jueves, 20 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 51

 –¿Tienes hambre? –preguntó ella.


Él sacudió la cabeza.


–No, pero desayuna tranquilamente.


–Yo tampoco tengo hambre. Se me ha quitado –replicó ella–. ¿Por qué no dices lo que tengas que decir, para que pueda ponerme a trabajar?


Pedro había estado toda la noche pensando en ese momento, pero se quedó súbitamente sin palabras, dominado por el miedo. ¿Qué pasaría si ya era demasiado tarde? ¿Qué ocurriría si su arrogancia, su ceguera y su incapacidad de olvidar el pasado habían destruido totalmente su relación?  Fuera como fuera, no tenía más remedio que arriesgarse. Además, todo el mundo se arriesgaba a quedar en ridículo cuando conocía a alguien que le gustaba lo suficiente y le abría su corazón. Era la única vía.


–He sido un estúpido, Paula.


–No seré yo quien lo niegue.


Pedro se maldijo para sus adentros. Obviamente, Paula no le iba a facilitar las cosas.


–Me has obligado a afrontar mi pasado –declaró, haciendo un esfuerzo–, y me he dado cuenta de que puedo perder el futuro si no cambio.


–Me alegro mucho.


Él suspiró.


–La casa está terriblemente vacía desde que te marchaste, al igual que mi cama. Extraño tu risa y hasta tu forma de perder la paciencia.


Paula no dijo nada, y él volvió a respirar hondo antes de continuar.


–Estoy enamorado de tí, Paula Chaves. No quería enamorarme. No lo tenía previsto. Pero estoy enamorado.


Pedro se quedó atónito con su reacción. No le habría extrañado que soltara una carcajada o rompiera a llorar, pero le extrañó terriblemente que lo mirara con odio.


–¿Te refieres a una de las mujeres con las que estuviste anoche?


–¿Qué mujeres?


–Las que he visto en la fotografía del periódico.


–Ah, esas, las del club.


–¿Insinúas que hay más?


–No, ninguna, ninguna en absoluto. De hecho, ni siquiera estuve con las mujeres que has visto. Nos siguieron por el club como perros de presa, y no nos dejaron en paz hasta que nos subimos al coche.


–Ya –dijo ella, escéptica.


–Escúchame, Paula. Es todo lo que te pido.


–Está bien…


–Desde que te fuiste, me he dedicado a repetirme una y mil veces que no soy lo suficientemente bueno para tí, que estarás mejor sin mí y, por supuesto, que yo lo estaré sin tu compañía –le confesó–. Pero ayer quedé con un viejo amigo mío y, mientras nos tomábamos unas copas, tomé una decisión.


–¿Qué decisión, Pedro? 


Él suspiró de nuevo. Había salido con Máximo con la esperanza de encontrar una solución fácil para su angustia, es decir, alguna mujer que le hiciera olvidar a Paula. Pero no pudo olvidarla. De hecho, no quería olvidarla. Ella era la única persona que había accedido a su corazón, a pesar de todos sus intentos por impedirlo. Entonces, se dió cuenta de que estaba huyendo de los sentimientos por miedo a que le hicieran daño. Él, uno de los hombres más poderosos del país, se comportaba como un cobarde. Y, por mucho dinero que donara a organizaciones benéficas, no arreglaría el desaguisado de su vida emocional.


–La de venir a verte y decirte la verdad, que es increíblemente sencilla – respondió–. Te amo, Paula. Te amo con locura.


–Oh, Pedro… –dijo ella, emocionada–. No sigas hablando, por favor.


–Tengo que hablar, Paula. Escúchame, te lo ruego –insistió él–. Me enamoré de tí la primera vez que te vi. Por eso rompí mis normas y me acosté contigo. Me conquistaste con tu frescura y tu encanto, y me hiciste sentir como si me quisieras por lo que soy y no por lo que tengo. Pero me asusté porque perdía el control cuando estaba contigo, y toda mi vida depende del control. Sin él, no habría podido sobrevivir.


–Por eso te apartabas de mí y te volvías a acercar constantemente –declaró ella en voz baja–. Por eso me decías cómo me debía vestir y cómo debía llevar el pelo.


–Bueno, es cierto que lo prefiero suelto.


–Y yo.


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