jueves, 1 de diciembre de 2022

Mi Vecino: Capítulo 6

 —Ahora mismo —tuve que confesar, sin atreverme a mentir para contrarrestar mi evidente aspecto rústico; sabía que sin la indumentaria adecuada y un poco de maquillaje jamás podría pasar por una sofisticada chica de ciudad. Tendría que haber pensado en ello antes de salir de casa. Según la revista, una «Tigresa» siempre tenía que estar preparada para conocer al hombre de sus sueños. Pero ¿Cuántas posibilidades había de que eso me sucediera precisamente el mismo día de mi llegada a Londres? Además, el hombre de mis sueños estaba en Maybridge—. Supongo que es evidente: La maleta, el callejero…


—No lo digo por eso —replico él con una amplia sonrisa que no dejaba dudas sobre la perfección de su deslumbrante dentadura—, sino por tu disposición a cederme un taxi en un día como este. No es típico de una chica londinense.


En la intimidad del asiento trasero, pude comprobar que mi hombre no solo era alto, sino también moreno y apuesto. Moreno, apuesto y, posiblemente, peligroso. Y su voz, tan grave y aterciopelada… Incluso en el peor momento de impaciencia, había sonado entreverada de semitonos aterciopelados. Observé hipnotizada como una gota caía desde uno de sus cortos rizos sobre el cuello de su abrigo y me estremecí. Allí estaba yo, mirando con expresión atónita al prototipo de hombre que poblaba las fantasías más lujuriosas de cualquier mujer: alto, moreno, guapo, musculoso y con los ojos de color verde mar. Una pequeña cicatriz interrumpía brevemente el trazado de su ceja derecha, dando la impresión de que se trataba de un individuo intrépido que no dudaría ante el peligro…


—¿Vienes de muy lejos? —preguntó él intentado retomar la conversación, posiblemente incómodo ante mi descarado escrutinio.


—Hum…, No. En realidad, no. Vengo de Maybridge. Está cerca de…—balbuceé, acostumbrada a tener que dar explicaciones sobre el tema y luchando por hablar con coherencia sin conseguirlo.


—Sé donde esta Maybridge —repuso él, rescatándome de mi lucha interior—. Tengo unos amigos que viven en Upper Haughton.


—¡Upper Haughton! —exclamé gratamente sorprendida. Era una aldea medieval perfectamente conservada situada a cinco kilómetros de Maybridge—. Exactamente —corroboré temblando mientras la «Ratoncita» que llevaba dentro se apoderaba de mi de nuevo—, Maybridge está muy cerca de Upper Haughton.


Deseé no estar junto a un desconocido capaz de ubicarme geográficamente con tanta precisión, soñé con la posibilidad de haberle cedido el taxi y haberlo perdido de vista para siempre. Pero mi «Tigresa» interior deseaba entregarle una nota con mi nombre y número de teléfono al tiempo que murmuraba «Llámame» con tono seductor. Sin embargo, la «ratoncita» decidió que jamás podría olvidar la vergüenza de entregarme a un desconocido tan impudentemente. Consulté el reloj para evitar seguir mirándolo a los ojos.


—Casi hemos llegado —dijo él—. ¿Vas a estar mucho tiempo en Londres?


—Seis meses. Mis padres están de viaje: Australia, Sudáfrica, Estados Unidos…, Y han decidido alquilar la casa familiar —farfullé enojada conmigo misma. Ya estaba parloteando de nuevo y, al recordar su impaciencia, concluí rápidamente—: Por eso estoy aquí.


—¿Dispuesta a disfrutar un poco de la vida mientras tu familia está ausente? —preguntó él con malicia mientras el taxi se detenía frente al lujoso jardín delantero de un moderno y elegante edificio de departamentos. El espectáculo me permitió evitar una respuesta.


Durante un instante me quedé con la boca abierta admirando el ostentoso barrio, mientras mi inquieto compañero, al parecer deseoso de seguir su camino, abría la puerta y sacaba la maleta. Después, como haría todo un caballero, colocó su paraguas abierto delante de la puerta del taxi y alargó una mano para ayudarme a salir. Salté afuera y me volví hacia el chofer mientras buscaba el monedero dentro del bolso. Finalmente encontré un billete de cinco libras.


—Guárdate eso —me ordenó él con tono imperioso.


—No, insisto —contesté. No podía permitirle que pagara mi trayecto, pero él no se molestó en discutir. Pagó, cerró la puerta del taxi, agarró mi maleta y se dirigió hacia el portal, dejándome con el billete en una mano y su paraguas en la otra. El taxi se marchó—. ¡Eh, un momento! —grité desconcertada.


Las hermanas Harrington me habían explicado el sistema de seguridad del edificio. Era necesario abrir el portal con una tarjeta de banda magnética, o llamar por el telefonillo para que uno de los vecinos pulsara el botón de apertura. Mi desconocido, alto, moreno y peligroso, se saltó todos los trámites al sujetarme la puerta mientras alguien salía y mantenerla abierta para que yo entrara. ¿Pensaba subir conmigo? ¿Esperaba que lo invitara a tomar un café como premio a su gentil caballerosidad? Me sentí confusa, pueblerina, ingenua y completamente idiota. Había permitido que un hombre al que no conocía de nada, y cuyo nombre seguía siendo un misterio, se enterara de donde vivía. Además, estaba confusa, mojada y aturdida mientras él le indicaba la dirección al taxista y no había prestado la menor atención. ¡Podíamos estar frente al departamento de las hermanas Harrington o en cualquier otra parte! ¿Y quién me echaría de menos?, ¡Le había confesado que mis padres estaban en la otra punta del planeta! ¿Cuánto tiempo tardarían Sofía y Lorena Harrington en alarmarse por mi tardanza?

No hay comentarios:

Publicar un comentario