. Y en unas cuantas horas más estaría bebiendo unas copas en compañía de un puñado de desconocidos con el propósito de encontrar un candidato apropiado para ella. Si no fuera por el hecho de que Alicia estaba desesperada, habría roto la solicitud allí mismo. Desde luego, ése no era su mejor día. Los Smithson prácticamente la habían estado acosando para que se ocupara de redecorar el conservatorio. Desgraciadamente, había tenido que soportar el lamento del violín de la nieta prodigio durante las dos horas que les llevó discutir los planes.  Así que había recibido con alivio la llamada de Alicia a su teléfono móvil. Momentáneamente. De hecho, entre una velada con posibles pretendientes y unas cuantas horas soportando el chirrido de un violín, prefería lo último.


–¿Así que nos vemos esta noche?


–Supongo que sí –convino Paula con un suspiro.


–Conozco esa expresión. La misma que cuando tenía que arrastrarte al dentista –se rió la mujer mayor.


–No te equivocas.


Alicia le palmeó cariñosamente la mejilla.


–¿Por qué no vas a casa a relajarte? La velada acabará antes de que te des cuenta.


–Mmm.


Tras cerrar la puerta del despacho de Alicia, Paula echó una mirada a la zona de recepción con orgullo. No estaba mal para una principiante. La oficina había sido uno de sus primeros proyectos. Adoraba su trabajo. Le encantaba combinar colores, formas y dimensiones de un modo particularmente imaginativo. Era una lástima que sus clientes no pensaran lo mismo. Tras unos cuantos meses muy ocupados después de la inauguración del estudio, los negocios habían bajado considerablemente. Alicia no era la única que necesitaba dinero con urgencia. Cuando llegó a la salida, la puerta se abrió con tal ímpetu que casi la empujó hacia un lado.


–Lo siento. ¿Se encuentra bien? –oyó que preguntaban. «No», pensó ella antes de reconocer el rostro del último hombre que hubiera esperado encontrar en una agencia matrimonial–. ¿Paula? Qué sorpresa.


Los fuertes brazos de Pedro Alfonso la estrecharon con fuerza. Todos los antiguos sentimientos se apoderaron de ella en ese instante: Su anhelo por ese hombre, su dolor por no ser la mujer que él deseaba. En un segundo percibió que todavía tenía el poder de reducirla a un estado de total estupidez. Claro que no lo iba a demostrar.


–Hola, Pedro. Me alegro de verte –saludó al tiempo que se zafaba de sus brazos, con el pulso latiéndole aceleradamente.


–Sí que has crecido.


Mientras la mirada masculina recorría su cuerpo, Paula sintió que se le erizaba la piel. La mirada se detuvo en sus senos un largo segundo antes de volver a la cara. Cruzó los brazos en un gesto fingidamente casual. 

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